CICLISMO

Chiappucci y la etapa que pudo cambiarlo todo: "Porque Induráin tuvo amigos detrás..."

El mítico ciclista italiano recibe a Relevo en su casa para repasar el pasado y el presente del ciclismo.

Claudio Chiappucci durante el encuentro con Relevo en Abbiate Guazzone./MICHÈLE NOVOVITCH
Claudio Chiappucci durante el encuentro con Relevo en Abbiate Guazzone. MICHÈLE NOVOVITCH
Julio Ocampo
Michèle Novovitch
Álex Corral

Julio Ocampo, Michèle Novovitch y Álex Corral

Dicen que si el ajedrez es un deporte físico, el ciclismo es todo mental. No parece estar muy de acuerdo Claudio Chiappucci, quien a punto de cumplir 60 años abre las puertas de su casa de Abbiate Guazzone, una fracción de Tradate en la provincia de Varese (Lombardía). Preparado para comentar el inicio de la temporada con las primeras clásicas y las grandes vueltas, 'el Diablo' redibuja sueños pasados para poder permanecer en ellos, quizás porque sabe pedalear mucho mejor ahí, y porque Italia -al fin y al cabo- es una postal en blanco y negro. Se siente fuerte y seguro en esa gama cromática de reinos, condados, montañas y campanarios.

Entrevista con Claudio Chiappucci.IMAGEN: MICHÈLE NOVOVITCH | EDICIÓN: ÁLEX CORRAL

Claudio nos espera con la bici en la estación, a la que se llega en tren regional desde Milano Centrale. Quizás ya preparado para grabar mientras sube esa pequeña cima que flanquea el Santuario de la Madonna delle Vigne, a cinco minutos de su hogar. El ciclismo tuvo algo de místico, romántico y religioso. Lo sabe, eso sí lo sabe. Por eso se resguarda bien ahí.

"No tengo mucho tiempo, así que tenemos que hacerlo rápido". Es el primer impacto, su buongiorno; benvenuti! Ese lacónico preludio indica que la entrevista sólo puede mejorar, aunque para ello no será necesario detenerse en los nuevos tiempos, donde brillan con luz propia ingentes estrellas -algunas ya consagradas- como Pogacar, Roglic, Van der Poel, Van Aert, Bernal, Carapaz, Alaphillipe o Mark Cavendish, dispuestos a comandar este 2023. Una vez más.

Claudio Chiappucci durante el encuentro con Relevo. MICHÈLE NOVOVITCH
Claudio Chiappucci durante el encuentro con Relevo. MICHÈLE NOVOVITCH

Claudio no va por ahí. Su ciclismo es de otro siglo y está cosido con distinto material. Lo conoció gracias a su padre -Arduino Chiappucci-, quien combatió durante la II Guerra Mundial y fue prisionero en Túnez junto a Fausto Coppi. Y lo vivió en sus carnes con Miguel Induráin en los 90. Entre medias, estuvo cuatro años como gregario (1985-89) e incluso llamó la atención del mítico Carrera, donde debutó como profesional con 22 años. "Bugno, Rominger, Erik Breukink… Antes Fignon, Perico Delgado o Greg LeMond (ganó el Tour del 90 con Chiappucci segundo) fueron mis grandes rivales. Un grupo de corredores que cambió la imagen del ciclismo insuflándole un aire popular que desgraciadamente hoy ya no existe. Hoy todo es mucho más tecnológico y menos instintivo. Fueron muy grandes, pero el mejor era Miguel Induráin. Él fue mi principal montaña de escalar. La más dura", confiesa mientras rescata recortes de periódicos con títulos que, precisamente, se hacían eco de esa ardua rivalidad.

"Eran años en los que los grandes giros tenían cronos largas, y en este sentido yo era peor que Induráin pero intentaba defenderme y lograr lo que podía. No seguía ninguna estrategia sino mi instinto", rememora desde su casa mientras continúa mostrando fotos que le retratan con esa postura poco elegante y una fisionomía extraña engalanada con ínfulas del predestinado. Un diablo en sus esferas más carnales y contrapuestas: soberbia, bondad y miseria. Siempre con ese aura, también hoy, de imprevisibilidad, espontaneidad, musicalidad y talento virgen. Propia de los genios suicidas -rebeldes, indomables e inacabados-, incapaces de pactar con las mazmorras de la globalización, del progreso.

"Mi verdadera montaña fue Induráin, no la que pedaleaba"

Claudio Chiappucci

"A Induráin no fue fácil ganarle. Gracias a él, tuve que hacer grandes escapadas desde muy lejos para poder desequilibrarle. Busqué cosas fuera del ciclismo como el famoso instinto, que parecía poco natural para la gente, aunque para mí estaba muy estudiado. Traté de torpedear los planes que tenía Induráin. Mi verdadera motivación, mi verdadera montaña, fue él. Es verdad. No fue la que pedaleaba, sino la que luchaba para obtener un buen resultado. Él es el icono más importante de lo que fue mi historia como ciclista", exclama mientras sigue echando la vista atrás.

La carrera del navarro es de sobra conocida. La de Chiappucci, escalador genial, incansable e indomable, una especie de Pantani antes del propio Marco, está también a la altura de los más grandes pese a ser considerado por muchos detractores como el eterno segundo. Lo cierto es que consiguió dominar tanto las clásicas de un día como las carreras de tres semanas. A destacar: plata mundial tras Luc Leblanc en el 94, varios podios finales en Giro y Tour, además Giro del Piemonte en el 89 y la Milán-San Remo en el 91, entre otras gestas. "De todas esas victorias me quedo con el segundo puesto de la Grande Boucle en el 90 (no sucedía desde los tiempos de Felice Gimondi en los setenta), pero sobre todo con el Sestriere del 92". Una etapa al más puro estilo Garibaldi, héroe de los dos mundos.

El líder hasta ese momento era Lino, pero su ataque vino en grupo, con Virenque a la cabeza. Para después liberarse de todas las cadenas y comenzar una fuga memorable, de otra época en la que el color aún no había llegado a la televisión. "Se la menciono a menudo a Miguel. Me vio en la salida y en la llegada tras 260 km. Le recuerdo que tuvo suerte por tener amigos detrás, de lo contrario habría sido otro Tour. Sí, habría podido cambiar la historia de ese Tour, pero desgraciadamente el destino de las carreras es así. Lo que está claro es que él cambió mi forma de correr".

La nostalgia de hacer sudar

Hace años Miguel Induráin concedió una entrevista a La Gazzetta dello Sport donde dijo que quien más difícil se lo puso, quien más le hizo sudar en su carrera, fue Chiappucci. ¿Le enorgullece? "Creo que esta manera de ser rivales nos hizo mejores. Logró que muchos tifosi comenzaran a interesarse por el ciclismo, a creer en él. El ciclismo mejoró. Conmigo, siempre al ataque. Y el suyo, quizás un poco más pasivo, menos agresivo que el mío, más de control, con cronos donde podía decidirlo todo… Pero encontraba ciclistas como yo, que no aceptaban eso. Esto ha creado pasión entre los hinchas, que hasta el final esperaban una remontada. Que él, Induráin, tuviera días difíciles… Bueno, aunque él casi nunca los tuvo. Aun así, yo siempre intenté que lo pasara mal. Esto, desgraciadamente, hoy es raro en el ciclismo. Hoy todo está más calculado. No hay gestas ni carreras épicas. Y sí, sé que a Induráin cuando se retiró le preguntaron a menudo quién se lo puso más difícil… Obviamente fui yo. Me gusta recordarle esos momentos cuando le veo, aunque él es más tenebroso, habla menos".

"Nuestra rivalidad nos hizo mejores. El ciclismo mejoró"

Claudio Chiappucci

Es tal la precisión con la que lo cuenta, con detalles, gestos propios de la comunicación no verbal e incluso irradiando aún emociones escondidas en los asteriscos del alma, que da la sensación -Claudio Chiappucci- de vivir aún atrapado por la nostalgia y la melancolía. Enmarcado por el Sestriere (200 kilómetros de fuga en solitario con enorme desnivel), el Tourmalet, el Mortirolo, algún que otro campanario custodiando las Vírgenes, la Italia pretérita o sus múltiples maglie a pois (líder de escaladores). "No, te equivocas. No tengo nostalgia porque viví un gran ciclismo. Fui protagonista durante 15 años y di lo máximo por este deporte y por los hinchas. La tecnología no siempre trae progreso. De hecho, a veces ha portado cosas malas. Es verdad que hubo mejoras en la bici, pero en la manera de interpretar el ciclismo no creo que hoy existan esas ganas de aprehensión de nuestros tiempos. Pocas veces se ve hoy en día grandes gestas en los ciclistas. Son poquísimos los que marcan diferencias de verdad, y cuando lo hacen intentan que sea en la parte final de la carrera. Nosotros éramos competitivos del inicio al final de cada carrera, con distancias mucho mayores… Creo que nuestro ciclismo dio una gran imagen, una gran impronta a quien ama este deporte. El actual, insisto, es demasiado tecnológico, muy rápido, con poca intuición salvaje", espeta haciendo uso de una agresiva apología del romanticismo. Como diría Pasolini, escritor y poeta italiano asesinado brutalmente en la playa de Ostia, "la pasión no conoce el perdón. No te perdono ni siquiera yo, que vivo de pasión".

Pantani y Contador

Durante la conversación, el presente más próximo del anárquico Chiappucci no alcanza, no roza apenas el legado del último talento indómito con esa índole inclasificable: Peter Sagan. El Diablo, como fue bautizado en Colombia por su apetito insaciable de atacar, de victoria - en cierta manera herencia del canibalismo de Merckx-, tras analizar el vergel florido de vino y rosas que él mismo vivió, se detiene en el capítulo Pantani y pone fin al libro de su historia en Alberto Contador. Poco más. "Nuestro ciclismo era más humano, instintivo, natural, visceral, más de sensaciones. Obviamente no teníamos auriculares y estas cosas que se usan hoy, que son bonitas de ver pero alteran la verdadera naturaleza del ciclista, su motor, que es el corazón", apunta.

Con ejemplos es más claro: en las antípodas de Froome, quizás el último gran fenómeno robotizado, estaba entonces Marco Pantani, un amigo de quien no se quiere olvidar. "Era como yo. Cuando comenzaba la subida no tenía nada programado. Formaba parte de ese ciclismo que consistía en mirar a adversarios, ver qué cara tenían, si estaban cansados, si estaban bien…. Y, después, en ese segundo, atacar. Hacía esto de manera fenomenal en un momento en que faltaba una figura importante. En su generación firmó escaladas que hacía años no se veían. Puedo decir que él tenía la naturaleza pura del ataque sin pensárselo de demasiado, porque cuando decidía atacar, atacaba y punto. Quien pudiera seguirle que lo hiciera, y era justo así porque al final la subida es un reto contigo mismo. Él dominaba porque creía. Era muy duro, tenaz, obstinado, motivado para ganar", subraya.

Claudio Chiappucci, durante su encuentro con Relevo. MICHÈLE NOVOVITCH
Claudio Chiappucci, durante su encuentro con Relevo. MICHÈLE NOVOVITCH

También Alberto Contador, a quien considera -de la nueva era mecánica- quizás su alter ego. "A diferencia mía, que se me daban bien las clásicas y los grandes giros, él era más de carreras por etapas, pero atacaba, ya lo creo que atacaba. Sabía cuándo hacerlo para destrozar adversarios", argumenta mientras comienza a abrir un libro -el de su vida nuevamente- que le hicieron en un colegio de Valencia unos niños entusiasmados con el ciclismo de Claudio, tutto cuore. "Mira cómo me pintaban. Se equivocaban cuando escribían mi apellido, se les olvidaba una p o una c, pero no importa. El regalo que me hicieron fue enorme. Creo que representaron bien mi verdadera esencia".

La última pregunta

Mientras Claudio nos enseña sus vinos y cervezas artesanales, de producción propia, no rehúye siquiera la pregunta más incómoda, que precisamente une, cual cordón umbilical, a Pantani y Contador con él. Porque al final todo es un bucle.

A usted la UCI le descalificó en 1997, cuando ya estaba en el Asics, por un índice del 51,8% de hematocrito (porcentaje de glóbulos rojos en la sangre), que sólo se explica por el uso de EPO. Fueron los años con el doctor Conconi, un gurú de la preparación física en esa época. Tras la plata en el Mundial del 94, se había bajado de los podios para siempre. ¿Qué sucedió?

"La mía no fue una descalificación por doping. No fue por doping, ¿claro? Yo me tuve que parar sólo quince días porque tenía valores alterados. Después de este parón, y tras haber rehecho los test, todo estaba en regla. Hubo una variación que en ese momento estaba en fase de desarrollo. Si estabas cerca de esos valores que sobrepasaban esos límites… Se llamaba tutela de la salud, y te paraban para repetir el test. Si estabas ok volvías a la carrera. No es una sanción por doping. Estuvo manipulada esta palabra y nunca del todo bien explicada. Se ha usado en manera desmedida, también por periodistas. Nunca ponderada. En mi caso, como en otros, como en el de Pantani -donde también había un valor fuera de la norma- la palabra doping era por malicia, por instrumentalizar el asunto, pero no fue así. El verdadero doping se legalizó después; en ese momento era así. Las reglas entonces eran como cuando uno enferma por un resfriado… Tiene 39 o 40 de fiebre… Hay que darle el tiempo para que vuelva a estar bien. La semana era necesaria. Si se regulaban tus valores quería decir que todo era normal. Esto sucedió. Por cierto, ¿ya os marcháis? ¿Sabéis que todavía corro? En unas semanas voy a España".