DOPAJE

Así es el infierno de luchar contra un falso positivo que arruina tu vida deportiva

El caso de la ciclista Lizzy Banks pone en solfa el sistema antidopaje en todos sus estamentos, desde la detección de sustancias hasta la imposición de sanciones.

La ciclista Lizzy Banks celebra su victoria de etapa en el Giro de Italia de 2020. /GETTY IMAGES / LUC CLAESSEN
La ciclista Lizzy Banks celebra su victoria de etapa en el Giro de Italia de 2020. GETTY IMAGES / LUC CLAESSEN
Fran Reyes

Fran Reyes

"No hay control antidopaje que pase sin miedo", confiesa un ciclista profesional en la intimidad de su concentración en Sierra Nevada; "porque, aunque sepa que no he hecho nada, no sé cuál pueda ser el resultado del análisis". En el sistema antidopaje trenzado teóricamente para proteger su salud, el deportista puede convertirse fácilmente en la presa: una víctima de un laberinto trazado a conciencia para que los tramposos no puedan evadirse y que atrapa, también, a los inocentes que por error se ven dentro de él. Todo, en última instancia, por una cuestión de recursos que inducen a la negligencia de los distintos organismos de la lucha contra el dopaje.

Un gran ejemplo de esto es el caso de la ciclista Lizzy Banks (1990, Malvern), denunciado por ella misma esta semana, más de un año después del control antidopaje que la arrojó al infierno deportivo y personal. Ciclista profesional durante seis temporadas, con dos etapas del Giro de Italia en el palmarés, la británica había estudiado siete años de la carrera de Medicina antes de emprender su vida deportiva y decidió usar sus conocimientos para batallar en primera persona contra el sistema antidopaje. Tras nueve meses de ardua batalla, consiguió el sobreseimiento de su caso y ha publicado un exhaustivo relato de casi 50 páginas explicando cómo con pelos y señales.

El control positivo, arrojado el 12 de mayo de 2023 y comunicado por la agencia británica antidopaje (UKAD) dos meses y medio más tarde, el 28 de julio, revelaba la presencia de dos sustancias en el organismo de Banks. La primera, formoterol, es un antiasmático que, según la británica, llevaba años utilizando bien por debajo del límite que establecía la autorización para uso terapéutico con la que contaba. La segunda, clortalidona, es un diurético: el típico que está prohibido en el mundo del deporte por su uso como enmascarador para diluir la orina (dificultando la detección de posibles sustancias dopantes) y para estimularla (acelerando su eliminación).

Los precedentes de positivos por enmascaradores son numerosos en el mundo del deporte, desde el famoso caso del Probenecid que casi elimina a 'Perico' Delgado del Tour de Francia que ganó en 1988 hasta la actualidad, cuando los casos se cuentan por centenares cada año. En el caso concreto de la clortalidona, sólo en el último año y medio ha aparecido en muestras de un futbolista del Lech Poznan (Bartosz Salamon), del campeón del mundo de trail (Stian Angermund) o de un ciclista de Visma | Lease a Bike (Michael Hessmann). El primero consiguió escapar sin sanción; los otros dos todavía esperan la resolución de sus respectivos casos.

La primera complejidad que hubo de afrontar Banks fue que, una vez presente el diurético, el antiasmático pasaba también a ser motivo de sanción; poco importaba lo documentado y prolongado de su uso, ni la cantidad detectada. No obstante, el problema seguía siendo la clortalidona. En su caso, la cantidad encontrada fue de 70 nanogramos por mililitro de sangre; 1400 veces más que los famosos 50 picogramos por mililitro de clembuterol hallados en la sangre de Alberto Contador durante el Tour de Francia de 2011, pero aun así una cantidad ínfima que, según constató la propia Banks, no puede ser detectada por la mayoría de laboratorios acreditados. Esto constituye, en sí, una disparidad de criterio: según el laboratorio, el deportista se encuentra ante un positivo o no.

Aquí entró en juego otra particularidad del sistema antidopaje: el deportista es culpable a menos que demuestre su inocencia, lo cual deposita la carga de la prueba en el acusado. El espíritu es simplificar el proceso para que las agencias antidopaje no tengan que urdir cada caso para establecer de forma inequívoca que el deportista se ha dopado, enfrentado a dicho deportista a una situación de 'probatio diabolica': el reo debe demostrar lo que no ha hecho. En favor del reo, el código de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) establece como método de análisis el 'equilibrio de probabilidades': la defensa del deportista debe presentar una variedad de escenarios, argumentar cuál es la más plausible y convencer así a la acusación (en este caso, la agencia) de que está libre de culpa.

Según su testimonio, Banks se gastó 40.000€ en pruebas de todo tipo para tratar de determinar el origen de la clortalidona y aseverar que no la había consumido de forma consciente, sino por contaminación cruzada: esto es, que la sustancia estaba presente en un producto en el cual no debía estar. La británica trató de analizar todos los medicamentos y suplementos nutricionales que había consumido en la previa del control positivo para tratar de encontrar clortalidona en alguno de ellos. Testó los productos que usó su dentista para tratarla; también su propio pelo para demostrar que en él había restos ínfimos de clortalidona, lo cual sustentaría la hipótesis de una contaminación cruzada.

En los nueve meses que tardó en pergeñar su defensa, Banks se encontró con un hecho desolador: la clortalidona podía estar en cualquier parte, desde el agua del grifo hasta una simple pastilla de paracetamol. "Los niveles de contaminación cruzada en la industria farmacéutica son alucinantes", escribe en su relato. También con respuestas pasivo-agresivas tanto de la AMA como de UKAD… hasta que, cinco días antes de la audiencia ante el tribunal que debía juzgar su caso, esta última decidió sobreseerlo y asumir su hipótesis de contaminación cruzada como cierta. Ocurrió el 11 de abril de 2024: once meses después del control, ocho meses y medio después de la notificación del control positivo producido "sin error ni negligencia" por su parte, según la UKAD.

La liberación será completa cuando cese el segundo período de recursos para la AMA, dentro de dos semanas. No obstante, Banks hizo público su caso este 21 de mayo. "Sufrí mi enésima crisis el viernes 17. Necesitaba sacarlo ya". Durante este tiempo, la ya exciclista no sólo estuvo encerrada con su marido, sus gatos y la ingente cantidad de documentación que preparó para defender su inocencia: también con pensamientos suicidas. "Me golpeaba la cabeza contra la pared", contó en una dura entrevista con 'The Telegraph'. "Sentía deseos tirarme delante de un autobús. Le pedía a mi marido que escondiera los cuchillos. Era aterrador".

Aunque Banks ahora aspire a ser carpintera, la importancia de su caso para el deporte es capital. Principalmente, porque constituye un ejemplo palmario de hasta qué punto es difícil y costoso para un deportista defenderse de un falso positivo. Ella pudo afrontar su defensa en primera persona (si bien asesorada por un bufete de abogados); otros han tenido que gastarse miles o incluso millones de euros en pergeñarla. Para algunos, la carencia de los recursos económicos necesarios les obliga a aceptar una sanción que consideran injusta o insondable y alejarse del deporte. Una desigualdad que no debería permitirse.

En el otro lado de la balanza están las circunstancias de las entidades antidopaje. En 2022, la AMA 'sólo' contó con 46 millones de dólares de presupuesto anual para vigilar y sancionar a deportistas que, en casos extremos, perciben en medio año un salario superior a dicho presupuesto. Con sus recursos, un tratamiento cuidadoso y juicioso de cada potencial caso de dopaje es una quimera. Las normas en su favor son draconianas por necesidad; y, por serlo, un individuo con recursos puede 'tumbarlas' en un proceso legal ante instituciones ordinarias, tal y como ha ocurrido con el 'caso Ibai Salas' y el pasaporte biológico en España. En esas sombras, prosperan y se escabullen los monstruos.