OPINIÓN

Flick no ha revivido un equipo, ha revivido una identidad

Ferran festeja su gol con Flick. /

En un partido cabe toda una vida. El Barça de Flick no es el equipo más perfecto que ha visto esta ciudad, de hecho está muy lejos de serlo, pero se inscribe en una lista de la que luce como único candidato: ninguno logró conectar tanto con una masa social que en agosto no llenaba el campo y que ahora inunda ciudades ajenas como si fuesen la suya, en un gesto de orgullo precoz, pues este equipo todavía no ha ganado tanto, aunque tras cada encuentro se gesta algo mayor, una pista de lo que será. El culer vivió en Sevilla una epopeya que reafirma una nueva vida.

No habría otro Clásico placentero. Era imposible imaginar que el Real Madrid, herido de muerte, se presentase a la Cartuja sin dejar su huella. El primer tiempo se jugó a lo que el FCB quería, con un partido de ritmo bajo, de pases y distancias cortas en las que la defensa de los blancos caía por su propio peso, pues el secreto de los blancos es que si rascas encuentras hueso antes que músculo. Los blancos terminaron con cero disparos en un primer tiempo que sirvió para que en la segunda, con el 1-0, el Real Madrid hiciese aquello que no ha hecho en todo el curso: creer. El Barça, que se veía tan superior, entró en el juego del rival sin saber que en ese Vietnam no iba a ganar. Y a veces uno tiene que notar la derrota para saber lo que cuesta ganar.

Quién nació con las lecciones aprendidas es Lamine Yamal, un chico que estrena pelo en una final como tu en primaria antes de ir a clase. Se descubrió en la final, en la que no necesitó correr ni una sola vez más que su rival, un Fran García que es todo velocidad desmedida, para anestesiar la final. Lamine no corre, levita. Por eso, estando cojo y sin energía en la prórroga, Flick le mantuvo, porque sabe que a sus 17 años ya sabe jugar partidos que todavía le son nuevos en un exceso de anomalía que ya ni sorprende. Lamine es el futuro atropellándonos.

Entraron Gavi y Fermín, que es como si en medio de la semana uno se encontrase con el viernes noches y un sábado. Con ellos el aficionado entendió que no iba a perder, pues cada acción suya desprendía una solidaridad y una vitalidad inauditas. Eso es lo que tiene poner a dos centrifugadoras que mueven al resto con cada gesto, inundando el campo de un exceso de energía al que el rival no podía llegar, y encima tomando buenas decisiones con balón, acelerando, frenando y haciendo que el partido fuese a su ritmo. La final es tan suya como de cualquier otro. Los zipi y zape de Barcelona.

Hansi Flick llegó sin dar ruedas de prensa. La gente se extrañaba. ¿Por qué no lo presentan? En un entorno acostumbrado al ruido y a la palabra vacía sorprendió este alemán de discurso corto y recto, de bondad paterna y trato afable. No encajaba. Muchos vaticinaban una caída que no se había dado en base a unos prejuicios que Flick, partido a partido, decisión a decisión, ha destruido. Pase lo que pase de aquí a junio, este parto debe concebirse como fiesta nacional. Flick no resucitó un equipo. Flick resucitó una identidad. El Barça vuelve a ser orgulloso. El Barça vuelve a tener memoria.