Aita, esto sí que es histórico

Mi padre no es un forofo del fútbol. Se puede quedar dormido viendo un partido, algo que siempre me ha llamado la atención desde el prisma de quien sufre, anima, corrige y celebra desde la grada o el sofá como si formase parte del equipo. Él lo vive con calma. Relativiza. Pero sabe que a sus hijos les apasiona y eso le ha llevado a interesarse mucho más por los partidos y los resultados.
Es lógico, teniendo en cuenta que se ha comido cientos de partidos por los campos de Bizkaia, que se conoce al dedillo. "¿Dónde jugáis?". En Dima, ¿sabes ir? "Creo que sí". Y siempre sabía, sin GPS ni más ayuda que buscar los focos cuando nos acercábamos por el pueblo en el que tocase partido ese fin de semana. Ese ha sido su mayor acercamiento al fútbol, más allá de algún partido en San Mamés en las primeras filas de preferencia para que yo pudiese oler la hierba entremezclada con el aroma del puro del señor de al lado y gritar a Roberto Carlos, Ronaldo o Raúl y animar a Del Horno o Julen Guerrero.
Entonces estos eran los partidos grandes del año. Los duelos ligueros que podías mirar desde principio de temporada en el calendario. Las semifinales o finales de Copa eran sueños casi imposibles para una generación, la mía, que la única información que tenía sobre desplazamientos masivos eran las historias que les contaban sus mayores de los viajes en caravana a Madrid para vivir los grandes títulos.
Por eso, hay un día que nunca se me olvidará. En 2005 volvía del colegio con mi aita en el coche y me volvió a decir, con mirada condescendiente, que por qué estaba triste. La noche anterior el Athletic había perdido una semifinal copera ante el Betis a penaltis. "Aita, igual nunca veo una final en mi vida". No recuerdo bien lo que me respondió, pero estos días he pensado que quizá por aquel cuchillo que tuve clavado unos años todo lo que después vivimos fue para mí histórico.
Más allá de la semifinal copera ante el Sevilla en 2009 y el sueño de ganar al Barça del triplete en la final (nunca me perdonaré haber celebrado que se clasificase el conjunto culé y no el Mallorca -se cerró el círculo ante el mismo rival-), la primera vez que le dije a mi padre que había un partido histórico fue en 2012. Yo vivía fuera por estudios y quería ir a Old Trafford viajando solo en autobús a Madrid, volar a Londres, volver a coger un bus y vivir una noche inolvidable en el Teatro de los Sueños. Lo que no sabía es que semanas después volvería a decirle a mi aita que había partido histórico ante el Schalke, después con el Sporting de Lisboa y, después, ante el Atlético.
Lógico que mi aita desde aquellas semanas siempre bromee conmigo. Cada vez que le digo que hay un partidazo, repite esa palabra: "¿Es histórico, no?" Le hace tanta gracia como cuando de pequeño metía la mano al bolsillo y hacia sonar las monedas que tenía. "¿Qué prefieres, las monedas o un billete?" Yo siempre elegía mal y él se partía de risa. Como cuando le dije que histórica eran las finales de 2012, la de 2015 o las de la dichosa pandemia.
Curiosamente, en mis primeros meses en Relevo, Óscar Campillo, que hoy estará tan feliz como todos los bilbaínos, me dijo que abusaba de tildar de histórico cada logro de los equipos de los que escribía. Díselo a mi aita, pensé. Y dejé de hacerlo, aunque reconozco haberlo escrito varias veces en un primer momento y haberlo borrado con una sonrisa recordando a mi aita.
Hoy lo puedo dejar. Bien en grande. Por Valverde, que después de conseguir el récord de entrenador con más partidos en el Athletic, escribe su nombre como el técnico que devolvió la gloria a su club. Por Muniain y De Marcos, que al fin levantan un título tras cinco finales de Copa y una de Europa League. Por Susaeta, San José, Aduriz y, sobre todo Balenziaga, que le hubiese encantado estar en La Cartuja pero ahora sueña con el ascenso en Riazor. Por todos esos futbolistas que pasaron por el club y nunca se subieron a la Gabarra. Por estos jóvenes jugadores ya convertidos en leyendas y, sobre todo, por toda una generación que tendrá los mismos recuerdos que yo con mi aita y desde hoy podrán contar a sus hijos y nietos lo que sucedió en abril de 2024.
Por todos ellos: Aita, esto sí que es histórico.