OPINIÓN

El Barça le grita al mundo que ha llegado su era

Fermín celebrando un gol. /AGENCIAS
Fermín celebrando un gol. AGENCIAS

La Champions League tiene tantas peculiaridades que hablar de ella supone abrir un universo paralelo al del fútbol que vemos cada fin de semana. Una de las más marcadas es que para la gran mayoría de mortales que llegan vivos a abril esta competición supone un estrés enorme que se ve en los nervios azuzados de los futbolistas. Es una selectividad cínica pues un buen desempeño no garantiza una buena nota y el Barça, que llegaba con sobresalientes a abril, salió al examen queriendo entregarlo antes de haber puesto el nombre mientras el resto de equipos lo que buscan es releer cada línea hasta la extenuación. Flick ha construido una máquina de confianza infinita que le dice al mundo que su era es ahora.

"Los jugadores disfrutan jugando y entrenando".

El partido se explica desde ese punto anímico indestructible que eleva al talento, lo hace florecer, hasta que poliniza al rival, maniátandolo en una enjambre de ocasiones, presiones y detalles técnicos que tienen un efecto Stendhal en el contrario; se termina enamorando de lo que ve y ahí el Barça aprovecha para aniquilarlo. El Dortmund no tuvo más ocasiones que las que permitió el equipo de Flick en su momento de locura, llevando el partido a unas transiciones que le enseñaron que por ahí sacaría más disgustos que trofeos. Cuando entendió que tenía que jugar al ritmo de Pedri y De Jong y no al del vertical Raphinha el Dortmund se quedó anestesiado.

En De Jong había quien ya enterraba a un jugador de condiciones impepinables que por primera vez en toda su carrera como azulgrana se encontraba con un equipo funcional y, sobre todo, con un técnico que sabe leer al futbolista. En esa ola anímica Flick decidió que él sería su mediocentro en un acto de fe que, en realidad, era coherente. Tendemos a obviar las cualidades intrínsecas del futbolista y las de De Jong hacen que pueda ser lo presenciado ante el Dortmund: un jugador para dominar un partido del más alto nivel en Champions League. Robó y defendió como aseveraban que no podía y jugó como siempre supo hacerlo. En medio de la vorágine y la ilusión, el Barça puede haber ganado a un centrocampista con el que no contaba justo cuando más lo necesitaba.

Flick convenció a Íñigo, de 34 años y que en el Athletic dominaba por defender cerca de su área, que en el Barça nunca la pisaría. Que el círculo central sería su frontal. Y el vasco, que tiene los ojos inyectados en sangre, le compró la idea. Y ahí nació el que es el mejor central del mundo este curso, uno que junto a Cubarsí transforma espacios explotables en unos inhabitables, negándole a su oponente un duelo limpio y haciendo gala de una zurda que permite que Lamine Yamal, el futbolista más alejado del campo, esté siempre cerca. El Barça de Flick nace en el cerebro de un central que nació para esto, solo que no lo sabía.

Hace no mucho se habrían telediarios y periódicos con una frase de obscenidad latente: Lamine Yamal no tiene gol. Así se intentó negar al genio una realidad incontestable y es que el gol, en Lamine, no es lo prioritario, quizás ni lo segundo más relevante. En Lamine pesa el juego en toda su profundidad y así nacieron el segundo y el tercer gol, con pases suyos que evocan un conocimiento de este deporte inaudito a su edad, inalcanzable a la que la mayoría cuelgan las botas, Lo suyo es siempre la cita más esperada y ahí se guarda siempre sus mejores trucos. Quiénes señalaban su falta de gol callarán ante sus goles contra el Benfica y Dortmund, definiciones de jugador superior que nació sabiendo lo que el resto ignora.

El fútbol puede terminar dejando al Barça sin títulos y a la vez ningún culer olvidará el camino recorrido. El fútbol es la vida y Flick y este Barça de chavales que llegan al estadio bailando y haciéndose bromas es tu adolescencia revivida. ¿Cómo no volver a ser niño, aunque sea un poco, cuando el fútbol te lo pone tan fácil?