Si Iniesta no hubiese marcado el gol de Stamford Bridge todavía sería mejor

No vi el gol de Andrés Iniesta en Stamford Bridge. Se hace raro, casi irreal, pensar en el gol que más me ha impactado sin que lo vivese en directo. Estaba de colonias, en esa edad en la que el mundo todavía no tiene forma, un lejanísimo 2009 sin pantallas en el que el gol de Iniesta me llegó con eco, por voces mezcladas, una cacofonía sin sentido que solo pude templar cuando llegué a casa y vi, en la tele, la imagen que me perseguiría toda mi vida. Mi padre se arrodilló ante el gol aquella noche y yo, todavía con 11 años, lo haría después y durante toda mi vida. No vi el gol de Iniesta en Stamford Bridge, incluso podría no haber sido él quien marcase, y yo seguiría arrodillado. Si no lo hubiese marcado, todavía sería mejor porque para alabar su figura uno tendría que ir a lo que siempre le definió: su forma de moverse.
Para explicar, o tratar de hacerlo, a Andrés Iniesta bastaría con decir que quitando de su memoria dos de los goles más importantes de la historia del fútbol el futbolista seguiría intacto. El manchego trascendió el palmarés futbolístico, las grandes imágenes que todos buscan, porque su lenguaje siempre fue el juego, incluso cuando su status en el mundo futbolístico era débil, un talento bajo sospecha, su principal fuente siempre fue la misma: una facilidad abrumadora para precipitar a su equipo en una elegancia paranormal. Iniesta te invitaba siempre a un baile en el que tu sabías que su acompañante no le podría seguir. Uno no podía apartar la mirada.
Iniesta tuvo la visión para acudir, tras una derrota y un empate iniciales, al despacho de Pep Guardiola para transmitirle confianza. Su lectura siempre fue proverbial, preclara, una mente prodigiosa que iba adelantando acontecimientos a modo de oráculo para poder abrirse paso. Su eclosión coincidió con el auge de Xavi y el nacimiento de una Supernova en Leo Messi, y fue allí, en una constelación de talentos históricos, cuando Andrés nos asombró a todos elevando su juego a un arte reservado solo para él. Nunca nadie fluyó tanto entre líneas, levitando donde los otros temblaban. Para el Barça de Messi y Xavi, Andrés suponía un agujero de gusano a un universo desconocido, porque no había balón que no tradujese en una nueva superioridad. Iniesta fue el mejor no porque entendiese muy bien el juego, que también, sino porque lo sentía como nadie. ¿Oyes la música, Andrés?
Y Andrés la escuchaba todo el rato. A sus pies de bailarina se le unía un cuerpo que siempre estuvo juzgado por aquello del rechazo al jugador que rompe el molde. Encerrado en un cuerpo demasiado mediocre para llamar la atención de nadie y así demostrarle al resto que este deporte se juega con la cabeza y los pies, pero sobre todo con la mente. A Iniesta hay que acudir siempre que sale alguien a hablar del inexorable cambio físico que se vive, en cada debate que niega la belleza y el talento en beneficio de una lógica que el fútbol no acepta. Iniesta siempre fue, y ahí están los partidos como testigo, uno de los mejores defensores de su generación, porque robar es también un arte y en artista se convirtió Andrés cuando le tocaba bajar al barro.
En el equipo de Messi, Iniesta siempre estuvo más cerca del astro argentino que de cualquier otro. Solo eso bastaría para condensar su inmenso talento, siempre despierto en las grandes noches, allí donde no llegaba su palabra o su carisma, en ese rostro inerte a toda emoción, lo hacía un fútbol universal que creó escuela. Lo peor de un talento como el suyo es que haya quien lo intente transformar en metodología, quien vea en su genio una forma de aprendizaje para todos los públicos y no un instinto reservado a un jugador privilegiado.
Cada pocos meses acudo a las mejores jugadas de Iniesta como consuelo a un tiempo que siempre fue mejor. En ninguna de ellas reclamo Stamford Bridge porque aún sin el gol que todo culer ha soñado alguna vez, Iniesta seguiría siendo mi jugador favorito de siempre. En los highlights de Iniesta no hay excesos aunque todo lo parezca, porque su técnica fue tan pulcra como creativa, tan académica como transgresora. Es un jugador inclasificable, como todos los genios, y su mayor legado no serán los goles ni los momentos icónicos, sino precisamente la certeza de que ya nada volverá a ser como antes. Iniesta fue un acontecimiento, y nosotros lo vivimos.