De amores que nunca se olvidan

Como los amores de verano, o ya los de todas las estaciones, intensos, consumistas y efímeros. Como todo, al fin y al cabo, y el fútbol no iba a ser menos. Hoy te quiero, mañana no lo sé. Ya no hay memoria para los recuerdos, para las lágrimas que saltaron tocando la gloria, o para un 'me quedo porque estás tú'. Ni para los abrazos, las dedicatorias, los compromisos firmados sin contratos de por medio. Ya no hay Tottis o Maldinis, ni Wengers, ni Diegos, ni amores eternos. Antes uno volvía al barrio, ya de grande, para salir campeón por última vez. La selección era el amor de su vida, por encima de cualquier otra camiseta, porque la nacional era la del pueblo, su casa, su madre cocinando para hacerle grande. El Mundial era el sueño de todos, y ganar cada domingo era el camino para ello, no al revés.
Antes los entrenadores no se iban en octubre. Como Emery, que creyó que en Inglaterra existen baldosas amarillas tan bonitas como las de Villarreal. A Simeone le acusan de desgaste en la relación, infidelidad en el juego y dudas con el futuro. Con Xavi se acabaron los amores platónicos y sólo quedan corazones que no alcanzan.
El hincha no vendía su abono a cualquiera que pasaba con otro acento. Los culos se apretaban y sobresalían por la Travessera de les Corts. Y hace menos, Messi sellaba fidelidad con el que le hizo crecer sus piernecitas. Para siempre. A Cristiano le sacuden en Manchester y a Casillas no le salvan una.
Pero hay un Monumental repleto llorando al 'Muñeco' Gallardo en su despedida, incluso después de ocho años de idilio. Debe ser que sí, que aún quedan amores de esos que nunca se olvidan.