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El mayor logro de Lamine es que su barrio sienta orgullo de sus raíces: "Les daba diez euros para el billete de tren y merienda"

El futbolista, que cumplió este sábado 17 años, celebra los goles como homenaje a Rocafonda, el lugar donde se ha criado.

El graffiti de Lamine Yamal en su barrio./RELEVO/SALVADOR FENOLL
El graffiti de Lamine Yamal en su barrio. RELEVO/SALVADOR FENOLL
Jordi Cardero

Jordi Cardero

Una persiana bajada delante del campo de fútbol muestra un mural de Lamine Yamal con el 304, en referencia al código postal del barrio. Es también el gesto con el que celebra sus goles. Rocafonda ha pasado de vivir de espaldas a todo a estar en el escaparate mundial. Y todo por culpa de un chico que creció peloteando en una pista callejera. "Iba de casa a la pista y de la pista a casa", recuerdan los vecinos. Lamine ha tatuado el 304 en las paredes del barrio y los chavales replican el gesto con orgullo. El barrio de Mataró, lugar de acogida de muchos andaluces durante la posguerra, lo es ahora también de muchos marroquíes.

Lamine, hijo de padre marroquí y madre ecuatoguineana, nació en Esplugues de Llobregat el 13 de julio de 2007. Se mudó a Granollers y rápidamente se instaló en Mataró. Allí sigue afincada parte de su familia. Delante del campo de fútbol del barrio -allí nunca jugó, pasó directamente de La Torreta al Barça cuando era prebenjamín-, el mural del futbolista vigila la avenida y actúa de espejo para los vecinos. Está en un colmado que durante muchos años regentó su tío Abdul. Este lleva más de tres décadas viviendo en Catalunya y lo traspasó a finales de abril. Unos metros más arriba está la pista de fútbol sala que vio crecer a Lamine.

La tienda conserva el mismo rótulo. En éste se aprecia una imagen editada de un jovencísimo Lamine Yamal sobre el antiguo Camp Nou, lo que en su día no fue más que un sueño. Antes del cambio de propietario, lo primero que uno se encontraba al entrar era la fotografía del momento de su debut. Un abrazo con Gavi y el minuto exacto en que saltó al campo: el 83:48 de un 29 de abril de 2023. A Lamine se le taponaron los oídos al pisar por primera vez el templo blaugrana. La foto destacaba entonces entre las bolsas de patatas y los zumos.

RELEVO/SALVADOR FENOLL
RELEVO/SALVADOR FENOLL

"No nos sorprende lo que está haciendo. Juega igual delante de 500 personas que de 50.000", cuenta uno de sus exentrenadores. "Lo veías con 11 o 12 años y decías: 'Este chaval ganará el Balón de Oro'", añade un representante que ronda por los campos de La Masia. El juego de Lamine fue esculpido por el fútbol callejero, ese que no se enseña en ninguna academia del mundo. "Ha aprendido a jugar a fútbol en La Masia, pero el regate y el desequilibrio lo aprendió aquí, en la calle", cuenta su primo Moha, que ejerce de hermano mayor y también de chofer.

Dos porterías sin redes y un muro en el que está grafiteado el nombre del barrio dibujaron el lugar de los hechos. Ahora, chavales con camisetas del Barça -y alguna de Lamine-, o de la selección de Marruecos bajan a jugar para poner en pausa sus vidas. Las reglas son las de siempre, las del fútbol callejero: solo hay 'fueras' si el balón se va a la carretera o traspasa el muro, y las faltas dependen de la honestidad del defensor.

RELEVO/SALVADOR FENOLL
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En esta pista creció Lamine, aquí empezó a cultivar la esencia de su fútbol. De calle, de pillo, el que premia al más listo. Él, además, también era el más bueno. Si aquí, entre decenas de chavales de distintas edades ya lograba destacar a pesar de ser un niño, cómo no iba a hacerlo después en el fútbol profesional.

De vez en cuando, un olor a marihuana en el que pocos reparan envuelve una pista repleta de patinetes eléctricos en sus márgenes. De fondo suena Morad, uno de los artistas favoritos de Lamine, habitual en sus cascos antes de los partidos. Como él, el cantante forma parte de la primera generación de padres migrantes nacida en el país. El parque anexo a la pista, como muchas plazas, proyectan un microuniverso que describe el barrio. El balón silencia una muda desesperación en la que viven muchos de los chicos y los adolescentes. Más de la mitad de los vecinos de Rocafonda han nacido fuera de Catalunya.La gran mayoría viene de Marruecos. Otros, de Andalucía. Es un barrio de acogida, de gente en busca de oportunidades. Y humilde. Según el índice socioeconómico territorial del Idescat, en 2020 era uno de los barrios más pobres de Catalunya. Con una marca de 62,6, distaba mucho del mismo centro de Mataró, con un 113,7. Quedaba incluso por debajo de La Mina de Barcelona (70,5) y todas las zonas del Raval.

La fama le ha llegado a Lamine sin avisar y demasiado pronto. Lamenta no poder ir a la bolera y ahora, cuando regresa al barrio, lo hace de manera exprés. Lo lleva su primo Moha. Lamine vuelve, sobre todo, para ver a su abuela. Esta le insiste en que no coma fuera de casa y, sobre todo, que coma sano. Es su mejor nutricionista. Aun así, no puede resistirse a su escalopa y es habitual que baje hasta el puerto para probar una paella cerca del mar.

RELEVO/SALVADOR FENOLL
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Cuando Lamine todavía soñaba en convertirse en profesional, los escasos recursos de la familia sellaron un techo de cristal. Mounir, su padre, bajaba andando con él hasta la estación de tren para llevarlo a entrenar a la Ciutat Esportiva. De camino pasaba por El Cordobés, el bar de Carlos. De tantas horas compartidas con Mounir, el restaurador acabó convirtiéndose en uno de los mejores amigos del padre de Lamine. "Cuando iban a buscar el tren, les daba diez euros para el billete y algo para que merendaran", recuerda.

Nacido en Cerdanyola, el nombre de su bar recuerda a su madre, andaluza. Cuando uno entra, lo primero que ve es la camiseta de Lamine colgada en la pared. Es un pequeño tesoro, pues medio barrio le pide camisetas del chico. Carlos tiene una de las primeras, con la que Lamine debutó con el Barça Atlètic. Fue ante el Eldense, justo una semana después de que lo hiciera con el primer equipo. En Lamine todo es anómalo. Carlos tiene detrás de la barra una bolsa con varias camisetas que esperan ser firmadas por el futbolista. Una vez por semana, Mounir las recoge y se las lleva a Lamine. Son peticiones de amigos, amigos de amigos, conocidos de amigos y conocidos de conocidos y conocidos de desconocidos. "Y ahora también nos piden entradas", añade.

RELEVO/SALVADRO FENOLL
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Si las paredes hablaran contarían que la explosión de Lamine ha empezado a dibujar los 304 en los muros de Rocafonda. Antes de su irrupción, apenas había menciones al barrio entre los grafitis. El blaugrana ha hecho que un barrio humilde y trabajador se sienta orgulloso de sus raíces. Quizá sea uno de sus mayores logros.

Lamine lleva años viviendo en La Masía para que el club, como hace y ha hecho con tantos otros, pueda cuidarle al milímetro con todo lo que necesita. "Allí es uno más", cuentan desde dentro. Y cuando tiene permiso, visita Rocafonda. También su padre se ha mudado. Él a Barcelona, para estar más cerca de su hijo. "Se marchó a un piso con un sofá y una televisión y poco a poco fue llenándola con muebles", cuenta Carlos, a quien Mounir visita a menudo. La fama tampoco ha pasado inadvertida para él. Aunque está muy activo en redes sociales, le ha llegado a pedir ayuda a Jorge Mendes, el representante de Lamine, porque el móvil se le infecta de whatsapps de desconocidos. "En el barrio no pasa desapercibido", comenta Carlos.

"Es un barrio futbolero", dice un familiar de Lamine mientras observa una pachanga mañanera. El tiempo pasa lento. En esos chicos nos convertimos cuando el árbitro marca el inicio de un partido. Y es ciertamente irónico que Lamine nos vuelva hacer sentir niños cuando salta al campo. Quién sabe qué destino le estará reservado, lo que ha logrado hasta ahora es más importante que cualquier otra cosa. Que cada minuto jugado sea un minuto en el que para él y Rocafonda no exista nada más. El fútbol ventila sus vidas. El barrio tiene ahora un referente. Un chico que callejeaba por donde lo hacen ellos y pasaba las tardes en la misma pista, desconociendo que se acabaría convirtiendo en el protagonista de miles de historias.