EUROCOPA | ESPAÑA - ITALIA

Luciano Spalletti, entre viñedos y gallinas: "Es artesano, campesino y extremo"

Disección de un seleccionador maldito, incomprendido y solitario que se presta ante su última cruzada con la Nazionale, la más exigente y probablemente la más estimulante de todas.

Spalletti, seleccionador de Italia, saluda a dos niños. /EFE
Spalletti, seleccionador de Italia, saluda a dos niños. EFE
Julio Ocampo

Julio Ocampo

Decía el escritor Charles Bukowski que "en un abrazo cabe de todo: sonreír o llorar; renacer o morir. También pararte a temblar cuando estás dentro, porque puede que sea el último". Hay algo de toda esa angustia existencial en Luciano Spalletti (65 años), seleccionador de la Nazionale, que se enfrenta a España el próximo 20 de junio y que hoy se estrena contra Albania.

Son dos los abrazos que han marcado la hoja de ruta de este técnico toscano. Uno es el de Mancini y Vialli cuando ganaron el pasado europeo; el otro es con Francesco Totti hace algunos meses, tras enterrar ambos el hacha de guerra que tanto desgastó una relación que se antojaba eterna.

Spalletti es obsesión, furor sacro, ironía y sarcasmo al servicio de la última revolución que se presenta en su vida. "Dirigir a Italia en un torneo continental es el reto totalitario por excelencia para él, un Rasputín con ojos que escupen sangre. Para nada afronta esto como acceso a una jubilación de lujo, sino todo lo contrario. Es un artesano, campesino y extremo", recogía en La Gazzetta dello Sport Giancarlo Dotto.

Enigmático como pocos, difícil de encasillar, con principios innovativos que abrazan su mundo rural (nació en Certaldo, tierra de Giovanni Boccaccio), con una animadversión tanto al halago desmedido como a la crítica convencional, la vida deportiva de Luciano Spalletti jamás se movió en primera clase, sino en autostop, y es ahí precisamente donde radica la crudeza de su carácter, "su pasión visionaria y no ciega", como diría Stendhal. También posee ese principio shakesperiano grabado a fuego: "hombres fuertes, destinos poderosos". Porque sí, Luciano no es solo el del Scudetto en Nápoles -el único sin Maradona en la historia del club- sino también el de las perpetuas caídas y levantamientos en Udine, el del doble ascenso con el Empoli (de la C a la A) o el del exilio en Rusia con el Zenit. 

También el hombre que puso contra la pared dos capitanes que se antojaban intocables: Icardi en el Inter; Totti en la Roma, aun arriesgando su cuerpo a ser crucificado por una afición, una ciudad con tendencia precisamente a la condena. Sí, efectivamente Spalletti siempre expuso su carne para un bien mayor, y ahora lo vuelve hacer con una Italia que se busca a sí misma tras perderse las dos últimas ediciones mundialistas. Por eso ha sabido de rodearse bien de militantes del trabajo y la disciplina.

Spalletto habla sobre España en la EURO y su estilo.

Su catálogo de entrenadores

Amante de los tres conceptos futbolísticos de Menotti (espacio, tiempo, engaño), el seleccionador italiano les dota de connotación propia. Especialmente al último, el de la treta, el despiste. Porque, aunque Spalletti es progresista como Guardiola y Klopp, y su Nápoles del año pasado era la expresión de un calcio libre y moderno, algo así como la Holanda del 70… Todo eso está camuflado en la índole de un hombre humilde que estudia y analiza otros deportes (waterpolo), y que no olvida sus vestes de jugador, cuando se prodigaba en la apología física. No es casual que su ídolo fuera la seda grácil de Antognoni, y que su pasión radique en la tierra, la vendimia, el vino y en dar de comer maíz a las gallinas. En definitiva, un hombre ultramoderno integrado en un mundo antiguo y rural. Exacto, en esa promiscuidad de conceptos a la italiana, radica la base de su engaño.

Spalletti, en un entrenamiento con Italia.  EFE
Spalletti, en un entrenamiento con Italia. EFE

"En su fútbol están involucrados siempre los once jugadores, y eso es raro en Italia. Es un estratega", llegó a decir de él Arrigo Sacchi, otro de los seleccionadores italianos que como Enzo Bearzot (campeón del mundo en 1982 contra todo pronóstico) han influenciado la partitura de Spalletti, hombre inquieto, polémico, sentimental, huidizo de la victoria a cualquier precio y siempre en perfecta sintonía con la ética, el cuidado en las relaciones humanas con sus futbolistas y la estética. En definitiva, un solitario con instinto animal que jamás busca el consenso y sobredimensiona el lujo. Sabe que su Italia es así, de ahí la apología por crear un grupo moralmente íntegro. Con pocos pinceles, pero muchas armas para pintar cuadros. En esa aparente contradicción se esconde la paradoja de su vida.

Maldito toscano

No se puede comprender bien Spalletti, su personalidad, su fútbol, sin el contexto. Nació en el mismo lugar que el humanista Boccaccio, obsesionado en sus textos con las personas, el erotismo y la insistente búsqueda de la belleza. En el corazón de la Toscana, donde se inspiró también el escritor Curzio Malaparte (nacido en Prato) para su obra Maledetti toscani, a quienes se refiere como personas con el cielo en los ojos y el infierno en la boca. No se detiene ahí: "Todos los italianos son inteligentes, pero los toscanos más que nadie. Nadie lo dice, pero todo el mundo lo sabe. Entran en cada cosa con los ojos de la mente. Es una virtud, pero todo el mundo nos lo imputa como un defecto", llegó a decir.

Spalletti, como buen toscano, es irónico, sarcástico y visceral. Bromea de forma seria, y alberga un fútbol flexible, abierto a cambios perennes en cada choque. Movido quizá por su tempestad interior, con un rostro pétreo fruto de la dureza del destino, del amor por la locura y el riesgo, ahora se comprende mejor por qué dejó Nápoles nada más hacer historia. "Elegí abrazar la tristeza", llegó a decir. Se marchó del club, pero jamás de esta ciudad excesiva y exagerada, como él. Retorcida, poética y miserable, Spalletti, más allá de las sibilinas discrepancias con De Laurentiis, se fue cansado por dedicarle demasiado amor. Tanto que había llegado el momento, para él, de escapar al apego y proseguir la travesía que siempre le caracterizó. La del vagabundo errante, la del genio vanguardista que busca en la basura nuevas obras de arte para llenar un vacío enorme. Es su tortura, pero también su motor de vida.

Quienes le conocen de cerca, dicen que se dejó encandilar por la Francia de Platini, campeona de Europa en el 84, la de Luis Fernández, Giresse o Tigana. Un módulo que después, salvando las distancias, intentó crear en su primera Roma, con De Rossi, Pizarro o Aquilani, dejando a Totti (ganó la Bota de Oro en 2007) como falso nueve. Sí, sus esquemas viran y permutan entre el 4-3-3 o el 4-2-3-1, pero centrarse en eso para comprender a Boccaccio puede ser reductivo. Quizás demasiado.

Italia llega a la cita europea con poquísimas expectativas, aunque la Azzurra -como el propio técnico- siempre se movió bien en el virtuoso disfraz de outsider. Ahí, cabizbaja como su ideólogo en los viñedos de las colinas toscanas, se asoma en Alemania para pedir la vez. Para dar un abrazo sin saber bien qué carga emocional terminará depositando dentro de él. Es honesto, por eso Barella, Retegui, Di Marco, Donnarumma, Jorginho y compañía ya lo saben.