OPINIÓN

El Barça se ahoga entre dos realidades

El Barça se ahoga entre dos realidades

El culé tiene que asumir que su equipo ya no juega partidos. Se limita a sobrevivirlos, parcheando cada minuto como si jugase de resaca. El equipo está anticipando su propia muerte en cada jugada, haciendo exactamente aquello que uno esperaría de un organismo que se consume, incapaz de encontrar el equilibrio en ninguna fase del juego, transformando cada respuesta en una pregunta sin fin. Es difícil que el aficionado pueda conjugar su estado de ánimo entre la emoción de ver a adolescentes compitiendo como veteranos y a veteranos deshacerse como niños. Es todo tan frustrante que uno no sabe qué sentir hasta que, de nuevo, ve a Lamine Yamal. El canterano justifica hasta el peor de los sentimientos.

El talento de Lamine Yamal está por encima del bien y del mal. Su rostro no miente y confirma su bisoñez. Hay cierta inocencia en todo lo que rodea a la forma de jugar en Lamine porque es como si el chaval obviase lo que le rodea, que es el mismísimo infierno, y lo supliese por un equipo que funciona. Traduce el horror por un disfrute sincero y natural y en sus recepciones, que han sido muchísimas ante la incapacidad colectiva del Barça, uno olvidaba el sufrimiento porque solo podía anticipar su futuro, que en estos momentos es el objeto más preciado que tiene el aficionado. De aquí a junio, Lamine marcará las ilusiones del culé.

El equipo hace ya mucho tiempo que ha perdido toda capacidad para sorprenderse. Ni se inmuta ante lo que debería ser una anomalía. El Granada, que llegaba habiendo marcado siete goles a domicilo y habiendo sumado solo un punto en toda LaLiga, se marchó con tres tantos y un punto que pudieron ser tres. Xavi anticipó su salida no para salvar al equipo, sino para salvarse él mismo ante lo que todos veían que era insostenible. Ya nadie pide su marcha porque todos saben que se va, y así la responsabilidad ha pasado a unos jugadores que miran con incredulidad todo lo que sucede el césped, incapaces de hacerse fuertes en las cosas más básicas del juego. El Barça lleva meses transformando a cada rival en su peor enemigo. Todos son mejores de lo que deberían mientras que siempre juegan peor de lo que tocaría.

Los rivales le pierden el respeto al Barça y lejos de buscar perder metros y jugar a que pasen pocas cosas buscan acelerar el partido y convertirlo en un correcalles. Han invertido el orden de las cosas porque los de Xavi son un conjunto tan vulnerable y tan largo que entre cada línea uno se podría quedar a dormir y despertarse sin que nadie le haya molestado. Antes los equipos contrarios acudían a jugar ante el Barça con cierto pavor, retrocedían y buscaban frenar el reloj a toda costa. Ahora buscan que el partido no acabe nunca, estirando cada jugada como si fuese la última tarde de verano.

Es por eso, ante tanta incapacidad colectiva, que lo de Lamine Yamal deja a uno helado y con la sensación de estar asistiendo a la primera piedra que se puso en Roma. El culé asiste a dos realidades que colisionan y son antagónicas, pero son las que tiene. Por un lado están Cubarsí y Lamine jugando como los mejores futbolistas del equipo, liderando cuando tendrían que limitarse a aprender y a observar sin levantar la voz. Por el otro, a un equipo campeón de Liga que se limita a repetir una frase que ya no tiene efecto: "Tenemos que mejorar". Nadie sabe cómo, quizás ni en qué, porque los errores puntuales del Barça lo son porque se dan exactamente en cada partido repetidas veces.

El peor diagnóstico posible es que Xavi parece no saber qué sucede mientras que Lamine, que es un niño recién llegado, parece tenerlo todo para hacer que sucedan las cosas. El Barça vive en dos realidades.