OPINIÓN

Con Messi sólo puede ir a peor

Messi, en un partido reciente con el PSG./GETTY
Messi, en un partido reciente con el PSG. GETTY

El Barça vive anclado en el pasado y precisamente lo que mejor está haciendo Xavi es enfocar hacia el futuro. Con sus fallos y disgustos. Una senda repleta de esperanza que no se recorre en un día y en la que lo más importante es tropezar poco y disimular bien. Caer en Copa, como ayer, y mandar en Liga, como cada día, es lo que la mayoría ha venido firmando durante toda la vida. Convendría ahora no equivocarse de camino.

Preocupa mucho dejarse arrastrar por las emociones. Y si algo nos ha enseñado Laporta últimamente es que está, a cada rato, a punto de desbordarse como un río. Lo pensaba anoche escuchando al estadio corear a Messi y a Busquets persiguiendo a Rodrygo sin tiempo ni para cazarle. El presidente, caliente, es capaz de cualquier cosa. Es un hombre que piensa con el corazón y al que luego, como consecuencia, le late la cabeza. Quedarse en el análisis de que la única diferencia que marcó el partido fue la jugada a doble área en el minuto 45 es pobre, reduccionista y, sobre todo, ficticio.

Mientras muchos aún viven de Cruyff, se vanaglorian con la era Guardiola y ovacionan a Messi -qué buenos tiempos-, el técnico señala el camino a seguir con Araujo, Balde, Gavi y Pedri. De ahí que, más de uno espere que sus declaraciones públicas abrazándose a Leo sean simplemente muestras de cortesía con el mejor jugador de la historia. Volver a mirar hacia atrás mientras otros levantan Champions, aunque sea como solución cortoplacista y perfecta cortina de humo a los problemas institucionales, equivaldría a darse de bruces a cada curva seria.

Si algo enseñó la nueva debacle en el Camp Nou ante el Real Madrid es que poner otra vez el proyecto en manos de un veterano de guerra, como Lewandowski, es no haber entendido absolutamente nada. Todos los rivales blaugranas vuelan a lomos de la savia nueva mientras el Barça, si pudiera, seguiría alineando a Henry. La llegada del delantero polaco, que conste, fue una bendición que conviene disfrutar, teniendo en cuenta de dónde venía el Barça catapultado por las palancas. Pero una cosa es tener buenos complementos y otra bien distinta sería cambiar de nuevo de principios y bandera. Un reconciliación Barça-Messi, como matrimonio de conveniencia, sería autolesionarse con premeditación y alevosía.

Más allá de lo que supondría económicamente en una caja en la que el argentino ha contribuido a horadar, preocupa el impacto sobre el verde y en el vestuario. Su mejor encaje deportivo le obligaría a reciclar su posición actual y la que le ha hecho inigualable, aparcando donde y cuando quiere, a la de mediapunta. Ahí, el Barça se aferraría a su visión de juego e inteligencia entre líneas sin depender única y exclusivamente de sus zarpazos y de sus goles. Veo a Messi castigando la espalda de Tchouameni, pero no dejando atrás a Militao a la carrera. Los años no perdonan. Las citas grandes de blaugrana ya le fueron quedando grandes. Y Xavi e Iniesta ya no están.

Pero como eso no sucederá, porque nadie se atrevería a debatir con un Balón de Oro, su llegada volvería a hipotecar todos los planes a su estilo, con Dembélé o Pedri obsesionados con dársela al pie en vez de explotar empoderados como los malabaristas que son. Por no decir lo humillante que sería despojar a Ansu Fati del diez, que él mismo le cedió hace nada, en lo que sería la cornada definitiva a la confianza del líder que proclamaron para la próxima década. Messi merece un colofón de película. Y eso ya lo tuvo en el Mundial.

El Barça está a tiempo de decidir. Seguir cociendo a fuego lento una plantilla de la que presumir pronto, a ojos de todo el mundo, los martes y los miércoles, o darse el capricho de reconocer un error histórico y recuperar a la leyenda para disfrutar simplemente, con goleadas insulsas en Montjuïc, los fines de semana. Es decir, tiene en su mano que el Camp Nou coree por nostalgia a Messi, como muchos tarareamos a Queen, o que el cántico se ponga de moda también en el Bernabéu. Por el respeto pasado y, más que nada, por el agradecimiento presente de contribuir a preservar su dominio en el futuro.