ROMA - ATHLETIC

Lo que le espera al Athletic en Roma: "Los tiempos han cambiado. Estos asaltos premeditados y bellacos no sucedían en nuestra época"

A raíz de los incidentes en Roma, Relevo charla con dos voces históricas del mundo ultra giallorosso para desgranar un fenómeno antropológico que siempre despierta una cierta controversia.

Los seguidores de la AS Roma, durante un encuentro en el Olímpico de Roma./EFE
Los seguidores de la AS Roma, durante un encuentro en el Olímpico de Roma. EFE
Julio Ocampo

Julio Ocampo

"El Athletic es una piña. Su filosofía es magnífica, pero nosotros estamos preparados", respondió Claudio Ranieri a Relevo el pasado domingo en la rueda de prensa posterior al partido frente al Como, disputado en un Olímpico que volverá al atuendo europeo este jueves. "De cara al partido de Europa League contra el club vasco instamos al pueblo romanista para participar en una coreografía que involucre a todo el Estadio. El objetivo es crear un mar de banderas giallorosse… Por lo tanto, aconsejamos a cada persona llevar una ajustándose a las siguientes directrices para que todo sea espectacular, perfecto: Giallo (Pantone 130C) y Rosso (Pantone 202C). Las dimensiones aconsejadas son 1,70 m de altura y 1,50 de ancho. El objetivo es que nuestros adversarios sepan dónde están jugando". Así reza el comunicado interno que en estas horas está dando la vuelta al mundo romanista, un pueblo especial, excesivo y revolucionario. Un alma indómita que se resigna a desertar del fuego fatuo activista que precisamente la llevó hasta aquí. A ser el enorme corazón de un templo preñado de casi setenta mil personas.

"Sí, el famoso Commando Ultrà Curva Sud (CUCS) lo fundé yo en los setenta. Los años de plomo, una época complicada en Roma y en todo el país", recuerda Antonio Bongi. "Es el grupo organizado más importante. Es ferviente sí, aunque paradójicamente nuestro campo nos ha penalizado en cierta manera. Sí, porque el Olímpico es demasiado grande, y tiene la pista de atletismo. Nos gustaba más cuando estábamos en el Stadio Flaminio (obra de Pier Luigi Nervi), con Gigi Radice en el banquillo. Ganábamos siempre, salvo contra el Milán de Van Basten y Gullit. Dicho esto, la atmósfera contra el Athletic será especial y tranquila. Nada de violencia como hace cincuenta años", explica abriendo un abanico sociológico que en su día causó furor, rebeldía, animadversión y admiración a partes iguales.

El tifo, en general, es difícil de entender. Siempre estuvo sujeto a generalizaciones, y era proclive a caer en teorías retóricas que instrumentalizaban su función. Además, se solía agrupar, según se antojaba, a extremismos políticos. Algunos episodios violentos lógicamente no ayudaron demasiado. "En los setenta conseguimos meter en el campo el tifo por la Roma, y basta. Es decir, dejando fuera los ideales radicales de izquierda y derecha. Introdujimos tambores, pancartas de casi cincuenta metros. Estábamos unidos bajo una única bandera. A medida que íbamos haciéndonos hueco, la Roma -ya con Silvio Piola presidente y Liedholm como técnico- sentaba las bases del scudetto. Al año siguiente, 1984, la final de la Copa de Europa en casa. Ese día entramos en el estadio a las diez de la mañana", recuerda con ilusión aún.

Hay una letra pequeña de todo esto. Y es que los éxitos deportivos vinieron acompañados de capítulos mancillados en sangre y fango. In primis, la de Vincenzo Paparelli, fallecido trágicamente en 1979. "Fue accidental. Era un tifoso de la Lazio. Recibió un disparo de un cohete. Inicialmente, el uso era para la coreografía, pero después hubo varios incidentes y se lanzó en medio de la gente. Un drama, porque a nosotros las autoridades policiales nos secuestraron todo. Un año de penalización fuera del recinto deportivo".

"Hoy concuerdan una cita en una bar de la capital o de una autopista para masacrarse, y basta"

Antonio Bongi Fundador de CUCS

Hoy el decorado es mucho más tranquilo, más allá de complots o de que haya siempre -en palabras del propio Antonio Bongi- algún energúmeno descarriado que se cite con aficionados rivales "en algún pub de Trastevere el día antes del choque para armar jaleo". Sí, exactamente como la guerrilla entre hinchas realistas y laziali que tuvo lugar durante la noche romana. Más una arrebatadora descarga -inapropiada- de ira o frustración que un manifiesto futbolístico ultra. "Los tiempos han cambiado. Estos asaltos premeditados y bellacos no sucedían en nuestra época. Insisto, hoy concuerdan una cita -tramite redes sociales- en un bar de la capital o de una autopista para masacrarse, y basta. De todas formas, yo ya estoy fuera de todo. Voy al fútbol con mi hijo a la tribuna", relata.

Un enorme poder

Quienes saben descifrar la nomenclatura de esta complicada y bella ciudad dicen que no, Roma no puede morir porque ya está muerta. Eso es precisamente lo que la hace eterna. Algo de este magma es extrapolable a su hinchada, en este caso el lado romanista. De hecho, aparentemente ese Comando se disolvió en 1999 para dar entrada a otros grupos, aunque la paradoja es que sigue dentro del estadio su mensaje, ahora transformado en "Vecchio ultras", pancarta fija en Curva Sud, lado Tribuna Monte Mario. "Son aproximadamente cincuenta chicos; antes éramos más de tres mil. Tienen mucho mérito", apostilla mirando atrás.

Antes, como bien dice, eran los años de oro ultrà, con poder y toma de decisiones. "Era una Roma popular, con mucha gente de izquierda. Hoy, no sé por qué, el fondo es más de derechas. Son estos grupos, sí, tipo Boys, Opposta Fazione… Pero la intención es siempre separar la política del fútbol, y esto lo saben los chicos", señala el viejo capo, no sin antes dejar clara una puntualización. "Antes éramos tres grupos: equipo, directiva e hinchas. Nos unía una fuerte amistad con los futbolistas. Tancredi, Pruzzo, Ancelotti… Estábamos muy unidos. Hoy es imposible, porque hay muchos extranjeros, y una cierta dificultad para que entren en la mentalidad de maglia Roma. También nos llevamos bien con Claudio Ranieri, De Rossi… Pero, ¿cómo explicarle a Dovbyk qué significa esto? Piensa que antes el presidente nos llamaba para darnos voz en capítulo en muchas cosas. Hoy eso es inviable", concluye desprendiendo un cierto halo de nostalgia canalla. No cae en el desprecio por el presente ni mucho menos. Tampoco en la indiferencia o desdén, porque vive de él… Pero sí, el interés y fascinación por sus años bravos es inquebrantable, indisoluble.

Al final, todo eso es Roma. Una diva muerta que usa el tiempo actual -se apoya en él y lo manipula a su antojo- solo para relatar lo bella y potente que era siglos atrás. El fútbol no es excluyente de este drama existencialista.

Testaccio, territorio Roma

Comprender bien el enfoque del tifo organizado es algo que necesita, cuanto menos, respeto y años. Como decía el gran Alberto Sordi (actor y director romano): "Bromear es algo difícil que requiere tomárselo en serio". Precisamente él, un cómico en cuyos círculos íntimos era sobrio, esquivo, desabrido.

Para interiorizarlo y metabolizarlo, ayuda la disección de los aciagos setenta, con terrorismo negro y rojo enmarcando el cuadro. Así bien, a la incursión romana le acompañaron correlativamente otros núcleos fundamentalistas como los Boys San, la Fossa dei Leoni y las Brigate Rossonere en Milán, los Ultras Granata, los Panthers y la Fossa dei Campioni en Turín o los Ultras Tito Cucchiaroni en Génova, entre otros. Esa era la fotografía futbolístico-radical. Fruto también de un gran fermento revolucionario en la calle, ya hija del famoso 1968. El de la revuelta estudiantil, sexo libre, yoga, Bob Marley y marihuana.

Una cosa está clara. Este fenómeno ultra, como cualquier otro, también ha tenido siempre su lado oscuro, la otra cara de la moneda. En Roma, y en toda Italia. Porque sí, más allá de la violencia callejera y la animación febril, hasta casi hoy día muchos grupos han usurpado campos de fútbol -a veces en connivencia con la mafia y la omertà de las fuerzas del orden- para hacer sus propios negocios. De la venta ilegal de merchandising a la prostitución o tráfico de drogas… Y enfrente una entidad X que solía alternar dos disfraces: falso rehén o cómplice. Así se allanaba el terreno considerablemente.

Una premisa que sirva como epílogo: ese tenebrismo no forma parte del prehistórico manuscrito sobre el tifo ultra como tal, sino que representa un verso suelto envilecido y extraviado. Nada que ver con el aura salvaje y guerrera de animar a un club. En este caso La Magica. "Roma Club Testaccio nace en los cincuenta. En Testaccio, uno de los barrios más importantes. Forma un binomio perfecto con la Roma, que además jugaba sus partidos allí, en el viejo estadio. Además, el padre de Ranieri trabajaba en la zona, aunque él -Claudio- es de San Saba, a cinco minutos, cerca de la estación de metro Pirámide".

Aficionados de la Roma, en el Olímpico. EFE
Aficionados de la Roma, en el Olímpico. EFE

Las palabras son de Emmanuel Mariani, actual presidente de este grupo creado en el feudo romanista más importante de la ciudad capitolina. "Hoy hay demasiadas restricciones. Las autoridades nos ven como delincuentes por narices. Gestionar el tifo hoy es difícil. Están prohibidas las bombas de humo. Sí, contra el Athletic el ambiente, la atmósfera será increíble, porque nuestra hinchada es auténtica, genuina, muy ruidosa. Eso no ha cambiado. Es fuego puro, pero ya todo es tranquilo, pacífico. La delincuencia ya puedes encontrarla en cualquier sitio, salvo en el campo de fútbol o su zona perimetral", reconoce tratando de sacudirse el karma.

Se hace de noche, y el Tíber, con sus anguilas de río a esa altura, ejerce de pasarela, de preludio a lo que sucederá en uno de los partidos más atractivos de este Europa League. Dos equipos puristas en un decorado proyectado por Luigi Moretti, uno de los arquitectos de Mussolini. "Este fútbol se está deteriorando. Los jugadores de hoy se creen velinas, estrellas, y están lejos de la gente. Con los de antes nos íbamos a comer una pizza y tomar una birra. Lo más importante, sin embargo, permanece: los colores de la camiseta. El resto es falso, pura especulación". Son los mismos, lógicamente, que ondearán banderas para tratar de condicionar y sorprender al conjunto de Ernesto Valverde, que vuelve al lugar del crimen (Manolas le echó de la Champions), pero esto ya es otra historia. No menos cruel para el hincha, el ultra culé.