MANCHESTER CITY - REAL MADRID

El año en que Vallejo se hizo un hombre en el Zaragoza: "Te miraba y se te comía las palabras"

Víctor Muñoz, quien lo hizo debutar, Popovic, Láinez y Celades recuerdan la eclosión del central madridista a los 17 años: "Estaba obsesionado con los isquios".

Vallejo, entonces jugador del Zaragoza, saluda a la afición. /
Vallejo, entonces jugador del Zaragoza, saluda a la afición.
Mario Ornat

Mario Ornat

La imagen más icónica de Jesús Vallejo en el Real Madrid es aquella de la semifinal de Champions ante el Manchester City. Relevo de Militao en el minuto 115, su pujanza en el juego aéreo ayudó a sostener el 3-1 que clasificó al equipo blanco, al frente de una zaga de circunstancias conformada junto a Carvajal, Ceballos y Nacho. La esencia de esos minutos la resumió una foto del final del choque. Jesús Vallejo camina erguido, como un mariscal de campo sobre las brasas de la batalla. A sus pies, desparramados en la hierba, varios futbolistas del City abatidos por la derrota.

El futbolista aragonés siempre le ha quitado trascendencia a aquella instantánea, que incorpora el aura indefinida de lo simbólico. Hoy la historia ha cambiado y Vallejo vive sus días más complicados en un Madrid desnudo de defensas, con Ancelotti mirando a otro lado, Asencio en posición emergente y aquella desaparición del partido de Copa contra la Deportiva Minera aún próxima en la memoria.

Ahora que su futuro tiene el tono indefinido del blanco roto, la memoria vuelve a los días en que el joven futbolista irrumpió en el primer equipo del Real Zaragoza: justo hace diez años, Vallejo se elevó como improbable estandarte en una Romareda necesitada de nuevos héroes. El Kaiser aún estaba lejos de ser proclamado Kaiser. En agosto de 2014 era apenas un juvenil de 17 años. Sólo unos meses más tarde se iba a convertir en el general más joven en gobernar una tormenta.

Esa progresión la hizo posible, en primer lugar, el atrevimiento de Víctor Muñoz, autor de una decisión visionaria, a medio camino entre el riesgo y la necesidad. Aquel verano el Real Zaragoza vivía sumido en la incertidumbre: afrontaba su segunda temporada en Segunda División, con el prestigio abollado tras años de declive. Pero el contexto era mucho más complejo de lo que se percibía en la superficie: durante algunas semanas el club aragonés estuvo al borde mismo de la desaparición. Aquello fue cualquier cosa menos el verano del amor.

La frustración por el descenso aún lucía en La Romareda, fresca y venenosamente aromática, como una pared recién pintada. El año anterior el número de socios había tocado suelo, con poco más de 16.600 abonados. En la grada se cocinaba un caldo tóxico, espesado a partes iguales con una pizca de desarraigo y varias cucharadas de agotamiento. La salida de Agapito Iglesias de la propiedad había estado a la altura de los años más turbulentos de su mandato. Mientras la deuda de más de 104 millones de euros y los plazos de pago incumplidos asfixiaban al Zaragoza, la guerra de sucesión desató un vodevil y el escenario se llenó de supuestos compradores, comisionistas, intermediarios e iluminados. Nadie sabía qué era verdad y quién mentira. Por el camino quedaron arrastrados apellidos y figuras emblemáticas de la historia zaragocista. Así hasta que la Fundación Zaragoza 2032 se hizo con el control y su aportación económica salvó sobre la campana la pervivencia del club.

Ancelotti, sobre Vallejo.: «Acaba su contrato y preferimos dar oportunidades a los jóvenes».

Para cuando el embrollo institucional se aclaró, hubo que construir un equipo aprisa y corriendo. La tarea le fue encomendada a Ángel Martín González, quien en poco más de un mes iba a completar un grupo de jugadores que parecía de aluvión, pero acabarían mostrando una insospechada solvencia: centrales con amplio recorrido como Mario Abrante y Rubén González, medios con oficio del tipo de Dorca, Lolo o Basha. Y varios nombres cuya carrera posterior delata la finura del ojo del hoy director deportivo de la SD Huesca: Willian José, Íñigo Ruiz de Galarreta, Leandro Cabrera, Borja Bastón y Bono en la portería.

El entrenador de ese grupo reunido casi a lazo, por expresar de forma gráfica la precipitación, era Víctor Muñoz. El técnico zaragozano había asumido el puesto de manos de Paco Herrera, avanzada la temporada anterior, cuando el equipo se iba por el sumidero. Ante la limitación de efectivos, Víctor se llevó a la pretemporada a unos cuantos jóvenes del filial para completar el grupo de trabajo. Y entre ellos incluyó a un chico aún en edad juvenil. Se llamaba, claro, Jesús Vallejo. Un muchacho de mentón cuadrado que subrayaba su rostro adolescente; y, bajo la característica cabeza enrulada, el poso de alguien que ha rebasado hace tiempo la juventud.

"Lo primero que llamaba la atención era su madurez: tenía una forma de comportarse impropia de su edad y en el campo mostraba un aplomo inhabitual: hacía las cosas sencillas y tenía condiciones"

Víctor Muñoz Ex entrenador del Real Zaragoza

"Más allá de cualquier otra característica, lo primero que llamaba la atención era su madurez", recuerda Víctor Muñoz de aquellos días en que promocionó a Vallejo a la dinámica del primer equipo. "Tenía una personalidad y una forma de comportarse muy madura para su edad; y en el campo, para jugar en una posición como la de defensa central, también mostraba un aplomo inhabitual: hacía las cosas sencillas y tenía condiciones, con 17 años, para asumir el salto a un nivel como era la Segunda División", explica el entonces entrenador del Real Zaragoza.

Esas características sostenían la precocidad de Jesús Vallejo y se alineaban con el contexto de precariedad deportiva e inestabilidad institucional que rodeaban al equipo. En medio de la crisis general, Víctor abrió la puerta a la improvisación y a la búsqueda de soluciones arriesgadas para darle forma a un plantel cuyas capacidades resultaban, a esa altura, poco menos que indescifrables. Carlos Nieto también debutaría ese año, como Álvaro Meseguer, Sergio Gil, Álvaro Tierno y Adán Pérez. Y asomaron Raúl Guti, Jorge Pombo y Tarsi Aguado. Aún hubo más. Pero, entre todos, fue Jesús Vallejo quien reclamó los focos desde el primer día.

"Vi claro que tenía que contar con él y que el nivel en la defensa en ese momento lo permitía: si lo puse fue porque era mejor que los demás", dice con rotundidad Víctor Muñoz, quien define al futbolista como un chico "adelantado a su edad". "Tenía seriedad, disciplina, prestaba una atención enorme en todos los entrenamientos y en todas las circunstancias en el campo. Era un ejemplo de cómo trabajar y cómo enfrentarse a los partidos. Y muy empático con todos sus compañeros, tanto a la hora de escuchar como para hablar con ellos", analiza Víctor.

Llegado al Real Zaragoza en edad alevín desde el CD Oliver, tras haber jugado al fútbol sala en su colegio en Zaragoza, Jesús Vallejo dio el salto sin haber pasado por el filial. Desde el juvenil A al primer equipo, un movimiento idéntico al que había completado diez años antes otro futbolista aragonés: Alberto Zapater. Pero eran otros tiempos. El Zaragoza en el que apareció Zapater acababa de volver a Primera División tras un descenso fugaz en 2002. Se había proclamado campeón de Copa en marzo de 2004 contra el Real Madrid de los Galácticos. Y estaba a punto de ganar la Supercopa en el inicio de la temporada siguiente al Valencia. Todo era diferente… salvo el entrenador: también fue Víctor Muñoz quien impulsó al joven Zapater. Los dos jugadores, por cierto, se fotografiaron juntos estas pasadas Navidades en las gradas del Santiago Bernabéu.

Víctor Muñoz advirtió que ese paralelismo de precocidad no era fruto del azar, sino el resultado de una disposición natural a la serenidad y, llegado el momento, al liderazgo. El técnico aragonés detectaba con prontitud el valor de un futbolista con capacidad de adaptación, madurez y compromiso, cualidades que él mismo había desarrollado cuando emergió en el Zaragoza de los años 70. No parecía casual que volviera a apostar por un canterano, consciente de que el sentido de pertenencia alimenta el rendimiento y ejerce de catalizador en tiempos difíciles: "Vallejo surgió tan pronto porque el Zaragoza no tenía el nivel que debería haber tenido", admite el entrenador. "Él irrumpió porque tenía condiciones pese a su edad, hizo las cosas bien, empezó a jugar partidos y se quedó".

El 23 de agosto de 2014, en la primera jornada del campeonato, Jesús Vallejo debutó con la camiseta zaragocista y el número 31 a la espalda. Fue un empate sin goles contra el Recreativo de Huelva, pero la austeridad del marcador ocultaba un tesoro. Acababa de eclosionar uno de esos futbolistas que se apodera del tiempo con la naturalidad de lo inevitable. En un Zaragoza necesitado de certezas, un central de 17 años emergía como nueva promesa.

César Láinez también sabe lo que significa alcanzar el escalón más alto a una edad temprana. En esos días asistía a Emilio Larraz como segundo técnico del filial zaragocista. A lo largo de la temporada lo relevaría en el cargo. Nunca llegaron a dirigir a Jesús Vallejo, ni siquiera en un entrenamiento, pero en un momento dado lo vieron pasar volando desde el campo de los juveniles al del primer equipo, como un cometa que cruza el cielo: "Lo habíamos visto crecer en las categorías inferiores y era el típico jugador que estaba señalado en el club como potencial, pero llegó muy pronto porque Víctor vio sus posibilidades", explica Láinez.

El ingreso del central en el plantel mayor fue definitivo: ya nunca más bajó a jugar o prepararse con el Zaragoza B. "Se sabía que era un chico muy centrado para su edad. Teníamos conversaciones de pasillo en la Ciudad Deportiva, al empezar o terminar los entrenamientos, y en cuanto hablabas con él te dabas cuenta de que tenía más cabeza que el 80% de jugadores… incluso de más edad", recuerda el que fuera portero del equipo aragonés.

Dos años más tarde, César Láinez terminaría en la posición que unos meses antes había asumido Víctor Muñoz: la de la vieja gloria que vuelve al primer equipo en misión de rescate desde la posición de entrenador. Como se sabe, el banquillo del Zaragoza en estos años ha sido una picadora de carne. Víctor dejó el cargo de forma precipitada el 24 de noviembre, después de cuatro partidos sin ganar. A esas alturas, Jesús Vallejo ya había acumulado un buen número de titularidades en un centro de la zaga donde su nombre se barajaba con los de Mario Abrantes, Rubén y Leandro Cabrera, sus parejas en el puesto. Aún no era fijo, pero sí el más regular.

El cambio de entrenador trajo a La Romareda a Ranko Popovic, quien enseguida percibió en Jesús Vallejo las mismas virtudes de su antecesor: "Como persona y como futbolista, sólo puedo decir todo lo mejor. Era un chaval extraordinario, muy tierno. Un talento con el que veías que podías trabajar y que podía llegar a estar por encima de lo normal", cuenta Popovic. La personalidad del joven mariscal zaragozano también captó la atención del técnico serbio, llegado de sus primeras experiencias como preparador en Japón: "Cuando hablas con los chavales de hoy te das cuenta de que muchas veces no están centrados en atender a lo que les dices —comenta el técnico serbio—. Pero en el caso de Vallejo eso era totalmente distinto: te miraba y se te comía las palabras".

"Nunca llegué a dirigirlo o entrenarlo porque saltó directamente del juvenil al primer equipo, pero hablabas con él y te dabas cuenta de que tenía más cabeza que la mayoría de jugadores con más edad"

César Láinez Ex entrenador del Real Zaragoza

La progresión de Vallejo secundaba la confianza depositada en él: "En aquel momento su juego aéreo y la salida con la pelota no eran especialmente buenas, pero aprendía muy rápido y asimilaba muy bien todo el trabajo", valora Víctor Muñoz. Tanto él como Popovic coinciden en la característica más llamativa de ese primer Vallejo: "Tenía un magnífico sentido de la anticipación", dice Víctor. Popovic corrobora: "Era muy rápido, salía muy bien para interceptar, llamaba la atención su agresividad".

Durante esos meses, Vallejo se fue curtiendo partido a partido, cada vez más asentado en la titularidad. Y Popovic desarrolló para él un plan de trabajo individualizado con el fin de fortalecer sus puntos débiles: "Lo hacíamos entrenar por las tardes para potenciar todo aquello que tenía bueno y corregir lo que podía mejorar: quería darle confianza para salir con la pelota jugada y logramos que empezara a hacerlo. Siempre se tomaba el trabajo muy bien, le daba mucha importancia a esa labor de desarrollo de su perfil como futbolista".

Mezclando una contundencia cada vez mayor con su natural refinamiento, Vallejo fue quemando etapas. Tuvo un periodo de dificultades físicas, una tendencia que, con el tiempo, quizás ha saboteado en parte la fluidez de su carrera. Popovic recuerda su preocupación ya en esos días: "Estaba obsesionado con su musculatura: había crecido mucho y pronto pero, claro, no estaba hecho físicamente del todo. Y él se preocupaba mucho de los isquios. Era además muy sincero con eso —recuerda Popovic—. Venía en los entrenamientos y me decía: "Mister, estoy tieso de atrás". Con el tiempo aprendimos a manejarlo".

La dualidad entre las necesidades del equipo —"teníamos una plantilla corta y limitada", subraya Popovic— y la precaución para no precipitar su evolución marcaron esos meses. "Recuerdo una semana que tuvimos tres partidos en pocos días, contra Sabadell, Alavés y otro aplazado con Osasuna. Hacía frío y le dije a mi asistente: "Es momento de quitarlo y dejarlo en el banquillo algún partido", cuenta Popovic. "Él me preguntaba por qué, si estaba en buen momento y todo iba bien. Pero yo percibía que, para su desarrollo, era mejor darle esos momentos de descanso".

El técnico recuerda que vio confirmada su intuición muy pronto, con un error de Vallejo que acabó en gol encajado. "Ahí aprendí que, como técnico, tienes que estar siempre atento a los gestos y las pistas que dejan los jugadores jóvenes: van juntando pequeños errores, cosas típicas de chicos sin experiencia, y hay que tener cuidado antes de que eso se acumule y afecte a su confianza", explica el entrenador serbio.

La transformación

Ese año 2014 lo terminó Vallejo de baja y con el Zaragoza en la séptima plaza, asomando la cabeza al objetivo de los puestos de promoción. Pero el cambio de año trajo consigo la transformación definitiva del jugador. El 5 de enero de 2015 alcanzó la mayoría de edad y, como si hubiera una transferencia directa de tal condición a su fútbol, en los meses siguientes Vallejo se hizo un hombre en el Real Zaragoza: ya no cedió su puesto hasta final de temporada.

En total, iba a disputar 34 partidos en los que edificó una marcada ascendencia sobre la exigente hinchada del Zaragoza y el resto del equipo. En medio de la tormenta, Vallejo había levantado la bandera y se transfiguró en el emblema de un tiempo de esperanza. Esa condición regeneradora que sólo aportan los chicos que triunfan en casa. Su evolución lo llevó a vestir la camiseta de España. Disputó tres amistosos con la sub-17, antes de asentarse en la sub-19 de la mano de otro técnico que también había pasado por el Real Zaragoza a lo largo de su carrera: Albert Celades.

"Pasamos mucho tiempo juntos y además fueron tiempos de éxitos deportivos", recuerda el ex futbolista de los días en que Vallejo integró el equipo que sería campeón de Europa sub-19 en 2015, subcampeón sub-21 en 2017 y campeón de esa misma categoría en 2019. Celades remacha la idea coincidente de todos los que entrenaron en aquellos días de juventud a Vallejo: "Quemó etapas muy rápido, estuvo siempre y siempre de titular: técnicamente era un defensa muy bueno, con velocidad, que se adaptaba muy bien a lo que queríamos", analiza Celades, quien le dio el brazalete de España: "Ejerció de capitán en todas las selecciones inferiores y tuvo un rol muy importante", valora.

"Ejerció de capitán en todas las selecciones inferiores y siempre tuvo un rol muy importante: técnicamente era muy bueno, tenía velocidad y se adaptaba muy bien a lo que queríamos"

Albert Celades Ex seleccionador sub-21

Esa misma condición se la ganó también en el Real Zaragoza, que entre enero y febrero encadenó cuatro victorias y alcanzó por fin la sexta plaza. Al frente de la zaga, asentado por completo en la titularidad de la mano de Popovic, Vallejo consolidó durante los siguientes meses su condición de general precoz. Al punto de que el técnico le entregó la capitanía en un partido en Tenerife: "Darle el brazalete fue idea mía —recuerda Ranko—. Me pareció que en ese ambiente de necesidad de referentes que tenía la afición podía ser bueno que vieran a un aragonés, una figura de casa, como capitán del equipo. Entendí que podía funcionar como símbolo en un club con tanta tradición como el Real Zaragoza".

El efecto multiplicador cambió el destino de la carrera de Jesús Vallejo. El día de su debut como capitán marcó también su primer gol con la camiseta del Zaragoza, para rescatar un empate que mantenía al equipo en la pista de su objetivo. Su perfil creció de manera exponencial en esos últimos meses de temporada, arrastrando a un conjunto que braceaba para no dejarse arrebatar el último vagón del playoff por una Ponferradina que acechaba por atrás.

El desenlace de la campaña situó a Vallejo en el centro de uno de esos episodios que conforman, para bien o para mal, la historia de un club. La primera eliminatoria por el ascenso la ganó el Zaragoza al Girona, después de que los catalanes se impusieran con un sonoro 0-3 en la ida en La Romareda. En el choque de vuelta en Montilivi, Willian José, Cabrera y José Manuel Fernández firmaron una remontada delirante por 1-4. Sólo dos años después del descenso, el Zaragoza iba a disputar la final para regresar a Primera División, contra Las Palmas.

Pero el 3-1 en la ida no fue suficiente y el equipo de Popovic no logró sostener su ventaja, empapada de frustración cuando Araujo anotó el definitivo 2-0 anotado en el minuto 84 de partido. Quedó incompleto el viaje del héroe, que habría consagrado para siempre a Jesús Vallejo en el imaginario zaragocista. Pero incluso en la derrota logró algo muy parecido. Si la imagen del central en pie tras derrocar al Manchester City marca el momento más icónico de su carrera en el Real Madrid, aquella tarde de junio en el estadio de Gran Canaria dejó la fotografía de la derrota pintada en la cara del joven capitán del Zaragoza: arrasado en lágrimas, aplaudiendo a su afición.

"Lo del Real Madrid no me lo podía imaginar: me parecía un jugador que atrajera interés en equipos de la Premier, pero que fichara por el Madrid no me lo esperaba"

Ranko Popovic Ex entrenador del Real Zaragoza

Un mes y diez días más tarde, el Real Madrid y el Zaragoza hicieron oficial el traspaso de Jesús Vallejo al Santiago Bernabéu, por cinco millones de euros. Un ascenso meteórico fraguado en un fichaje que ni los más optimistas habrían previsto: "No pensé que fuera a darse algo así —reconoce Popovic—. Yo me imaginaba que podría atraer el interés en la Premier inglesa, por ejemplo. Lo del Madrid no me lo esperaba". La operación la hizo posible la especial sintonía entre los dirigentes de ambos clubes: Florentino Pérez y César Alierta, entonces máximo accionista del Real Zaragoza. Un fenómeno que pocos años después se repetiría con Alberto Soro, otro talento emergente en La Romareda.

Vallejo aún disputaría 20 partidos la campaña siguiente, que jugó en La Romareda cedido por el Madrid y de nuevo como capitán. Pero la temporada no fue bien, como acostumbra a ocurrir en el Zaragoza post moderno. En el parón navideño dejó el banquillo Popovic, con el equipo en la duodécima plaza, y llegó Lluís Carreras.

El catalán corrigió el rumbo de manera trabajosa y el equipo remontó hasta asentarse en el tramo final de la campaña entre los seis primeros. Llegó a ser tercero. Y alcanzó el último encuentro de liga en la cuarta plaza. Ahí se produjo otro capítulo para los anales de lo inexplicable: el Zaragoza viajó al choque decisivo en Palamós para medirse con la UE Llagostera, último clasificado. En lugar de certificar una nueva presencia en las eliminatorias por el ascenso, salió atropellado con un 6-2 que lo dejó varado en la octava plaza, en un partido deplorable que generó un escándalo.

Vallejo no estuvo ese día sobre el terreno de juego. Entre febrero y junio había encadenado dos roturas de fibras y en esos meses apenas disputó tres partidos. Después, salió para Madrid, camino de una carrera prometedora entonces y a día de hoy indescifrable. Pese a todas las idas y vueltas, cesiones, ocasional protagonismo, una envidiable colección de títulos y varios sinsabores, hay un lugar en el que siempre será el mismo: en La Romareda se le añora hoy, ayer y siempre, como a todos los hijos pródigos, y la hinchada anhela un regreso aún imposible. Mientras, queda el recuerdo de aquellos días en que su figura resumía la promesa de un futuro mejor.