La LEB Oro no es un cuento de hadas

El descenso del Movistar Estudiantes a la LEB Oro me ha hecho reencontrarme televisivamente con las competiciones FEB, donde todo empezó para mí. Nunca me he despegado de una Liga que es apasionante y, sobre todo, tiene unas particularidades y una idiosincrasia que la hacen única y que antaño la llevó a ser considerada la quinta mejor liga de Europa.
Desde aquel mítico pabellón soldado Samuel Aguilar donde jugaban Los Barrios dirigidos por Quino Salvo o Moncho Fernández, a ver al decano Melilla Baloncesto, pasando por los años de Xavi Pascual en el Aracena al que llevó desde la EBA a la LEB o a Tiago Splitter defendiendo la camiseta del Bilbao que entrenaba Txus Vidorreta. Con plazas históricas que ya no tienen representación en primera línea de nuestro baloncesto como Huelva, Córdoba, Tarragona o León u otras que han renacido con proyectos nuevos como Alicante, Valladolid, Cáceres o Cantabria. Entrenadores como Salva Maldonado, Pedro Martínez, Paco García, Porfi Fisac o Joan Peñarroya, jugadores como Calderón, Scola, Savané, leyendas de la competición como Ricardo Guillén, Jorge García, Julio González, David Gil o un Pedro Rivero, que fue fraile antes que cura, o más recientemente Tavares, Hezonja o Sikma también pasaron por las pistas de nuestra Segunda División. Casi nada.
El cambio de las reglas del juego, y no las de dentro de la pista sino las de los despachos con la modificación de las condiciones de acceso a la Liga Endesa (fundamentalmente la eliminación del canon en 2017), ayudó a que el panorama de la LEB Oro cambiara: la máxima competición del baloncesto nacional pasaba de ser una liga semi-cerrada, donde cada verano había una gran incertidumbre sobre quién podía ascender o no en función de unas duras condiciones económicas, a ser una competición permeable y abierta en la que todos los veranos hay ascensos.

Este hecho se ha reflejado en los proyectos deportivos que participan en la competición buscando con más ambición y ahínco un objetivo que ahora si es realizable lo que, sumado a los descensos ya si materializados desde la ACB, han conformado un cóctel explosivo a nivel de competitividad. No hace falta ir muy hacia atrás en el tiempo: esta temporada participan en la LEB Oro un semifinalista de la pasada Eurocup como Morabanc Andorra y un dos veces campeón de Champions como Hereda San Pablo Burgos. Un mínimo traspiés en la Liga Endesa, un mal año en el que todo te sale torcido, y caes al precipicio.
Y ese precipicio, repleto de equipos competitivos puede convertirse en un cementerio de elefantes si los clubes no tienen las ideas muy claras o buscan acelerar los tiempos naturales que marca la competición y la propia naturaleza del proyecto. Sin prisa pero sin pausa. Sin sobrepresión, pero sin dejarse llevar. Porque la LEB Oro es una liga que no perdona a nadie. Nunca. Con un examen final cada fin de semana. Aquí no hay parciales.
Volviendo al inicio del hilo, qué mejor ejemplo que el último partido del Movistar Estudiantes. Recibe en un WiZink Center en plena temporada de celebración del 75 aniversario con más de 10.000 personas a un Almansa herido, que viene de desperdiciar una renta de 31 puntos ante el ICG Força Lleida para acabar perdiendo (67-70) y con una rotación de apenas de diez jugadores. Te domina de principio a fin e hincas la rodilla (75-78). La ley de la selva. La ley de la LEB Oro. La ley del más fuerte cada fin de semana.
Si en el fútbol se conoce con el nombre de la media inglesa al rendimiento de los equipos que ganan en casa y empatan fuera, clave del éxito de los equipos ingleses desde la implantación de los dos puntos por triunfo y uno por empate, la LEB Oro tiene su propia media. Y pasa por ser la de hacerse muy fuerte en casa (Andorra, líder lleva un 11-0 en la Bombonera mientras que Palencia, segundo, acumula un 12-0), intentar 'robar' fuera triunfos fuera de casa y, sobre todo, no hacer racha de derrotas.
Pero claro, lo de intentar 'robar' triunfos fuera de casa… doble perspectiva: pabellones de tamaño medio-grande repletos de público como puedan ser WiZink Center, el Coliseum de Burgos, el Barris Nord en Lleida o el Pisuerga en Valladolid u otros más pequeños, con sus particularidades y el público apretando y rugiendo, veáse Pumarín en Oviedo, El Parque en Albacete o el Polideportivo Municipal de Azpeitia donde juega el Juaristi ISB.

Por eso, sobre todo, los equipos que descienden desde ACB, tienen que saber gestionar esa presión de intentar volver a la Liga Endesa por la vía rápida. El ejemplo volviendo al fútbol es el del Atlético de Madrid y su idilio con la Segunda División que al final duró dos años. Y en el baloncesto tenemos el pasado curso de los colegiales, que parecía que se iban a pasear por la LEB Oro y perdieron las dos balas que tenían, ascenso directo y Final Four, o este el Hereda San Pablo Burgos, que ha tenido que dar golpes de timón en banquillo y plantilla para intentar enderezar el rumbo.
Y para saber gestionar esa presión es importante tener un buen comandante que conozca la competición, mejor aún si sabe lo que es ascender, pero sobre todo, conformar un equipo made in LEB de jugadores que sean auténticos guerreros de la Liga y que sepan lo que se van a encontrar. Ejemplos hay muchos en nuestra competición, desde el cañonero Johnny Dee, que busca en el Principado su tercer ascenso tras haberlo conseguido en Sevilla y Gipuzkoa, a Kevin Larsen en el Estu que ya lo logró en Bilbao o Breogán. Siete de los jugadores del líder Andorra ya conocían la competición. Nueve en el caso del segundo clasificado, el Palencia, que vive ese encarnizado duelo por el ascenso directo que ya es un mano a mano.
El borrón y cuenta nueva tras el descenso desde la ACB suele funcionar bien porque es una Liga diferente, diría que incluso más táctica. Y si el proyecto sale bien, la inercia del bloque funciona en la primera temporada en la Liga Endesa. Que se lo digan al Río Breogán de la 2021-22 o al Covirán Granada de la 2022-23.
Esa presión deportiva e incluso social, que pueden estar viviendo por ejemplo equipos como Estudiantes o Burgos, hay que saberla llevar y no es la primera ni única vez que la hemos visto en la competición. ¿Cuántas tentativas necesitó el CAI Zaragoza para volver a la ACB pese a tener al Príncipe Felipe a la espalda? ¿O el Menorca Básquet con una isla detrás? Insistir para persistir como hizo el propio Granada es la clave: un subcampeonato en la 2020-21 poniendo las bases del ascenso en la 2021-22. Historias como la del Bàsquet Girona el pasado curso se dan, pero muy pocas veces. Y es que, ahora que estamos en plena re-definición de los cuentos clásicos, la LEB Oro no es eso, no es un cuento de hadas.