OPINIÓN

LaLiga se (mal)acostumbra a los presidentes por aclamación

Javier Tebas, presidente de LaLiga desde 2013. /GETTY
Javier Tebas, presidente de LaLiga desde 2013. GETTY

Mientras que el Gobierno de España por fin ha sido investido hace días, evitando la amenaza de las enésimas elecciones, y en la Federación se abrirán pronto las urnas otra vez, con la posibilidad de que más que un careo entre candidatos se simulen en Las Rozas unos comicios municipales con tantas papeletas, en la Liga de Fútbol Profesional volverá a nombrarse este 14 de diciembre a un presidente sin tener que votar y por aclamación.

Y qué quieren que les diga. Más que un guiño a la estabilidad institucional, la bonanza económica o el apoyo unánime a la gestión -que lo hay y es de justicia-, desde que hago información de despachos y corbatas vivo esta realidad con bastante preocupación. Si suele decirse que las elecciones, sean donde sean y cuando se produzcan, son la fiesta de la democracia, en la sede de LaLiga no hay espacio para el espumillón e impera desde tiempos inmemoriales la ley seca. En 40 años de vida como empresa, porque lo es, sólo una vez el personal pudo hacer uso del derecho a elegir entre diversas opciones.

La culpa hoy en día seguramente no sea de nadie, o es de todos, en un sistema a la búlgara donde ya todo el pescado está vendido. A Tebas, más allá de olvidar sus originales intenciones cuando llegó en 2013 de limitar los mandatos, poco más se le puede achacar. Si no tiene rival también será por algo. El respeto que ha infundido entre los clubes es proporcional al dinero que les ha hecho ingresar en la última década; y sus méritos, por mucho que las formas a veces los empañen, son incuestionables. LaLiga era un tren de cercanías y ahora es un transatlántico. Otra cosa es que cuando ha podido haber un debate saludable, como el año en el que Álex Aranzabal (ex del Eibar) intentó presentarse con la ayuda de los escasos opositores, hubiera más prisas por apartarle rápido en la cuenta que en animarle a confrontar su proyecto. Aunque la alternativa estuviera cogida con alfileres.

Los presidentes de los 42 clubes profesionales tampoco están por la labor de que haya mucho meneo a su alrededor. Bastante tienen con que a ellos mismos no les muevan la silla en sus ciudades (véase el trepidante caso del Sevilla) y con capear la guerra sin cuartel mantenida con la Federación. Pese a que por lo bajini -para pelotear, postularse ante una posible cesión del Castilla y conspirar-, a veces le hacen ver al Real Madrid que hay cosas que no se pueden tolerar en la patronal y que deberían amotinarse o plantarse -como con las estrictas normas del control económico y los límites salariales-, en el fondo están encantados de que un pitbull defienda el corral. Entre Tebas y el saliente Óscar Mayo (último fichaje de campanillas del Atlético de Madrid) han sacado nuevos recursos de debajo de las piedras, incluso en tiempos de agonía en pandemia, y Javier Gómez, Pepe Guerra y compañía los han administrado con tacto pero también con mano de hierro. Hasta el punto de que las deudas sonrojantes del pasado con Hacienda y con los futbolistas han desaparecido por completo, y hoy la realidad es que existen bastantes más estadios dándose una buena y cara patina de maquillaje que concursos de acreedores.

Será curioso ver qué pasa cuando Tebas (61 años) se eche a un lado. Se supone que en 2027-28, cuando ya haya dado cien vueltas al mundo (estos días le toca ronda por Arabia Saudí) y haya agotado la explotación comercial de los derechos televisivos que alegran a los clubes y tan buenos complementos adornan su salario base. Hasta ahora, la tendencia es que un delfín herede las lleves de la nave. Desde que el 14 de julio de 1983 la RFEF (sí, la RFEF) creó la LFP para la gestión de los clubes profesionales, y un año después se crearan sus estatutos para que echase a andar un 26 de julio, sólo Pedro Tomás (2001-2004, año en el que acabó siendo destituido) tuvo que tumbar a un adversario. Fue en 2001 cuando ganó por 24 votos a 16 al gerente del Athletic Domingo Txomin Guzmán.

Antes y después de aquel duelo no hubo elecciones al presentarse sólo una candidatura. Manuel Vega-Arango, el expresidente del Sporting que tuvo el honor de ser el primer líder de Laliga, estuvo entre el 30 de diciembre de 1983 y el 11 de diciembre de 1984, fecha en la que dimitió. Antonio Baró, su sucesor en 1984, estuvo en el cargo hasta que falleció en 2001, y lo máximo a lo que tuvo que hacer frente es a superar una moción de censura presentada por Jesús Gil y Gil en 1996. Después de Pedro Tomás, Astiazarán se hizo con el mando en 2004 al saltar desde la vicepresidencia sin pelea alguna tras la renuncia del otro candidato previsto, Patxi Mutiloa (Eibar). Renovó su mandato en 2009 sin oposición y se echó un lado en 2012 ya que venía desde abajo a toda mecha su segundo, Javier Tebas. El costarricense empezó en abril de 2013 y seguirá en la Calle Torrelaguna hasta que se aburra.

Normalmente, los últimos presidentes de (la renombrada) LaLiga han dado el salto desde dentro de la casa, estando en el peldaño de la vicepresidencia y la gerencia, o incluso como vocales. Así que es de obligado cumplimiento mirar al organigrama actual para tener algún chance más en las futuras apuestas. En estos momentos, por debajo de Tebas anda Miguel Ángel Gil Marín, que en su momento coqueteó abiertamente con la Superliga que ponía en jaque el negocio español y cuyo porvenir se conocerá definitivamente el 21 de diciembre. Tras recular, supo mantener la confianza del presidente y de los clubes. Y ahí está también Quico Catalán, que dejó de dirigir el Levante hace un rato y siempre sonó en los pasillos como un candidato fiable y de futuro para llevar las riendas.

La verdad, es que no se esperan sorpresas ni batalla cuando acabe este mandato y llegue la sucesión. Por mucho que esta institución sea más golosa que nunca por los emolumentos a percibir y la influencia a regalar. Si acaso el tanteo de algún Carlos Suárez de turno o un consenso ante figuras como Mateu Alemany. A no ser, claro, que Rubiales se anime a volver a las portadas, espoleado por su socio Florentino, con su sanción FIFA ya cumplida para entonces... Total, ya fue jugador, estuvo al frente de AFE y pasó por la Ciudad del Fútbol, recorrido y escala que también parecían retos imposibles, y sólo le queda conocer el mundillo desde este prisma o desde la representación para cerrar el círculo. Esta conjetura, locura o temeridad -llámenlo como deseen porque Rubi azotó y crispó a los clubes de corto, como sindicalista y mandamás de la RFEF-, más que propiciar una fiesta de la democracia derivaría en todo un cotillón. Con tal de votar, cualquier hipótesis parece buena.