Un Barça sin mediocentro y los fantasmas que asustan pero no matan
El equipo de Xavi sobrevive a un mal partido en Oporto para sumar un seis de seis
El Barça de Xavi se había repetido muchas veces estos días que era momento de enterrar los fantasmas europeos y empezar a entender la competición más importante de Europa de una forma renovada, alejándose del miedo para abrazar la ilusión. Sin cinismos. La victoria de los azulgrana vino a recordar a los jugadores cómo construyeron su título liguero el pasado curso: solidaridad, capacidad de resiliencia y maximizando cada opción ofensiva. El Barça ganó en Europa como lo hizo el año pasado en Liga. Y esta realidad esconde distintas lecturas.
Un mediocentro y una evidencia
La primera y más evidente, es que los azulgrana siguen teniendo carencias que les impiden controlar el discurso en Europa, empezando por la salida de balón. El Barça salió agarrotado, demasiado rígido en un 4-3-3 que alejaba mucho a los jugadores los unos de los otros, incomunicando sus relaciones y ayudando que la presión del Oporto, que son muy hábiles saltando, resaltase una realidad incómoda: Sergio Busquets quizás ya no estaba para ese nivel, pero Romeu todavía menos. Y sin De Jong, al que muchos miran con recelo, todavía menos.
El de Ulldecona es un centrocampista que se maneja bien con Frenkie cerca porque siempre tiene a un socio cerca, lo que le permite no tener que girar y al que puede acudir cuando el rival muerde. El Barça, que empezó con Gündogan muy arriba, Joao Félix abierto y Cancelo muy bajo, encontró en Romeu una negación a poder progresar, y cada pase que recibía era como si cayese en un universo paralelo: ya no regresaba, o lo hacía en peores condiciones. Xavi, que perdió a su mediocentro, tuvo que jugar con un mediocentro que durante muchos momentos tenía miedo a serlo. Hasta que Gündogan apareció.
Defender por todo el equipo
La otra realidad, más importante si cabe: Koundé, Araújo y Ter Stegen son un triplete que gana partidos. Élite absoluta. Sin paliativos. El pasado curso solo estuvieron en el verde una vez en toda la fase de grupos (Bayern 2-0 Barça), y este fue uno de los motivos principales para entender por qué el Barça no se clasificó. Los tres han dejado jugadas ganadoras, minando la moral del Oporto, permitiendo que el botín logrado se mantuviese intacto pese a que el rival expusiese muchas razones para robárselo. Sencillamente, son futbolistas superiores a la mayoría de rivales que se enfrentan.
Ese argumento competitivo refrenda lo que la Champions enseña desde tiempos inmemoriales: lo más importante es el equilibrio, la resiliencia. El Barça llevaba años en los que tenía que conjugar un fútbol fantástico para avanzar, todo lo que no fuese la excelencia le dejaba en la lona, porque competitivamente no llegaba nada. Este equipo, con mucho por mejorar, es capaz de soportar malos momentos sin que eso implique la fin del mundo. Los malos días, por fin, son solo malos días. Nada más.
¿Qué sucede con Lamine Yamal? Cortita y al pie: es muy, muy bueno. Estando físicamente siendo un jugador verdísimo, por desarrollar, fue el único atacante que dio tiempo a sus compañeros a asentarse en campo rival, y cada toque suyo alejaba a los fantasmas que se cernían sobre el equipo. Lamine conjuga talento y personalidad a puntos que muchos compañeros, más expertos y hechos, no llegan. Y por eso el Barça juega mejor cuando Lamine la toca y hunde al rival, porque los compañeros ya no tienen miedo, sino esperanza. Es tremendamente positivo ver cómo Lamine Yamal despeja cualquier duda y muestra que su nivel es real y no ilusiorio, pero no lo es tanto que los traumas de un equipo dependan de un niño que acaba de terminar la ESO.