Yo jugué con Walter Tavares: "Se comió mi lasaña y no pude enfadarme con él"
Excompañeros y entrenadores descubren para Relevo cómo era el gigante que hoy domina el baloncesto continental.

Walter Samuel Tavares da Veiga fue un chaval que cruzó el Atlántico con sólo 17 años para cambiar Cabo Verde por Gran Canaria y probar suerte en el mundo del baloncesto. Edy Tavares es hoy el jugador más determinante de Europa que tiene en su zurrón dos Euroligas, tres Ligas ACB, una Copa del Rey, seis Supercopas, ha conseguido meter a Cabo Verde en un Mundial por primera vez en su historia y acumula tantos galardones como centímetros tiene su cuerpo.
El MVP de la última Final Four de la Euroliga, conquistada en Kaunas, es hoy uno de los jugadores más cotizados del mundo. Termina su contrato en 2024 y de momento no ha renovado con el conjunto blanco, aunque las posturas se han acercado un poco según ha podido saber Relevo. Pero no hace tanto tiempo aquel gigante no sabía ni qué era el baloncesto.
Un deporte que hoy gobierna desde su atalaya de 222 centímetros. Sin embargo, entonces "no tenía ni puta idea. Nada. Cero", recuerda para Relevo Himar Ojeda, hoy director deportivo del ALBA Berlín y que fue uno de los responsables del descubrimiento del caboverdiano. Un hallazgo que se produjo por obra y gracia de un alemán que en uno de sus viajes al país africano descubrió a un chaval muy alto y se lo comentó a Raúl Rodríguez, responsable de la cantera amarilla en aquel momento.
Tras convencer a Ojeda de la idoneidad de viajar hasta Maio, Raúl, Carlos Frade y Alejo Melero descubrieron a aquel joven "gigante" del que les habían hablado. "Llegó un día tarde a los entrenamientos. Era un chaval gigante que venía en cholas [chanclas] y para el que hubo que buscar unas zapatillas por toda la isla, aunque le quedaban pequeñas. Fue un número", recuerda el directivo del conjunto berlinés.
Su figura llamaba la atención, pero no sólo por la altura. "Ese cuerpo tienes que ver cómo era. Todo torcido. Era una cosa espectacular. Tenía unos problemas de cojones". Entonces, si el cuerpo no estaba formado y no sabía jugar al baloncesto, ¿por qué se apostó por él? "Como no tiene ni puta idea hacía todo lo que le decías. "Por aquí tira con la derecha, por aquí con la izquierda, aquí bota… Era como un mini al que se le puede enseñar".

El Granca apostó por él y se llevó a aquel gigante a la isla para intentar tallar el diamante que podía esconder en su interior. Pero era un trabajo arduo, como recuerda uno de sus primeros compañeros de piso en la isla, el hoy jugador del Covirán Granada Christián Díaz: "No sabía jugar a baloncesto, apenas podía correr sin que le doliera algo ya que no estaba acostumbrado, no podía correr y botar la pelota a la vez y eso llevó un proceso de aprendizaje y de coordinación que, la verdad, fue bastante rápido, tanto por su predisposición a trabajar como por parte del club".
Fueron semanas de trabajo duro en la cancha y de adaptación por parte de un jugador que dejaba imágenes muy diferentes a las que ahora regala en cada partido a los aficionados del Real Madrid. "No podía ni siquiera aguantar un entrenamiento arriba y abajo", apunta Ojeda. "Recuerdo el primer partido que jugó con nosotros. No llegaba. Era como el vídeo. O sea, él iba hacia el ataque y el juego pasaba muy rápido. Él iba hacia el ataque y el resto ya estaba corriendo, en contraataque el otro equipo; entonces él intentaba bajar a la defensa y ya habían metido una bandeja. Iba siempre tarde a todos lados".
De ese mismo partido también se acuerda Óscar Alvarado. El ahora jugador de Melilla compartió piso con Díaz y con aquel joven Tavares al que también vio debutar. "El primer día que fue a jugar con nosotros ya con ficha, al coger un rebote, se rajó el dedo con el tablero. Imagínate lo alto que era, lo poco que controlaba su cuerpo", apunta Alvarado, que recuerda que "no sabía jugar al baloncesto. Pero sí que es verdad que, como decía Carlos Frade, se le veía que aunque no supiera jugar sí que tenía reflejos, coordinación para lo alto que era".
"Había que tener un acto de fe para salir en LEB con Edy. Había que tenerlo allí desarrollándose, y había que, bueno, pues sacrificar cosas que a nivel competitivo son difíciles de sacrificar para los entrenadores. Ese paso intermedio fue clave para que no tuviera las limitaciones tan grandes que tenía en la cancha". Quedaba otra parte complicada, convencer a Pedro Martínez, entonces entrenador del Granca. "En sus primeros años de La Palma era un poco escéptico. Pensaba que era imposible ponerlo así a jugar. Pero fue viendo la progresión y una vez que lo tuvo, apostó por subirlo tras conocerle personalmente y ver cómo trabajaba, que hacía todo lo que le pides… Pedro comenzó a creer en él y ahí empieza a trabajar y a no hacerse mala sangre por las cosas que hay que sacrificar, sino a verle lo positivo".

Esa voluntad de aprender y mejorar, de ser esponja a todo lo que le decían, es la principal característica que señalan excompañeros y entrenadores. Al menos en la cancha. Fuera de ella todos apuntan también rasgos comunes. "Claramente llamaba la atención su bondad", afirma Alvarado. "Yo siempre lo he dicho, es buena persona. No hace falta hablar con él para ver que es buena persona, por mucho que se haga esos peinados guerreros para impresionar más, o que por su tamaño parece una imagen que no es".
Ni siquiera el estrellato ha cambiado a Tavares, que siempre que vuelve a la isla o coincide con sus antiguos compañeros tiene pequeños detalles para recordar de dónde viene. Y como muestra el botón que recuerda Ojeda: "Mira, la primera vez que vino a Berlín con el Madrid el tío nos trae un jamón, queso, lomo… Lo miramos después por curiosidad y era una pata de jamón de mil y pico euros, un lomo de 500 euros. Tiene un corazón inmenso, está todo el tiempo agradeciendo".
"Era un gran compañero de piso, le tocó la habitación más pequeña en nuestro año de la Palma y el tío ni se quejó", señala Díaz, que todavía le recuerda por un 'altercado' por una lasaña. "Recuerdo dejar la mitad a mediodía en el horno para comérmela por la noche y cuando llegue después del entreno, muerto de hambre, deseoso de mi lasaña, abrí el horno y no había nada. Tío la vi ahí, pensé que la ibas a tirar y me la comí, me dijo Edy que se empezó a reír y no pude enfadarme con él. Es demasiado buen tío".
Un gigante de corazón desmesurado que hoy domina el baloncesto europeo con puño de hierro, el mismo que se lastimó cuando empezaba a jugar en Canarias tras llamar la atención por su altura en Cabo Verde.