Karina Rodríguez y su 'mano de Dios': la argentina que hizo 48 puntos en la final de Copa y conoció a Maradona
La exbaloncestista todavía mantiene el récord de puntos en una Copa de la Reina que consiguió con el Banco Zaragozano en 1990.
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El nombre de Karina Rodríguez aún resuena con cada edición de la Copa de la Reina. Como las marcas atléticas ajenas al tiempo, más de 30 años después Karina conserva el récord por antonomasia del torneo: ella fue la autora de 48 puntos, más de la mitad de los anotados por el Banco Zaragozano en la legendaria final de 1990 en Jerez. La hemorragia de la jugadora argentina cimentó una victoria por 95-94, tan inesperada como épica. Aquel Microbank El Masnou de Ana Junyer y Rosa Castillo, campeón de Liga ese año, era el favorito de largo. En realidad, lo era cualquiera de los contendientes en la final a cuatro, salvo el ganador. El Banco Zaragozano hizo saltar todas las previsiones. Un triunfo pionero en la historia del baloncesto zaragozano, cuya relevancia se vio justamente subrayada con el título conquistado hace un año por el Casademont.
La final del torneo de 1990 acumula carácter legendario no sólo por el efecto de la retromanía, gran motor de nuestros tiempos. Hay datos objetivos. El marcador se resolvió después de dos prórrogas, algo inédito hasta hoy. Los 189 puntos repartidos entre ambos rivales no se han repetido. Lisa Long sumó 31 para Masnou, así que dos de las cinco mejores anotadoras de la historia de la Copa coincidieron en esa final. Y el Banco Zaragozano ha sido el equipo más joven en levantar el título: Yolanda Gil tenía 15 años; Teresa Seco, sólo 17; Pilar Valero contaba 19. Y Karina había llegado desde Brasil con 18. La delirante bisoñez del grupo aún agrega más relieve a su impensable victoria.
Aquel Banzano era un equipo de colegio, dicho de forma casi literal: su núcleo principal venía enraizado en Compañía de María, una de las más prolíficas escuelas del baloncesto zaragozano. Había llegado a Primera División el año anterior con un bloque reforzado por dos nacionales, Estela Ferrer y Reyes Castiella; más dos holandesas: Esther Wender y Anitta Blange. Karina aportó su afilado carácter competitivo y un liderazgo precoz. Venía de Brasil pero creció en Villa Madero, en el conurbano de Buenos Aires, donde empezó a jugar al básquet porque le parecía un deporte sencillo y accesible para su fisonomía. Pasó por Crovara, Platense, Santos Lugares y Sunderland, en dos épocas. Y pisó todas las selecciones argentinas inferiores. En la absoluta, sin embargo, tuvo una trayectoria demasiado fugaz para su categoría. Brasil llamó muy pronto a su puerta.
"Con 16 años fuimos a jugar un campeonato sudamericano y allí mismo me ofrecieron una beca de estudios en uno de los mejores colegios del país, ampliable luego a la universidad. Además a mis padres les daban pasajes para viajar cada dos meses: sólo por eso, aquella oferta ya era millonaria, en comparación con un baloncesto argentino sin estructura ni posibilidades". En aquellos años antes de la WNBA, Brasil representaba una meca deportiva: "Era una de las ligas más potentes del mundo, allá jugaban Hortencia y Paula, dos de las mejores de la historia". Con Magic Paula coincidió en Piracicaba, su primer destino. Y contra ella se enfrentaría en la semifinal de la Copa del 90 con el Tintoretto de Getafe. Las tres se reunirían más tarde en Ponte Preta, donde lo ganaron todo.
Karina vivió, jugó y trabajó 23 años en Brasil, donde alcanzó el rango de celebridad. Se codeó a menudo con Pelé y con otro mito, su compatriota Diego Maradona: "Yo vivía cerca de Careca y ellos habían sido compañeros en el Napoli, así que Diego venía a menudo de visita y nos tratamos mucho en aquellos años. Fuimos amigos con Pelé y Maradona, ¿qué más puedo pedir?". La mano de Dios encaja como definición para la precisa muñeca de Karina. Se cuenta que Maracaná la aclamaba cuando acudía a ver partidos de fútbol: ¿Es leyenda o realidad? "Si lo piensas hoy suena exagerado y es difícil de imaginar, pero sí, ocurrió. Brasil me dio muchísimo cariño, fue un pueblo que me conquistó".
Su larga carrera en el estado de Sao Paulo tuvo un paréntesis de dos años en Zaragoza. Esa conexión se articuló en torno a tres ejes: "El primero que me habló de Karina Rodríguez fue Ruperto Herrera, leyenda del baloncesto cubano y dirigente deportivo en su gobierno: nos conocimos cuando participó con su selección en el Trofeo Ciudad de Zaragoza, con la URSS y Francia", cuenta José Antonio Martín Espíldora, presidente del club y artífice del fichaje. "En un viaje organizado por el Ayuntamiento de Zaragoza a La Habana le pregunté si conocía a alguna jugadora para Zaragoza. Me contestó que no. A cambio, me dijo que había visto a una joven argentina en Brasil. 'Tira mal, pero las mete todas".
Era Karina Rodríguez, claro. El tercer vértice de esa operación fue Ranko Zeravika.Técnico del CAI Zaragoza entre 1987 y 1989, el totémico entrenador pasó tres meses en Argentina dirigiendo al club Obras Sanitarias. "Le pedí que me consiguiera el contacto de los padres de Karina y volé a Buenos Aires, y de ahí con ellos a Brasil a verla jugar en la semifinal del campeonato paulista", remacha Espíldora. Completa el relato la propia Karina: "Vinieron en coche como 400 kilómetros, con 45 grados, en la cancha había 15.000 personas… fue todo una locura". "En Piracicaba la gente veía el partido subida en las vigas del techo del pabellón", corrobora Espíldora.
Karina Rodríguez hizo ese día 38 puntos: "Creo que convencí a José Antonio de inmediato", bromea. Se había lesionado Esther Wender y se incorporaría al Banco Zaragozano con la liga ya en marcha. Pero el episodio no estuvo exento de tensiones. "Cuando en mi club vieron a José Antonio con mis padres, empezaron a preguntar quién era -cuenta Karina-. Les dije que era un pariente de mi papá. A José Antonio le advertí: 'Sobre todo no digas que vienes a ficharme, que nos matan". Espíldora recuerda: "Se enfadaron y decían que había jugado muy mal porque se despistó con el fichaje. ¡Pero si había metido 38 puntos! Yo pensaba: ¿Cuántos meterá el día que juegue bien?".
Para Karina, el Banco Zaragozano representaba una oportunidad deportiva y sentimental: "Yo era de una familia muy clase media trabajadora de Argentina y esto suponía dar el salto a Europa: cruzar el Atlántico no era tan común entonces. Mis abuelos habían emigrado desde España y mis padres tuvieron la oportunidad de buscar en el registro civil de Oviedo a sus ancestros. Todo aquello fue una aventura y un lujo". Llegó a Zaragoza en un año de eclosión del baloncesto: se inauguró el emblemático Príncipe Felipe y el equipo femenino se trasladó a jugar ahí desde el pabellón de La Granja, un recinto chiquito, muy próximo. "Si hoy aún impacta jugar en el Príncipe Felipe, imagínate 35 años atrás. Hicimos el Partido de las Estrellas allí, el CAI estaba en su apogeo y el femenino había crecido mucho".
Ese paralelismo explica el básquet zaragozano de esos días. El CAI ganó su segunda Copa del Rey en Las Palmas también en 1990, con un equipo repleto de gente de la cantera, más los 44 puntos hilados por la fina mecánica de tiro de Mark Davis. Karina lo mejoraría unos meses después. "Reprodujimos el modelo del masculino: gente de casa, muy joven, dos nacionales a las que habíamos visto en Primera B y las holandesas", analiza Espíldora. Dirigía el equipo Zaga Zeravika, la esposa de Ranko. "Zaga era una coach motivacional sin saberlo: cuando ganábamos, nos hacía un pastel de fresas y nos invitaba a comerlo en su casa". Su segundo era Alfonso Alonso, el padre de Sito, hoy técnico del UCAM Murcia. "Éramos un grupo amigablemente irresponsable -lo define la argentina-: todo se hacía a pulmón, entre dos o tres personas".
El equipo fue séptimo el primer año tras su ascenso a Primera División. Con Karina alcanzaría la quinta plaza en los dos siguientes. La final supuso una insospechada culminación. "Aquel partido, si sucede hoy, sería una bomba y trending topic. Nadie podía imaginar aquello". "Jugamos al contraataque para desgastarlas: Pilar y Karina no paraban de correr. No teníamos jugadas ensayadas porque no les quería meter 10 sistemas en la cabeza", contaría Zaga Zeravika. Enfrente, un equipo mucho más experimentado, dirigido por María Planas: la única mujer que ha sido seleccionadora de España, entre 1979 y 1985. La igualdad enardeció el partido, en un guion de clímax acumulados. Las zaragozanas perdían por cinco puntos a 11 segundos de cumplirse el tiempo. Un triple de Estela Ferrer y la última canasta de Karina cruzando el campo para clavar un tiro lateral desde cuatro metros forzaron el alargue. Persistió el equilibrio. La segunda prórroga llegó tras otra visceral acción individual y un tiro de media distancia en carrera. De nuevo Karina.
No era una tiradora serial al uso. "No tenía altibajos, el peor día aún te hacía 15 o 20 puntos", apunta Espíldora. Su cuerpo la llevaba a rebotear y postear a menudo. Daba asistencias y manejaba un amplio repertorio, orientado a la eficacia. "Hasta hoy se lo digo a mis atletas: el mejor tiro es el que entra. Yo entrenaba muchísimo los tiros libres, porque me parecía lo más fácil: estás tú solo y el aro, sin defensas. Con eso y el físico subía mis anotaciones". ¿Es factible rebasar hoy sus 48 puntos? "Dudo que alguien pueda hacerlo. El básquet ha cambiado mucho. Las defensas no eran iguales. Ahora se rota mucho más. En nuestra época el talento hablaba por encima de la preparación física. Hace poco hicieron aquí el scouting del partido y con los parámetros de hoy salió una valoración positiva de más de 50", revela Karina. El récord de la Copa son los 42 de Erika de Souza en 2005.
La argentina había firmado el contrato para una segunda temporada justo antes de disputar la final. Y nada más acabar, casi sin ducharse, salió en un coche de la policía para tomar los vuelos que la devolverían a Sudamérica. "¡Me perdí la fiesta, hoy me duele eso!", exclama. Sus compañeras celebraron el título en la Feria del Caballo de Jerez. Y al día siguiente en Zaragoza, con un recibimiento espectacular. Tras el segundo año, Karina regresó a Brasil y acumuló una formidable carrera y todos los títulos en el Ponte Preta. Miami Sol la drafteó tras sufrir una de sus explosiones en un amistoso de un seleccionado de la WNBA. Rechazó la oferta y dejó el baloncesto con sólo 30 años. "Creo que mi precocidad me jugó en contra a veces. Ahora pienso que podría haberme quedado algún tiempo más en Zaragoza. Y tras Brasil, seguir cinco o seis años más en ligas menores, pero lo decidí así".
No es tanto un lamento como una reflexión. Sus miras estaban puestas en un futuro en la gestión deportiva: "Siempre le tuve mucho miedo al day after, el momento de dejar mi carrera, así que ya en Brasil empecé a hacer cursos superiores de management y en eso me enfoqué. Nunca tuve ganas ni talento para ser entrenadora". La transición resultó inmediata: "Jugué mi último partido de básquet un sábado y el lunes estaba trabajando". Primero en Brasil. Más adelante, en la Confederación Argentina de Básquet (CAB). "Fue muy fuerte regresar después de 30 años. Siempre fui muy crítica con las estructuras de la CAB, pero tenía una cuenta pendiente con mi país. El destino cierra capítulos así".
Hoy ejerce como directora de todos los seleccionados argentinos, desde las inferiores a las absolutas, masculina y femenina. Antes ocupó varios años el puesto de Directora de Desarrollo de baloncesto femenino. Y ahí fue donde su determinación generó un impulso transformador, que ha cambiado el paradigma en Argentina. "Las niñas de la selección mayor no tenían ni de cerca las mismas estructuras ni medios que los chicos. Imagínate, la Generación Dorada. Ellas usaban los uniformes que dejaban Ginobili, Scola, Oberto… A día de hoy la igualdad de género es un hecho en la CAB. Es un cambio demandado por la sociedad y el baloncesto lo está liderando", resume con orgullo.
En todos estos años, Karina Rodríguez nunca ha vuelto a Zaragoza, donde guarda "grandes amigos": "Pienso regresar, pero aún no lo hice. No sé si un poco por arrepentimiento de no haberme quedado más o porque de forma inconsciente uno se protege de volver a un lugar donde fue tan feliz", reflexiona. Le reza hace 30 años a la Virgen del Pilar. El Oveja Hernández le hizo llegar una imagen de la Patrona de la ciudad cuando entrenó al Casademont. "Un día en un torneo se me presenta un chico y me dice: "Karina, tú y yo nos conocemos mucho de Zaragoza". ¡No puede ser!, grité". Era Víctor Lapeña, técnico de la selección femenina de Canadá: "Pasábamos muchas tardes en casa de Alfonso Alonso, con él y con Sito… Nos abrazamos llorando, la gente no entendía nada", cuenta emocionada.
Conexiones sentimentales inflamadas por el paso del tiempo. En los últimos años, la ciudad ha rememorado en varias ocasiones aquella victoria. Por las efemérides redondas. Por los triunfos del Casademont, heredero más que digno. Por el fallecimiento de Pilar Valero, alma inagotable de baloncesto, inteligencia y simpatía de aquel grupo. Todas, y Karina con ellas, son historia de Zaragoza. "Nosotras plantamos una semillita, fue una hazaña para una ciudad apasionada por el básquet". La precuela del equipo defensor de la Copa en Huelva estos días. "Por suerte ya festejamos dos títulos: ojalá el tercero no tarde otros 30 años".