CICLISMO

Herminio Díaz Zabala revela los entresijos de su victoria en la Tirreno-Adriático: "Me decían que estaba loco"

El cántabro, gregario estrella del equipo ONCE, atiende a Relevo para recordar el inolvidable triunfo de 1991, el primero de un español en la ronda italiana.

Herminio Díaz Zabala, en el Tour del 98 agarrado al coche, donde le observa su compañero Laurent Jalabert./REUTERS
Herminio Díaz Zabala, en el Tour del 98 agarrado al coche, donde le observa su compañero Laurent Jalabert. REUTERS
Daniel Arribas

Daniel Arribas

Con el cambio de siglo triunfó Olano, años después voló Freire, pero antes, mucho antes que ellos, Herminio Díaz Zabala se convirtió en el primer español que inscribió su nombre entre los ilustres vencedores de la Tirreno-Adriático, la vuelta ciclista de una semana que transcurre cada primavera entre los dos mares que estrechan la bota italiana y cuyo trofeo, tridente dorado de Neptuno, dios de los mares, levantaron años más tarde Nibali, Contador, Quintana, Roglic o Pogacar.

A diferencia de ellos, gallos en el agitado corral de las grandes vueltas, Díaz Zabala era gregario, y de los buenos. "Yo era, o al menos eso creo, un tipo sensato, currante y con las ideas muy claras", asegura a sus 59 años el exciclista del equipo ONCE, retirado en 1998. "Siempre supe cuál era mi sitio y creo que mis compañeros lo valoraban. Confiaban en mí y me respetaban mucho".

Aquel 1991, dos años después de vaciarse camino de Benicasim para conseguir su única victoria en La Vuelta a España, Díaz Zabala llegaba a Italia entonado. "Estaba muy bien, la verdad, había tenido una grandísima preparación en invierno", recuerda. "La Tirreno-Adriático, además, era una carrera complicada para el ciclismo español, porque, aunque se trataba de una vuelta por etapas, era prácticamente una carrera de siete clásicas consecutivas. Ibas allí y te encontrabas a todos los italianos, belgas y holandeses preparando la San Remo y el resto de clásicas".

Díaz Zabala recuerda la tranquilidad con la que afrontó la contrarreloj final de la Tirreno-Adriático 1991.D.A. / RELEVO

El cántabro, acostumbrado a rodar siempre fuera del foco, más pendiente de otros que de sí mismo, cazó una buena renta en la primera jornada, 185 kilómetros entre las ruinas de Pompeya y Ottaviano. "Era un terreno complicado, de continuo sube-baja y muchos repechos por los alrededores de Nápoles y el golfo de Sorrento", explica. "Se fue rapidísimo, pero me sentí muy bien, controlando y tapando huecos. A 35 o 40 kilómetros de meta salió una escapada, un grupo de nueve, y nos fuimos para adelante hasta jugarnos la etapa entre nosotros".

El cántabro cruzó la meta en tercera posición y desde allí, su camino hasta San Benedetto del Tronto, plaza de la contrarreloj final de la carrera —18,3 kilómetros a orillas del Adriático—, transcurrió sin grandes sobresaltos. "Fuimos salvando días, tratando de guardarme un poco más en los finales de etapa", añade al otro lado de la pantalla. "Intentamos cada día hacer los finales duros, porque salvo una etapa, siempre se terminaba para arriba y teníamos que intentar sacar algo de tiempo a los rivales, incluso eliminar a alguno si era posible".

Todo, para llegar al día clave con la clasificación general por decidir. Un escenario que, lejos de despertar nervios traicioneros, calmó las pulsaciones ya de por sí bajas —"entre 38 y 42"— de quien fuera gregario de Zulle o Jalabert y, por tanto, extensión en carretera de Manolo Saiz. "La verdad es que hasta yo mismo estaba sorprendido de lo tranquilo que estaba", zanja. "Días antes, en la Vuelta a la Comunidad Valenciana, había hecho una crono muy buena y estaba convencido de que en la Tirreno también podía darse".

Díaz Zabala confiesa lo que pasó antes y después de ganar la Tirreno-Adriático de 1991.D.A. / RELEVO

A la crono decisiva, Díaz Zabala llegó segundo en la general, solo una veintena de segundos por detrás de Federico Ghiotto, el italiano que había liderado la carrera desde la jornada inaugural. "El día de antes, en la penúltima etapa, salimos a fuego con Marino [Lejarreta], con Miguel Ángel Martínez... Queríamos hacer una etapa súper dura y eliminar a todos los rivales que pudiéramos", recuerda. "Aun así, tuve que jugarme la victoria final ante el crono con Ghiotto, con Raúl Alcalá, que era un grandísimo contrarrelojista, y con Thomas Wegmuller, que venía de ganar el año anterior el Gran Premio de las Naciones".

Lo que poca gente sabe, todavía hoy, es que un día antes, justo después de completar los 188 kilómetros de esa séptima y penúltima etapa camino del Adriático, Díaz Zabala y el resto de corredores del equipo ONCE regresaron al hotel en bicicleta. "Me cambié en el coche y fuimos haciendo 'trascoche' hasta el hotel, 30 o 40 kilómetros sin forzar mucho, ritmo suave, pero sin dejar de rodar", apunta. "Creo que incluso me vino bien, porque había sido un día muy exigente. Claro, el resto de equipos nos adelantaban, me veían y gritaban: ¿pero estás loco?".

Herminio Díaz Zabala recibe instrucciones de Manolo Saiz desde el coche. Imagen de archivo
Herminio Díaz Zabala recibe instrucciones de Manolo Saiz desde el coche. Imagen de archivo

Por suerte, aquel 20 de marzo de 1991, día en el que la carrera se resolvía ante en crono, todo salió bien. "Crucé meta y con las referencias que me había dado Manolo por el pinganillo y que yo escuchaba por megafonía de Melcior Mauri, que finalmente hizo tercero, sabía que había hecho una buena crono", admite. "Nada más pasar la meta, seguí hacia adelante, ya recuperando un poco, y cuando me di la vuelta para volver hacia la zona de meta, justo me crucé con Ghiotto, que había salido detrás de mí, y con él venía Valentín Dorronsoro, nuestro masajista, dando saltos y directo a darme un abrazo. Ahí supe que había ganado la Tirreno-Adriático".

"En ese momento estás feliz, sí, pero lo normalizas todo, no te das cuenta realmente de la magnitud de lo que has conseguido. Llevas una semana encontrándote bien, pensando que es posible y viendo que se dan los pasos necesarios para conseguirlo...", sentencia Díaz Zabala. "Estaba en un gran momento, incluso con algo de euforia, pero recuerdo que me cambié en el coche y cuando iba para el podio me dijo Manolo, eh, ¡las perneras! ¿A dónde vas sin las perneras? Claro, yo me había cambiado solo la parte de arriba e iba con el culote del buzo abajo. Las perneras, Herminio, joder, que hay que pensar ya en San Remo. Así era él. Era un momento de mucha alegría, una victoria importante para todos, pero él ya estaba pensando un poquito más adelante".