Joao Félix y el fútbol ficción que quisimos comprar
El culer acudió a Joao Félix como uno acude a una cita a ciegas. Detrás de la incógnita y de un halo de misterio atractivo existía un terreno fecundado por la ilusión. Por aquello que no era pero podía ser. De repente, todo cambió. Ya se proyectaba en Joao Félix todo aquello que el culer admiraba, haciendo de la parte un todo. Vieron a esa chica saliendo del cine y en su mente ya pensaban en qué nombre le pondría a sus futuros hijos. Había mucho más de necesidad que de realidad, porque Joao necesitaba redimir sus pecados y una etiqueta que cada vez le condicionaba más y el Barça volver a atraer a un crack a su delantera, a un genio al que adular. En agosto, el amor era indestructible.
Como en una película, todo empezó como tenía que empezar. Joao Félix debutaba como titular y marcaba, encadenando dos partidos y dos goles, asistiendo, dejando detalles de un talento superior, de una delicadeza que amenazaba con transformar la ilusión en algo palpable. Si algo tiene el fútbol, es que uno necesita demasiado poco para enamorarse para siempre. Basta un gesto. Un gol. Una celebración. El hechizo es imposible de revertir. Allí muchos creyeron en la Profecía, esa que apuntaba a Joao Félix como un incomprendido, un talento salvaje que necesitaba un escenario concreto para brillar. Un actor que llevaba años esperando el papel de su vida. Mucha gente apuntó a Diego Pablo Simeone como el villano de la película. Joao, el niño bonito al que nadie hacía caso, estaba por fin donde debía.
La realidad no tardó en atropellar la ficción. Félix, que empezó siendo titular en todos los partidos, empezó a perder protagonismo. Fue el descubrimiento de todas esas manías que convierten la rutina en densa burocracia. Los pelos en la ducha, el no recoger nunca la mesa. Esa forma de carraspear que va calando en tus nervios. Joao ya no parecía tan bonito. Qué traicionera y jodida es la ilusión: es capaz de desfigurar cualquier sueño, porque no vemos lo que hay, sino lo que esperábamos ver. Su ineficacia siempre estuvo ahí, como un secreto que nadie quiso comprar. En Joao se valoraba siempre el potencial, las condiciones, desatendiendo lo palpable: que con 24 años seguía teniendo los mismos tics que con 19.
Lo que sucede es que el portugués nunca fue tan bueno como se imaginó. ¿Un buen jugador? Sin duda alguna. Calidad, tacto y una ineludible puesta en escena, como de bailarina. Pero es una pócima a la que le falta el ingrediente secreto, algo que le haga despegar. En un Barça ciclotímico, de partidos grises y estructura descompuesta, el equipo necesitaba lo que imaginó que Joao podría ser: un atacante diferencial que le permitiese recuperar la autoestima cuando estuviese mal. Y eso no sucedió.
En cambio, Joao Félix ha encontrado la puntualidad de quien prepara con tiempo su venganza. Sus dos goles más importantes han sido ante el Atlético de Madrid, ambos para abrir el partido, como si le quisiese recordar a aquellos que reniegan de él que atesora un poder que quizás algún día muestre del todo. No es un escritor de novelas, a lo sumo escribe algún haiku que te hace cosquillas, pero que rara vez te logra emocionar de verdad. Y así va haciendo, dejando goles y toques de genio de vez en cuando para seguir manteniendo la trama viva, porque la gente confiará siempre que alguien le corresponda con un gesto, sin hacer mucho más que esto porque, quizás y solo quizás, Joao Félix es un productor de ilusiones fabuloso. Y hay veces que solo con eso basta para seguir viviendo.