BALONCESTO

Sasha Djordjevic: "Me costaba 5.000 pesetas llamar de Fuenlabrada a Belgrado"

El técnico serbio recuerda, en esta segunda parte de la entrevista, su etapa en la localidad del sur de Madrid. "Se me pone la piel de gallina", afirma.

Shasha Djordjevic, seleccionador de China, en un partido del pasado mes de agosto. /Getty
Shasha Djordjevic, seleccionador de China, en un partido del pasado mes de agosto. Getty
Julio Ocampo

Julio Ocampo

El 25 de junio de 1991, Croacia y Eslovenia declaran unilateralmente la independencia de la República Socialista Federal de Yugoslavia. Las bombas -una vez más- se llevaron por delante vidas, pero sobre todo historias humanas escritas con plumas invisibles.

Mientras que la NBA de Europa se desintegraba, la selección aún afrontaba los últimos retos bailando bajo la pólvora: ganar el Europeo de Italia'91 para seguir defendiendo el cetro anterior de Zagreb'89, gracias a los Danilovic, Petrovic, Divac, Kukok y Dino Radja.

En ese campeonato continental en tierras italianas faltó el playmaker titular -Obradovic- quien renunció a su último año para dirigir -con apenas 30 primaveras- el Partizán de Belgrado. El resto está escrito en los libros de historia geopolítica y deportiva: tras resoluciones del consejo general de las Naciones Unidas, la FIBA prohibió al Partizán jugar los partidos de la Euroliga en casa por motivos de seguridad. Entonces -Dorna mediante- emerge el cielo de Fuenlabrada con su pabellón Fernando Martín… Y la vida de todos cambia para siempre. También la de Sasha, un artefacto emocional capaz de tocar los corazones del hinterland madrileño y que repasa con Relevo aquella vivencia. Porque sí, algo se movía al sur de Madrid.

Líder y capitán. En la temporada 91/92 usted tenía 26 años. Todo un veterano porque la edad media del bloque era de 22. De hecho, los más jóvenes (Igor Perovic y Sindelic) tenían apenas 18. Usted venía de ganar el campeonato del mundo Junior en Bormio'87. Djordjevic es hijo de la guerra…

Me incomoda esta pregunta. Necesitaría mucho tiempo, porque no te lo puedo resumir. Es difícil para mí. Mis padres son profesores de Educación Física. Mi padre entrenó al Estrella Roja. Desde que tenía cuatro o cinco años me llevaba a ver los entrenamientos. Recuerdo a Dragan Kapicic, Simonovic… ¿Qué más? Mi abuela, como mi abuelo era partisano, me cosía las camisetas en blanco y negro. Luego me daba una patada en el culo y me mandaba a jugar ahí afuera. A un lado estaba el Estrella Roja y al otro el Partizán, blanco y negro lógicamente. Así comencé a mamar este asfalto de Belgrado. Mis padres, aún hoy vivos, siempre han sabido direccionar mi vida: estudio y baloncesto. Se lo agradezco mucho. Eso sí, te digo que era también muy buen futbolista y que esquío de maravilla incluso hoy. Lástima que aún me tengo que operar de la otra cadera.

Djordjevic pide “fin a la guerra” tras un partido de Copa Korac entre Barça y Estudiantes.  Reuters
Djordjevic pide “fin a la guerra” tras un partido de Copa Korac entre Barça y Estudiantes. Reuters

Su padre no le obligó jamás a ser del Estrella Roja, símbolo total del nacionalismo serbio.

No, para nada. Mi educación ha sido libre. Yo elegí mi vida, mi dirección. Hubo un momento clave cuando era adolescente, y es que se me iba la olla saliendo de fiesta con mis amigos. Se sentaron conmigo y me lo dejaron claro. Me dijeron que o un camino u otro. Crecí viendo al Partizán como un hincha más en las gradas. Me acuerdo de Lafitic, Dzakovic… Grandísimos jugadores. Jugaba al basket 3x3 con mis amigos hasta las diez de la noche. Aprovechábamos la luz de las farolas, porque no se veía nada. Esta es mi vida, y era fascinante.

De lo que usted recuerda -porque lo vivió en primera persona- ¿Cómo se deshace Yugoslavia?

Una parte de mi cerebro a los malos recuerdos los cierra en caja fuerte, pero no los olvida. Hoy día hay guerras, injusticia… Tengo recuerdos de hace treinta años poco nítidos, porque hay que centrarse en el presente. Mi mujer, mis hijas son mi mundo. También enseñar baloncesto… Así voy hacia adelante, porque lo sé hacer. Mi pueblo, mi país me parecía el mejor y más bonito del mundo. Lo pensaba de niño, pero también de adolescente. Teníamos un líder absoluto, un sentimiento de patriotismo, de pertenencia. No mirábamos si éramos musulmanes, católicos u ortodoxos. Todos hermanos porque éramos yugoslavos. Me siento orgulloso de todo eso. Creo que era un mundo sincero. Con 16 años en la selección juniors ya te encuentras gente de otras etnias, gente que hoy son amigos… Luego llega esta puñetera guerra, orquestada desde fuera. Eso lo comprendes después; el juego bajo cuerda que se hacía desde altas esferas. Se jugó con las personas menos inteligentes. Fue una injusticia, porque se las llenó de odio instrumentalizándolas. Comenzamos a destruirnos movidos por ira y odio, sí, eso es lo que sucedió. No hablo del país, porque eso luego se reconstruye… Hablo de personas, y eso es irreparable. Toda la gente de allí tiene un vacío existencial absoluto, una amargura, una tristeza enorme.

Usted era joven aún

Sí, demasiado como para comprender y reaccionar. Fue un impacto muy agresivo, un robo de nuestras vidas. Todos lo llevamos. Por suerte, algunos deportistas intentamos mediante nuestra profesión darle alguna alegría a la gente. En mi caso, jugando al baloncesto expresaba mi orgullo, mi valía, mi sentimiento de pertenencia. Más canastas era más amor hacia mi país. Lo hice muy bien. Siempre me sentí reconocido. Gracias a todos, comenzando por mis padres, por ayudarme a sacar todo el talento que llevaba dentro. La justicia que creo tener dentro, mis valores… Es lo que trato de contarle hoy día a mis hijas.

La NBA de Europa cayó a pedazos. Al levantarse, cada uno tenía un escudo diferente. El símbolo de esa lucha fratricida lo protagonizaron, quizá, Divac y Petrovic. Por suerte, el exilio de la temporada 91-92 fue un salvoconducto importante para tocar el cielo en medio de las llamas. En ese Partizán de Fuenlabrada estaban Danilovic, Kropivica (padre), Loncar, Rebraca e Ivo Nakic, un croata que incluso recibió presiones de su país.

Te puedo hablar sólo como jugador. No sé qué cosían detrás el presidente o coach Obradovic para nutrir esta mágica relación que surgió allí con la gente, con el alcalde Quintana (presidente del club hasta hace algunos meses). El vínculo emocional que establecimos con España fue maravilloso. No nos entendíamos, pero apreciaban nuestro talento y entendían la dificultad en la que nos encontrábamos. Sólo éramos felices en la cancha.

¿Cómo recuerda Fuenlabrada entonces?

Estaba en vías de desarrollo. Había medio pabellón y una ciudad que crecía. He vuelto muchas veces, y hoy es enorme. Me encanta, es una señora ciudad. En Belgrado es muy conocida. Conseguimos despertar allí la pasión por este deporte, casi por vez primera vez. El último partido que jugamos allí, creo contra el Joventut, nos fuimos al túnel de vestuarios, pero después tuvimos que volver al centro de la pista para saludar a la gente, que no paraba de animarnos. Ahora, al recordarlo, se me pone la piel de gallina. ¿Sabes? Yo jugaba para eso, para emocionar, para alegrar al público. Ver esos puños en el cielo es lo que hoy me llena de orgullo. A esta gente me la llevo siempre conmigo. Sucedió algo muy grande, y estamos muy orgulloso. Una historia enorme.

La guinda al pastel fue su triple en los últimos segundos de la final conta el Joventut de Lolo Sainz. Han pasado 31 años de eso.

Sí, de hecho hace algunos meses se celebró en Belgrado un partido homenaje en el que no pude estar lamentablemente. Sé que nuestros hinchas se volcaron y que hubo un ambiente enorme, similar a los choques contra el Estrella Roja. Pero, verás, quiero decirte algo que me olvidé, y que sucedió mucho antes de esta historia. Quizás por eso estamos aquí tú y yo.

Dígame

Te quiero contar por qué quise hacerme jugador de baloncesto. Tenía nueve o diez años, y estaba viendo un álbum de fotos de mi padre Bratislav. Había una foto suya descalzo con vendas blancas y negras. Había recortes de periódicos que decían: "Djordjevic mejor jugador del torneo celebrado en Italia". Había ocho escuadras: Gorizia, Padova, Venezia y Radnicki de Belgrado, entre otros. Descalzo en el cemento. Llevaba el número siete, y yo le pregunté los motivos de todo esto… Me comentó que había tenido un accidente de moto y le dolía mucho con las zapatillas.

¿Por qué decidió jugarlo si estaba lesionado?

Porque para él suponía una posibilidad de salir, ver el mundo, comprar algo. Yo quería superar esa gesta, la de ser MVP jugando descalzo en el cemento. Meses después, a las tres de la madrugada, estamos ambos viendo el Mundial de Manila, que ganamos. Entonces le dije que yo quería ser un jugador que ganaba una medalla de oro mundialista. Fueron mis dos grandes motivaciones.

Ganaste varios mundiales, el último en Atenas'98 contra la temible Rusia de Tichonenko. Volvamos al feeling Belgrado-Fuenlabrada. Esa simbiosis, esa sintonía.

Sí, sí. En país me ven sus partidos a día de hoy. La mayor parte de nuestros hinchas ya conocen la ciudad, todos mis amigos la han visitado al menos alguna vez. Hoy en día todo es más fácil, pero no le quita mérito a esta historia de amor.

Vuestro país estaba embargado, y España os tendió la mano.

Nos ayudó a no pensar en la guerra. La Cibona de Zagreb jugó en Santiago de Compostela, la Jugoplastika en La Coruña… Había momentos en que estábamos diez días allí incluso. Tratábamos de comprender la cultura española, pero no había muchos medios para comprender qué estaba sucediendo en mi tierra. Hablaba una vez a la semana con mi familia y me costaba cinco mil pesetas la llamada. Entonces todo el mundo decía tener la verdad. Había muchas verdades, aunque sólo hoy consigues comprender y saber qué sucedió. Ahora, con la madurez, comprendes esta mala suerte que sufrimos.

Djordjevic, con la selección de Yugoslavia, en un partido ante Italia.  Reuters
Djordjevic, con la selección de Yugoslavia, en un partido ante Italia. Reuters

No me quiero despedir sin preguntarle por Petrovic. No toda esa NBA europea tuvo éxito rotundo cuando, precisamente, cruzó el Atlántico. A Drazen le costó muchísimo. A usted, que también jugó en Portland, no dudó en dejarlo todo cuando le llamó el Barça…

Verás, anoche estaba viendo un partido del campeonato yugoslavo de aquella época. Eran las semifinales: Cibona-Partizan, en Zagreb. Estaba Petrovic, antes de ir al Real Madrid. Al otro lado, nosotros… C Obradovic de jugador, incluso. Entonces, a la NBA iban los mejores fuera de América: Sabonis, Fernando Martín, Petrovic, Radja, Kukoc, Divac o Marciulionis. Ojo, no iban todos sino sólo los mejores. Hoy hay 130 jugadores no americanos de los casi quinientos. Hoy la NBA no capta estrellas sino jugadores que necesitan para determinadas posiciones. En aquel periodo no comprendíamos bien las dinámicas de allí, el lado físico… Hoy todo se ha homologado: hay muchos americanos que vinieron a jugar a Europa. Muchos entrenadores también. Hoy tenemos acceso a más material, al mismo tipo de información, y es más fácil jugar allí.

En el 87, en Bormio, ganamos el oro tras imponernos dos veces a Estados Unidos. Yo era el capitán. Junto a mí, Divac, Radja, Kukoc, Illic, Alibegovic, Koprivica y coach Pesic. Enfrente: Gary Payton, Larry Johnson y coach Larry Brown. En ese momento la NBA decidió abrir sus fronteras, porque comprendió que en Europa estaba creciendo mucho este deporte. Piensa que Italia, con Gentile, Pittis y Pessina, quedó tercera, por delante de Alemania: con Rödl y Harnisch… Nosotros abrimos el camino para los que vinieron después. Hicimos lo más complicado, porque hoy es fácil llegar. Actualmente disponemos de material y hay scouts por todos lados; en mi época circulaba una cinta VHS que nos juntábamos en casa de quien tenía vídeo para verla. ¿Entiendes? En 2023 cualquiera sabe quién es Wembanyama, o que en su día Nowitzki llegó a la mejor liga del mundo de la segunda alemana. ¿Entiendes o no?