Aston Martin nos obliga a poner a Melendi a todo volumen
La Fórmula 1 es de locos. Empiezo a escribir estas líneas calculando si seré capaz de publicarlas a y 33. No hay explicación. El Aston Martin funciona y en nuestras cabezas es el mejor coche del Mario Kart y en el modo fácil. Hasta Stroll, sin pretemporada, ha marcado un tiempo sobresaliente. Es imposible que no gane. Es imposible. Es que lo va a hacer. La 33. "¿Cómo?", dijo Alonso tras llegar a Bahrein. Está encantado. Sonríe como con 'El Plan'. Lo que creímos en 'El Plan'. España no ha estado tan unida desde el 'Chanelazo' y el asturiano lo promete superar con creces.
Lideró los Libres 2 y aún no sabemos cómo. Ni cuánta gasolina llevaba, ni lo que se reservaron los Red Bull. Estoy convencido que el 'Nano' se lo propuso. A toda costa. Él cree que necesitamos esa inyección de ilusión. La realidad es que ya sentimos sobredosis. Años y más años eligiendo creer y ahora resulta que igual lo de creer de verdad es posible.
Contaré una pequeña vivencia personal. Era yo muy pequeño cuando viajaba cada verano a Almuñécar, un pueblo de la Costa del Sol. Típico destino vacacional, un remanso de paz. Solo se agitaban las aguas los domingos a las 14:00, cuando Alonso se subía a su McLaren a pelearse con Hamilton. Los turistas no dejaban de gritar, en cada adelantamiento. Cada parada en boxes se sentía como una operación a corazón abierto.
Melendi está de enhorabuena. Ni el violinista que está en tu tejado ni sus experiencias caminando por la vida gozan de la popularidad de su canción dedicada a Alonso. Cuántos hogares de este país la habrán reproducido en bucle en las últimas horas. "El Nano no es humano, el Nano es inmortal y sale en las revistas junto a Hulk y a Supermán", canta otro de los grandes iconos asturianos.
Ya ha llovido desde entonces. Lo de las revistas incluso se ha quedado algo desfasado. El que no envejece es Fernando Alonso, que sigue paseando sonriente por el paddock, como si le diera igual. Detrás tiene a millones de espectadores celebrando sus sectores morados más que los goles de su equipo. Su carisma es una invisible cadena que nos ata al deporte. Elegimos creer.
Una historia sin fin
Este domingo no nos despegaremos de la televisión. Cuando le veamos en décima posición, si se da el caso, cruzaremos los dedos para que caiga una tormenta torrencial que provoque que saque la varita. Como tantas veces. Mientras haya un pequeño rayo de luz al final del túnel decidiremos cegarnos.
El deporte es lo de menos, porque también creeríamos si pugnara con Tsunoda y Sargeant. Alonso ha marcado el mejor tiempo de los Libres 2. El Aston Martin va rápido a una vuelta y guarda un gran ritmo de carrera. Apenas tiene degradación. Ferrari y Mercedes aún no han demostrado funcionar mejor. Al menos, en caso de que lo superen, habrá una diferencia escasa. ¿Y si sí? La fe mueve montañas y su coche, a 300 km/h, también.
En 2005, ganó su primer Mundial. No había nacido la princesa Leonor, que ya roza la mayoría de edad. Se acababa de aprobar en España el matrimonio igualitario. Madagascar o Mar Adentro se estrenaban. El Liverpool remontó un 3-0 al descanso en la final de la Champions. Nació YouTube. El Canto del Loco lanzó Zapatillas.
La de tiempo que ha pasado, ¿eh? Y aquí seguimos, con la misma ilusión. La del amor verdadero. La que despierta Alonso. La que quiere despertar. La que le compramos y compraremos. Cheque en blanco. Lo siento, creí en 'El Plan' y ahora confío ciegamente en el Aston Martin. ¿Acaso hay alguna peli de Supermán con final trágico?