¿Por qué el Barça no entendió a Griezmann?
El jugador del Atlético gozó de solo dos temporadas para demostrar su nivel en Barcelona: fue de menos a más.

Las expectativas son la condena del aficionado. Las que en muchas ocasiones terminan por opacar la realidad, disfrazándola con aquello que pensábamos y no con lo que vemos, obviando lo que sucede, lo que el futbolista realmente es, para quedarnos con nuestra verdad, una de prefabricada que nos condiciona tanto a la hora de leer al jugador como a la hora de recordarlo. Antoine Griezmann ha sufrido este mal. Su condena no es otra que la de soportar en sus hombros la etiqueta de un fracaso mal entendido en el FC Barcelona. Su historia, a la que le ha dado la vuelta, gira alrededor de lo que fue, pero sobre todo de lo que pudo ser mientras en el Atlético ha conquistado su propio legado, ampliándolo hasta el infinito.
Si vas a Barcelona y preguntas por el paso de Griezmann en el FC Barcelona, la respuesta más común será la siguiente: "No funcionó". Y el diagnóstico, en la gran mayoría de ocasiones, apuntará a un mismo nombre. "Jugaba en la posición de Messi". Lo primero que hay que hacer es retroceder en el tiempo para entender el contexto de todo. Antoine Griezmann llegó al Barça tras un amago en el verano de 2018, justo después del primer gran año de Ernesto Valverde en Barcelona. Tras aquel fichaje fallido, el francés llegaría en 2019 a cambio de 120 millones de euros, con un contrato astronómico que le ataba al club hasta este 2024.
Un primer año encorsetado y un jugador menor
Su llegada coincidía con la decadencia futbolística de un Luis Suárez que estaba en su última temporada como azulgrana. Con Messi y el uruguayo intocables, Valverde decidió abrirle un hueco en el perfil zurdo, una posición que Griezmann no ocupaba desde sus años en la Real Sociedad, mucho antes de evolucionar hacia un jugador total, el epicentro del juego del Atlético de Madrid y un generador de primer nivel en el carril central. En aquel Barça sin jugadores que abriesen el campo ni amenazas al espacio, con un popurrí de nombres y roles curioso, Griezmann fue el sacrificado.

En ese primer curso, con Valverde y Setién, el rol de Griezmann parecía difuso, condenado a estar en un limbo en el que ni el jugador ni sus compañeros podían sacarle el máximo partido al fútbol del francés. Con 19 goles producidos (15 goles y solo 4 asistencias), Antoine fue el tercer máximo goleador del equipo en un año aciago, sin títulos y con el 2-8 ante el Bayern como colofón. Su periplo en el Barça ya parecía tocado de muerte, porque se atisbaba una incompatibilidad manifiesta con Messi, aunque lo que nos enseñó el segundo curso de Griezmann en Barcelona es que los buenos, en el fútbol, cuanto más juntos mejor.

El inicio de algo nuevo y un final precipitado
Ese papel parecía traer consigo una fecha de caducidad no muy lejana en la que el Barça debería replantearse la construcción de su equipo. La debacle de Lisboa ante el Bayern expuso todas las debilidades y limitaciones de un equipo mal construido, con una falta alarmante de perfiles que le regalasen más espacio a sus mejores jugadores. Griezmann, que había llegado con el público escrutando su rendimiento tras el plantón del verano anterior, necesitaba un cambio sustancial para no caer en un punto de no retorno.
La llegada de Koeman trajo consigo la eclosión de Pedri y un Dembélé renovado físicamente. A medida que fue avanzando la temporada, sobre todo a partir de enero, el técnico apostó por un sistema muy flexible en el que por dentro coincidirían Pedri, Busquets, Messi, De Jong y Griezmann, con Ousmane Dembélé en la punta de la lanza, o abierto a banda derecha, en un intercambio constante en el que, siendo Messi el eje creativo, todos tenían su peso en las zonas centrales. Griezmann pasó de vivir alejado, a hacerlo siempre envuelto de compañeros, en una sucesión de posibilidades muchísimo mayor que hacía un curso.

Esto explica que, en ese segundo curso, Griezmann pasase a producir 33 goles, que desde la marcha de Messi significaría la segunda cifra más alta solo por detrás de los 41 de Lewandowski el pasado curso. De 4 asistencias, a 13. En vez de estar cerca de la línea de cal y ser un elemento complementario, pasó a tener mucha más participación, a relacionarse en espacios reducidos y alimentar la circulación, que tuvo su punto álgido en el 1-6 en Anoeta y en el 4-0 en la final de Copa del Rey.


El pecado original de Griezmann siempre ha sido el de ser un jugador que nace y acaba en el resto, un magnífico conductor que necesita pasajeros a los que llevar. Ese entendimiento colectivo, que el francés ha sublimado con el paso de los años, en el Barça no fue aprovechado y explotado salvo algún tramo del segundo curso. Griezmann fue, en ese 2021, un jugador relacionado con el pase (pasó de 38 a 44 pases por encuentro) y el gol. Al jugar más centrado, su fútbol llegaba a zonas que antes no podía hacerlo.

Era un Barça endeble, con poca calidad en su defensa, pero un equipo divertido que se movía alrededor de un eje muy flexible, con Messi y Griezmann en la mediapunta, Pedri siendo un apoyo constante y el De Jong más goleador de todos los que se han visto. Hasta el anárquico Dembélé pareció tener un sentido táctico más definido que en cualquiera de sus anteriores temporadas en el club azulgrana. Parecía el inicio de algo, aún poco definido y más allá de la continuidad de Koeman. Pero Messi no renovó y el Barça entró en depresión. Griezmann, que tenía un contrato descomunal, no continuó y su salida se dio en el último segundo, sin ruido y con una sensación de alivio y de fin de ciclo precipitado.
Anticipar el futuro es imposible, pero es difícil no imaginarse a un Griezmann cerca de su plenitud en un Barça carente de jugadores que doten de orden y sentido al juego. Su nivel exhibido desde el Mundial de Catar, donde Antoine sostuvo la excelencia como interior, dio pie a unos meses de un fútbol reflexivo y pensado, el de un jugador que ya ha entendido el juego y lo que le queda es mostrárselo al resto. Su paso por el Barça no calará como debe, pero el fútbol siempre quedará como respuesta a quienes lo pasan todo por el prisma de lo numérico.