OPINIÓN

Álvaro Morata pone por fin nombre a los eufemismos

Morata lamenta una ocasión fallada en un duelo ante la Fiorentina. /Reuters
Morata lamenta una ocasión fallada en un duelo ante la Fiorentina. Reuters

Hay algo muy bonito en la entrevista de Carlos Herrera (hijo) a Álvaro Morata y es cuando el capitán de la Selección española le da las gracias "a Pilar, mi psiquiatra". Hay ahí más visibilidad que en mil campañas de concienciación juntas. De repente, las enfermedades tienen nombre ("depresión, ansiedad, ataque de pánico"), las soluciones se especifican ("tomé todo tipo de medicamentos, estar medicado no es un problema") y hasta las terapeutas tienen nombre y parece que forman parte de la familia.

Toda la entrevista, planificada ex profeso para este jueves, día de la salud mental, es un derroche espontáneo de naturalidad y hay que darle las gracias a Morata por hablar claro y no andarse con subterfugios. Incluso se nota que el entrevistador adopta un tono distante, casi aséptico, como si no quisiera agobiar a su invitado y recurre a los eufemismos típicos ("¿cuándo decidiste pedir ayuda?") para no mencionar la bicha. Al delantero, sin embargo, no le importa decir "fui al psiquiatra" porque sabe que así muchos otros se atreverán a repetir sus palabras.

La importancia de la salud mental en el deporte de élite es algo relativamente reciente y en el que mucho tienen que ver Naomi Osaka y Simone Biles. No es que no hubiera depresiones antes, es que era muy difícil salir a los medios a confesarlas. De hecho, tanto a la tenista japonesa como a la gimnasta estadounidense les cayeron todo tipo de chanzas allá por 2021, cuando resultó que eran "débiles" y "malas competidoras" e incluso sus compañeros se lo recordaron como no habían hecho, por ejemplo, cuando Michael Phelps bordeó el abismo y se entregó al alcohol o cuando Gervasio Deferr se entregó a la noche y sus tentaciones.

Entre los futbolistas… bueno, está el ejemplo de Robert Enke, por supuesto. Pero Enke quedó como una especie de "bicho raro", hasta el punto de que se fue alejando de la esfera de competición y éxito que es el fútbol profesional para acabar suicidándose. Probablemente, las razones fueran múltiples y desconocidas, como siempre pasa en estas desgracias, pero todo el mundo coincidió en que la mala gestión de las expectativas era el principal motivo.

Sentirse culpable de tener éxito

Afortunadamente, eso va cambiando. El documental sobre LaLiga que emitió Netflix este verano ya se tomaba muy en serio esta cuestión: Bojan, Ferran Torres, Cillessen, el propio Morata… todos hablaban de la facilidad con la que uno acaba asomado al precipicio. En un deporte asociado a la virilidad y a la resiliencia, no es fácil mostrar ese tipo de debilidades, pero, si se piensa, tienen todo el sentido del mundo. Frente al "los que de verdad tienen presión son los mineros que bajan a la mina" hay que reconocer que los problemas mentales no suelen tener que ver con el presente sino con la gestión del futuro y ahí, desde luego, los deportistas viven en una ansiedad constante porque siempre hay un partido acechando y una crítica mordaz a la espera.

Normalmente, esto es algo que se achaca a la maldad de la prensa, ignorando la que es la más dura realidad: la del aficionado. Está bien que Morata no caiga tampoco en ese tópico y ponga ejemplos del día a día, porque el día a día, al final, es lo que acaba contigo: las bromitas delante de tus hijos, los comentarios constantes en lugares públicos, la sensación de que no tiene sentido salir de casa porque la calle es un lugar hostil donde te están esperando para recordarte el gol que fallaste el anterior fin de semana o el fuera de juego del que no terminas de salir…

Vincular la depresión, o la tristeza, sin más, a las condiciones materiales es un absurdo. No digo que no tengan que ver, sino que una cosa no determina exclusivamente a la otra. De hecho, la tristeza del millonario -ay, los ricos también lloran-, es una tristeza especialmente cruel porque además es una tristeza culpable. El futbolista que gana millones y vive en casas de lujo y está casado con una mujer despampanante, habitualmente ajeno a los rigores de la crianza de los hijos, no entiende que pueda pasar por la ansiedad, la angustia o el pánico. Y desde luego no lo entiende el entorno, que suele tener problemas en ver a la persona detrás del muñeco.

Si al dinero, le unimos la juventud -Morata insiste en que su mensaje es para los jóvenes, Herrera le recuerda que 8 de cada 10 no se atreve a contar sus problemas mentales o no hasta sus últimas consecuencias: el sillón del psicólogo o el psiquiatra-, la combinación es horrible: chavales en los veintitantos, tal vez treinta y algo, que no saben manejar su vida y a los que se les pide que manejen las alegrías o las frustraciones de millones de aficionados. Cada tres días. Eso, mientras su vida sigue cuando ya sabemos, gracias a Enrique Urbizu, que la vida mancha: divorcios, custodias, viajes, familias…

«Van a pensar que estás loco»

Cuando yo tenía 21 años y empezaba un largo periplo de consultas médicas, mis amigos me insistían en que no contara según qué cosas. Desde luego, no a las chicas. "Van a pensar que estas loco". Bueno, algo de eso ha habido siempre, pero era bueno ir avisando. De hecho, al menos, se garantizaban que era consciente y lo estaba intentando arreglar. Luego, rascabas, y lo que veías debajo de la exaltación juvenil ajena era de horror puro y duro. Ahora bien, para eso, hay que rascar. Y dejarse de eufemismos y del "tengo un amigo que va al psiquiatra" como medida de la empatía, al igual que el racista siempre tiene un amigo negro que poner como escudo a cualquier crítica incómoda.

Morata prepara el lanzamiento de un documental en el que, se entiende, va a detenerse más en estas cuestiones y lo hará con ejemplos que todos reconoceremos. Agradece la ayuda de su entrenador (Simeone) y de sus compañeros (empezando por el capitán, Koke), pero reconoce que perdió los nervios en más de una ocasión. Si ese documental sirve para que alguien se decida a vencer sus miedos, bienvenido será. Aparte, todos los demás (los medios, los familiares, los profesores, los amigos…) tendremos que poner nuestro grano de arena: vencer nosotros ese miedo a la realidad. Porque el miedo solo genera más miedo. Y así es imposible ir pidiendo luego valientes por la vida.