El Barça ya ha ganado el segundo título de la temporada

El Barça de Flick había completado hasta la fecha la mayoría de postales que a un gran equipo se le exigen pero le seguía faltando una remontada a la altura, y además en un partido que no indicase que se fuese a dar, porque las mejores remontadas siempre son aquellas que no se esperan. Las que aparecen. Y la cosechada en el Metropolitano es una de esas que equivale a un título porque el fútbol nunca suele ser amable ni empático y para que lo parezca hay que insistir y este Barça, que ha jugado uno de sus peores partidos del curso, ya tiene una de esas fotos que pertenecen a los equipos que dejan huella.
El titular es el siguiente. Un mal Barça ha anotado cuatro goles en un estadio que vio, hace pocos días, como Mbappé se quedaba sin disparar. Y pudieron ser más. Escribía el otro día que este equipo es imperfecto, y Simeone lo sabe, porque sabe más que el propio fútbol, y basó su plan en lo que era evidente: explotar la espalda de la línea defensiva buscando que los centrales azulgrana no defendiesen el área, sino la cal. Así llegaron los goles y las ocasiones en un Barça que parecía haber jugado una prórroga porque no tenía fluidez ni ritmo, con un Pedri terrenal que hacía parecer al equipo de más ritmo de Europa una concatenación de jugadores desconocidos. El Barça, sin un gran Pedri, luce la mitad.
Lo que sucedió tras el 2-0 se explica desde un estado anímico que respira desde el futuro. El Barça juega con el convencimiento que el fútbol le debe algo y, en consecuencia, sus jugadores saben que incluso en la pesadumbre hay victoria. Solo así se explica que tras un segundo gol en el que los jugadores pensaban más en el VAR que en otra cosa apareciese la jerarquía de un Íñigo que defiende por toda una legión. Su carácter es ya el del Barça. Lewandowski, al que le pesa todo, hizo una jugada más propia de Múnich para retratarnos a todos; el gol es como la simpatía, si uno la tiene no la pierde nunca, a pesar de que con los años cueste sacarla cada vez más.
Desde ahí el Barça jugó como lo haría un aficionado: convencido que el siguiente gol llegaría. Flick ajustó con sus cambios y le dieron la razón con un Ferran Torres que brilla cuando no hay tiempo para pensar en el error que puede llegar, si no anticipa el fallo, acierta. Y ahí, en un escenario en el que en cualquier otro año que no fuese este en la última década el Barça se hubiese hundido, los de Flick ganaron impulsados por la determinación de una afición que es lo que representa Lamine Yamal. El canterano explicó después, con tranquilidad, que sabía que sus goles llegarían en los partidos importantes y ahí están sus tantos ante Francia, Real Madrid, Benfica y el de hoy como constancia de quien se sabe elegido. Lamine es el mayor de los piropos, un espejo que te rebota siempre la imagen que quieres ver. Con él, es mucho más fácil creerte el mejor. El Barça de Flick ya tiene su postal.