OPINIÓN

El secreto de Unicaja está en un abrazo

Darío Brizuela y Alberto Díaz levanta el trofeo de la Copa ACB./ ACB MEDIA
Darío Brizuela y Alberto Díaz levanta el trofeo de la Copa ACB. ACB MEDIA

Todo el mundo se ha preguntado alguna vez cuál es el secreto del éxito. Esa fórmula mágica -o trabajada (y más bien lo segundo)- que te hace triunfar en lo que quieres. Por eso, la pregunta tras esta Copa ACB era fácil. ¿Cuál ha sido el secreto de Unicaja para haberse coronado -y nunca mejor dicho- como campeón tras haberse convertido en el Matagigantes? Habrá quienes hablen de la pizarra de Ibon Navarro y su cuerpo técnico -que obvio que tienen culpa-, del trabajo diario, del talento individual y colectivo de los jugadores, del scouting y todas esas movidas. Pero la realidad es bien distinta. Me explico.

Unicaja se hace con la Copa del Rey 2023.

Valencia Basket tiene un buen entrenador y cayó a las primeras de cambio. Lo mismo que Baskonia. La Penya, que encima tenía el peso de ser anfitriona, también es un equipo muy bien entrenado y se quedó en semifinales. El Granca había hecho un trabajo de análisis a sus vecinos y también fue tumbado. Y si ya hablamos de Real Madrid o Barça, los dos equipos con mayor número de jugadores de un talento absolutamente diferencial, ni te cuento. A la final llegaron Unicaja y Lenovo Tenerife los dos equipos que pusieron más corazón y que creyeron en lo imposible. Pero no, tampoco va de encomendarse al santo de turno o esperar un gesto divino que te bendiga con el milagro.

Hay una imagen que creo que a muchos se nos va a quedar grabada. Cuando Unicaja agotó el tiempo de posesión sin jugar esa última bola porque ya era campeón de la Copa ACB y sonó bocinazo final, Darío Brizuela, que estaba en pista, echó a correr hacia la izquierda de su banquillo. Hacia el sitio donde se sientan los no convocados. Y allí estaba Augusto Lima. El pívot brasileño se rompió a finales de año el ligamento cruzado anterior y el menisco interno de su rodilla izquierda, pero fue a animar a sus compañeros. Y Brizuela fue a buscarlo para fundirse en un abrazo de esos que sabes que son de verdad.

Unicaja celebra el título copero.  ACB MEDIA
Unicaja celebra el título copero. ACB MEDIA

Fue entonces cuando recordé unas palabras de Lima, hace un año, cuando todavía era jugador de UCAM Murcia, en una entrevista a El País. "Soy quien soy gracias a Málaga y gracias a Aíto (García Reneses). Es una cantera donde más que a jugar al baloncesto nos enseñaron a ser personas". Y reitero lo de "nos enseñaron a ser personas". Aquel recuerdo que me vino pudo quedar como anécdota, sin más, pero no fue así. En ese momento, mientras Unicaja celebraba sobre el parqué lo que acababa de conseguir, recordé el cariño con el que Ibon Navarro había hablado de su equipo tras ganar al Barça.

Navarro dijo que le habían puesto "más corazón" y que, bueno, el siguiente rival era el Real Madrid y que a ver hasta dónde llegaban las piernas. Pero tampoco era cosa de ese físico. No al menos en un torneo como la Copa (como demostraron). Y también destacó la calidad como grupo humano y el sacrificio de Brizuela. Precisamente, fue 'la Mamba vasca' quien desveló el secreto del éxito. "Nunca he estado en un equipo que se quiera tanto. Nos alegramos más por el éxito del otro que del propio. He estado con la cabeza en dos sitios y sin la ayuda de mis compañeros no habría estado aquí, se lo debo todo a ellos. Les estoy eternamente agradecido", dijo. Y así lo tuiteé. Cosas de ser millennial, supongo.

Una compañera de Onda Regional de Murcia Olga Lorente, que de esto bien sabe un rato, me contestó con lo siguiente: "No es casualidad que exista ese ambiente cuando Augusto Lima está en un equipo. Es único para esto". Y no. No es casualidad, ni que esté Lima, ni el abrazo, ni las palabras de Ibon Navarro, ni las de Brizuela. Como tampoco las de Alberto Díaz, que dejó claro lo que son: una familia.

"Somos muy amigos, somos prácticamente familia y se ha demostrado. Todo el mundo aporta, todo el mundo arrima el hombro por el compañero y todo va para adelante", confesó en zona mixta. Y ahí estaba la clave de todo. De la victoria, pero también de saber caer y, sobre todo, de levantarte. Y de eso también saben, y mucho, más de uno que, como dice su himno, de verde ha pintado su vida. Porque lo que también está claro es que la parroquia del Carpena, estos días con gran parte desplazada a Badalona, tiene una comunión única con su equipo esta temporada.

Afición de Unicaja desplazada a Badalona, durante la final de la Copa ACB.  ACB MEDIA
Afición de Unicaja desplazada a Badalona, durante la final de la Copa ACB. ACB MEDIA

A Málaga las cosas no le han ido bien en los últimos años. Problemas deportivos y extradeportivos. Jugadores que no terminan de cuajar… Hasta este año en el que todos son capaces de arrimar el hombro y no solo para poner un bloqueo. De dar una asistencia y no solo en la cancha. De disfrutar de lo que parece que va más allá del "puro" baloncesto, pero que en realidad es la base de valores -como los que aprendió Lima en Málaga siendo canterano- que dan vida al deporte de la canasta.

Más allá de talento, que lo hay, de táctica y pizarra, hubo compañerismo y corazón. Un hermanamiento que se está más acostumbrado a ver en la grada, con las aficiones, que en los vestuarios. Pero que cuando lo hay se convierte en real lo extraordinario. La Copa, por segunda vez en la historia del club, se va para Málaga. Y lo hace gracias al Unicaja, el que en 29 años no había ganado al Barça en una eliminatoria. El que encarnó la épica gracias al corazón. El que aspira a seguir consiguiendo aquello que se cruce. El que, ahora sí, por fin, es una auténtica familia.