OPINIÓN

Hasta los buitres ven a España como un estorbo

Luis de la Fuente, seleccionador de España, con cara de disconformidad en un partido. /GETTY
Luis de la Fuente, seleccionador de España, con cara de disconformidad en un partido. GETTY

Veo, siento y hasta huelo el frío. Y no es simplemente por estar en Valladolid. Obviando, por una cuestión de lógica, la ciudad que alberga el España-Georgia de este domingo, siento una vez más la indiferencia con la Selección, el supuesto equipo de todos, a mi alrededor.

No hay ejercicio más infalible para comprobarlo que acudir a alguno de los 1.235 chats que cada uno tenemos activados en nuestro Whatsapp para darnos cuenta que aquí, de lo que de verdad habla el pueblo a estas horas, es de La Mesías, los Grammy Latinos, cuál es el minuto y marcador de la amnistía y dónde vamos a ir primero a cenar en esta Navidad que se avecina, si a la silenciosa casa de mis padres o al alborotado adosado de la suegra.

Hoy le he dicho a los míos que me dirigía a Pucela bien temprano por carretera y hasta los más futboleros me han preguntado que si me iba de casa rural. Y en el hotel, al llegar, había varios turistas españoles que desconocían por completo el evento futbolero. De la Fuente y sus chicos no es que estén en el olvido, es que ya son casi un estorbo en medio del fin de semana. Y no es algo de lo que Lamine o Joselu deban responsabilizarse. Es así desde tiempos inmemoriales. Seguramente desde que nos dan más de un partido por semana y hay empacho. La lista de motivos por la que no nos pone tanto España como nuestro club del alma es interminable. Y a veces, como terapia, conviene recitarla como reflexión.

La primera realidad, creo que bastante compartida, es que estamos saturados de balón, necesitamos descanso de vez en cuando y hasta echarlo de menos. Así son las buenas y saludables relaciones de pareja. No ayuda el hecho de que los partidos internacionales se presentan en muchas ocasiones en días contra natura, con horarios diferentes que ya están algo desfasados. En Chipre fue en la merienda y aquí se sigue con lo de las 20:45. Y qué decir cuando una fase de clasificación para no sé qué torneo de dentro de unos años, cae en jueves o en lunes. Al menos, hablando de las relaciones conyugales, los partidos de La Roja llegan en el momento idóneo para ceder estratégicamente -sin convencimiento y con teatralidad- ante la propuesta de otros planes maritales. Con la Champions no habría ni debate.

Tampoco favorece a la fidelización que nuestras emociones futboleras se pongan a examen realmente cada dos años, normalmente en verano, y no cada tres días; llueva, nieve o corra un viento que parece fuego. El fútbol, más allá del resultado, es la excusa perfecta para reunirnos con nuestros semejantes y cantar eso de "hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual". Si fuese por la Selección, la fortaleza de nuestras relaciones estaría siempre en el alambre y los bares hubieran tenido que echar el cierre hace tiempo. Con el Racing, el Rayo o el Huesca igual se pierde más que se gana, pero la comunión en los aledaños del estadio es un ritual inquebrantable. A fin de cuentas, la Selección juega en nuestro campo cada 17 años, si es que perteneces a una ciudad de las que tienen hasta tren de alta velocidad, y no cada siete días como nunca falta a la cita nuestro equipo en el pueblo.

Personalmente, lo que más bajón me da de estas citas que propician un parón liguero son esas fases de grupo eternas, dilatadas en el tiempo y ante rivales sin enjundia. Que no es que ponga en solfa las normas y sea un antisistema; simplemente digo que bostezo. Si tu país tiene el nivel del nuestro, ya sabes que hay que liarla muy parda para no lograr el pase para los grandes eventos. Sólo entonces, en apuros, algo que sucede cada demasiado tiempo, uno vive a flor de piel. No es casualidad que el encuentro que recuerdo con más cariño, por las uñas que cené, fue el España-Dinamarca del 17 de noviembre de 1993 que nos permitió estar en el Mundial 94 con aquel golazo de cabeza de Hierro en el Pizjuán cuando agonizábamos con diez. Gracias a la cercanía del peligro se reactivan los instintos más primarios.

Joselu y Oyarzabal celebran uno de los goles de España en Chipre el pasado jueves.  GETTY
Joselu y Oyarzabal celebran uno de los goles de España en Chipre el pasado jueves. GETTY

Hoy, sin embargo, si parásemos en mitad de la estresante vida que llevamos y preguntáramos a cualquier paisano que pase por la calle, con la fiabilidad del CIS y sus encuestas, les aseguro que siete de cada diez camaradas o compatriotas -que no quiero herir sensibilidades en esta era tan convulsa- no sabría muy bien qué se juega ante Georgia. Y nueve de cada diez, por no ser contundente y exagerado, tampoco conocería cuántos puntos llevamos en la tabla, si se ha logrado ya el objetivo que nos fijamos y qué se necesita para ser cabeza de serie. Salvo Manolo 'El del bombo', el resto catearíamos sin remedio el examen.

Además, hace tiempo que no se huele el drama, y aquí lo que cuenta en muchas ocasiones alrededor de la Selección es el morbo. Con Pedro Rocha afianzado en su sillón presidencial, y Rubiales acorralado por tierra, mar y aire, hay un clima de tregua que por fin ha dejado de interesar a todas estas televisiones y tertulias matinales que dejaron de hablar de Gran Hermano para dar incluso entrevistas de Paco Díez en directo. Prueba de ello, es que más de un buitre carroñero -de toda índole, provincia y condición- ni siquiera se va a dejar ver por Valladolid, cuando antes, en plena crisis, estaba aferrado a la barrera por si alguien más en la expedición recibía la puntilla.

En lo deportivo, las rotaciones masivas, pese a tener sus cosas atractivas y acercarnos a España como quien lo hace a un escaparate, es otro impedimento para que la gente se aprenda la lección. De hecho, llegamos al punto de que ni conocemos a los jugadores de nuestra propia convocatoria. Además, Javier Clemente puso en su día la moda de poner más el foco en la sala de prensa que en el campo, y con De la Fuente no hay manera. Salvo en la Asamblea de la vergüenza en la que formó parte de la clac, que ha quedado en el olvido con sus disculpas y a base de resultados, es un pacificador y no da titulares.

Y qué les voy a contar de la plantilla que dirige. Piden las cosas por favor, dan las gracias y hasta conceden entrevistas. Donde antes aparecían Cañete o Buyo, Hierro o Guardiola, Ramos o Piqué, Raúl, Güiza o los peculiares futbolistas que creaban conversación como Míchel o Salinas, ahora está al mando Rodri, el yerno perfecto. Sin 'piercings' ni tatuajes, y con la camiseta por dentro del pantalón, él se asegura de que nadie se salga del tiesto.

Ni siquiera todos los complementos alrededor del equipo nacional ayudan a cambiar esta tendencia a la depresión. Uno es que no puede ni ir tarareando el himno rumbo al campo como cuando enfilaba el Manzanares o acude a Montjuïc o el Bernabéu. Apoyar de más o de menos a la Selección te pone en el disparadero en estos días en los que se ha politizado todo, potenciándose los extremismos. Es lo que tiene la utilización de los símbolos y los cánticos, a conveniencia, como tristes armas de fuego.

No hay refugio, solución ni buena onda hasta si uno decide quedarse en casa con la intención de animar a los chicos desde el salón. Llámenme nostálgico, pero desde el momento en el que se prescindió de la voz de José Ángel de la Casa como banda sonora de la rojigualda, falta algo que nos ponga firmes porque el encuentro en cuestión es algo serio. Es como cuando José Luis Uribarri dejó de presentar Eurovisión. Y para colmo, sin las salidas de tono de Camacho como comentarista, uno ya no puede participar con memes y chascarrillos en las redes sociales si el partido se enreda y no emociona.

Pero así es la vida y aquí estamos, otra vez helados a las puertas de Zorrilla. Pese al masoquismo y al cumplimiento de ciertas obligaciones, lo que nadie nos quitará es el derecho al desahogo. Ánimo.