Rumble in the jungle, el mejor combate de la historia con el racismo y el apartheid como telón de fondo
Se cumplen 50 años de la mítica pelea entre Muhammad Ali y George Foreman en Kinshasa, en 1974. Fue el combate más icónico de la historia.

Michael Jordan, Usain Bolt, Michael Phelps, Rafa Nadal, Novak Djokovic, Tom Brady, Messi, Pelé…. Pongan en esta lista a todos los que ustedes consideren los mejores deportistas de todos los tiempos. Un calificativo tan injusto como difícil de aplicar y del que todos estos protagonistas huyen o rehuyen hablar. ¿Todos? No. Siempre hay una irreductible aldea que resiste al invasor. O en este caso, a la humildad.
Se trata de Muhammad Ali, un púgil que cambió las reglas del juego y que nunca esquivó el calificativo de 'El más grande', como sí hacía con los puños de sus rivales. Un gigante de ébano con una lengua mucho más letal que cualquiera de sus ganchos. Y eso es mucho decir, porque estamos hablando de uno de los mejores boxeadores de todos los tiempos y uno de los personajes más icónicos de la historia gracias a su combinación de habilidad y personalidad.
Y como todo Aquiles necesita su Troya, todo deportista requiere de una gran gesta para terminar de abrochar su leyenda, Ali firmó esa epopeya un 30 de octubre de 1974 en un lugar tan exótico como inesperado. En mitad de África, en el corazón del continente negro, el púgil de Louisville fue protagonista y vencedor del famoso 'estruendo en la jungla' -qué manía con españolizarlo todo y a veces qué mal queda-. O lo que es lo mismo el 'Rumble in the jungle'.
Un combate que sirvió como mecanismo de propaganda para el dictador del Zaire Mobutu Sese Seko y que nació de la cabellera alzada de un Don King, que encontró en los deseos de grandeza y propaganda del político la manera perfecta de embolsarse unos cuantos millones de dólares que por aquel entonces escaseaban en Estados Unidos por culpa de la crisis del petróleo. El promotor de boxeo, el más importante de la historia, necesitaba un golpe de efecto y para ello se le ocurrió una pelea entre una vieja gloria como era el hombre anteriormente conocido como Cassius Clay y el nuevo campeón del pueblo como era George Foreman.
Porque Ali ya no era aquel púgil que flotaba como una mariposa y picaba como una abeja. Sus mejores años parecían haberse perdido fuera del ring, castigado por su desobediencia y su negativa a enrolarse en el ejército estadounidense para participar en la Guerra de Vietnam. "¿Por qué deberían pedirme que me ponga uniforme y me vaya a 10.000 millas de casa y lance bombas y balas sobre la gente de color en Vietnam mientras que los llamados negros en Louisville son tratados como perros?". Una frase que le condenó cuando su boxeo rozaba la perfección.

Fue acusado, juzgado y condenado por negarse a incorporarse al ejército y se enfrentaba a cinco años de prisión. Le despojaron de su título de campeón del mundo de los pesos pesados y le prohibieron luchar durante más de tres años. Más de 1.000 días alejado de los cuadriláteros que terminan con un regreso a los mismos con 15 victorias, pero con dos derrotas en el zurrón. Algo inusual para él. Primero cayó con Joe Frazier en 1971 y en 1973 sumaba su segunda derrota como profesional al caer ante Ken Norton.
Para más inri, Foreman, el joven campeón que llegaba invicto a Kinshasa (40 victorias en su incipiente carrera, 37 de ellas por KO) aterrizaba en Zaire tras tumbar a Norton y a Frazier por KO técnico en dos de sus tres últimos combates. El púgil de Marshall, Texas, era el nuevo campeón. Joven, atlético y con una fuerza brutal en cada uno de sus directos, el combate contra el viejo aspirante parecía diseñado para convertirse en una sesión de baño y masaje para él. Las apuestas, no obstante, estaban cinco a uno a su favor.
Pero el boxeo es quizás el deporte más cinematográfico y literario de cuantos existen. Y en esa narrativa Ali se manejaba como pocos. Su carisma permanecía intacto y cuando aterrizó en Zaire meses antes de la pelea para aclimatarse al calor del país africano, no tardó en convertirse en un ídolo de masas. Las imágenes grabadas en Super8 de Ali corriendo por las polvorientas calles de Kinshasa acompañado de decenas de niños se convirtieron en una de las instantáneas de la década en el mundo del deporte.
Su cercanía con el pueblo y su lucha contra el racismo -cuatro años más tarde pronunció un discurso ante Naciones Unidas en contra del apartheid- le ayudaban a dar la vuelta a la tortilla y a convertirse en el bueno de la película. Durante meses se trabajó el cariño y la simpatía de la gente como un auténtico líder religioso o político. Les enseñó a corear su nombre, qué cosas debían gritar y en qué momento. El día del pesaje realizó el ensayo general ante 10.000 personas. Se bajó del coche y tras dar una vuelta al estadio agarró una batuta imaginaria y comenzó a dirigir al coro popular, que empezó a gritar desde la grada: "Ali, bomaye" o "Ali, mátalo" en castellano.

Foreman había caído antes de empezar. En parte por sus silencios, mucho más callado y 'antipático' que su rival, y en parte por la propia táctica del boxeador de Kentucky. Ali, en una nueva muestra de su bravuconería y manejo de la escena, se había encargado de difundir que su oponente era de Bélgica, el país que había colonizado Zaire y que había gobernado el país entre 1908 y 1960. Además, Foreman, viajó a África con Drago, su pastor alemán… que era la raza de perros que utilizaba la policía belga para infundir temor al pueblo africano durante décadas.
Las cartas estaban ya sobre la mesa y aunque el combate tardó más de un mes en celebrarse por culpa de una herida de Foreman, la expectación era máxima ese 30 de octubre. Bueno, era grande, pero no tanto como Mobutu y King esperaban. De hecho el dictador, al ver que el Estadio 20 de mayo (hoy conocido como Estadio Tata Raphäel) no iba a llenarse, decidió abrir las puertas a todo el mundo que quisiera entrar. Lo importante para Zaire era la foto y era inmejorable: más de 60.000 personas abarrotaron el recinto para intentar llevar a Ali en volandas.
Sonó la campana y Alí no defraudó. Se lanzó a por su rival e intentó llevar el combate al terreno de la velocidad, pero Foreman, mucho más preparado, no tardó en tomarle la medida y empezó a castigarle el cuerpo hasta que sonó el final del primer asalto. Viendo que esa táctica suicida no le iba a servir, Muhammad cambió el paso y sorprendió a su rival y a todos los presentes.
Al comienzo del segundo acto, Ali se retiró a las cuerdas. Algo que iba contra la ortodoxia del boxeo, ya que normalmente se huye de esa suerte porque deja menos margen de maniobra al púgil. Pero él lo usó a su favor. La esquina de Ali le gritaba que bailara. Pero Muhammad permaneció en el lugar, decidido a luchar en una postura defensiva, bloqueando algunos golpes, apoyándose contra las cuerdas para evitar otros y absorbiendo los martillazos que le llegaban de su rival. Puñetazos duros que impactaban en Ali, pero lo hacían en el cuerpo y los brazos, sin riesgo de caer noqueado.
Así, con algún que otro susto a medida que el cansancio hacía mella por la violencia de los golpes de Foreman, Ali sobrevivió hasta el final del séptimo asalto. Fue en ese momento cuando, en su esquina, vislumbró el fin del combate. Y así se lo hizo saber al tejano. "¿Eso es todo lo que tienes para mí?", le dijo al comienzo del octavo. "Ahora es mi turno". Palabra de Ali, que en ese octavo round noqueó sin piedad a su rival, dejando otra foto icónica para la historia del deporte y para los 10.000 millones de espectadores que siguieron el combate por televisión.
Fue el canto del cisne de Ali, que todavía peleó en otros 22 combates, pero que no volvió a ser 'el más grande'. Por contra, Foreman, que estaba llamado a ser su heredero como rey del ring, cayó en depresión y dejó el boxeo durante más de 10 años, aunque recuperaría el trono de los pesados en 1994, con 45 años, tras imponerse a Michael Moorer. Sin embargo, ya nada volvió a ser como antes de una pelea que dejó marcados a ambos contendientes para siempre y que se convirtió en la pelea más grande de todos los tiempos.