OPINIÓN

El miedo de Mestalla a no despertar del trauma

Aficionados del Valencia se manifiestan en contra de Peter Lim. /JESÚS SIGNES
Aficionados del Valencia se manifiestan en contra de Peter Lim. JESÚS SIGNES

Recuerdo subir corriendo a mi habitación, llorando. El gol de Essien en el descuento dolió como una punzada en el corazón. El de aquel chaval que creía que ese año, "¿por qué no la Champions?" Estaban Villa, Silva, Joaquín y la vieja guardia: Albelda, Ayala, Angulo, Cañete. Al rato subió mi padre a hacer lo que todo padre hace cuando su hijo sufre un desamor: "Tranquilo, es normal, pero piensa que yo he visto un Valencia en Segunda y mira todo lo que has vivido tú…".

Quique, hace dos temporadas, sobre la situación del Valencia con Lim.

Y de aquellos barros estos lodos. Y casi veinte años después, como en el 86, asomados al "trauma del descenso", al que se refirió Quique Sánchez Flores después de amargarle el debut en el banquillo a Baraja. En Getafe. Hace dos temporadas. Porque seamos sinceros, el Valencia lleva varios años coqueteando con lo que hoy ocurre. Y la resignación de ver al club descender existe, pero sabiendo que lo peor está todavía por llegar. El miedo no es (sólo) a bajar, es ver al Valencia deambular por una categoría que no es la suya. A la que no pertenece. A bajar y no subir. A no recuperarse del golpe. Porque seamos sinceros, ¿este Valencia es capaz de subir inmediatamente después de consumar y revivir el mayor trauma de su historia?

Vale. Y después, ¿qué?

Porque aquel crío que lloraba por caer en cuartos de final ante el Chelsea se despertó con el convencimiento de saber que su equipo volvería a jugar la Champions al año siguiente. Y ahora, veinte temporadas después, reza deseando no convertirse en otro grande que, quizás, no vuelva a serlo. Si ya me cuesta defender la magnitud del Valencia con todo lo que está pasando, ¿cómo lo haré en Segunda?

¿Qué me preocupa? Que el Valencia no vuelva a ser grande, que no vuelva a ser lo que siempre ha sido. Que la leyenda de Gayà se construya en Segunda y no levantando títulos. Que el legado que tantos y tantos escribieron se olvide porque haya quedado demasiado lejano y debilitado. Que pase la tempestad y el valencianismo se acostumbre a una nueva realidad triste, gris y, encima, sin Mestalla. A perder por completo el alma.

La afición protesta en Mestalla.RELEVO

¿Demasiado catastrofista? Quizás, pero es lo que tiene el miedo, que no es racional. Como tampoco lo es llorar por fútbol. Ya sea por quedar eliminados en el último minuto o por ganar una Copa. Ya sea en la habitación de la infancia o a las afueras del Villamarín. La última vez que lloré por fútbol. Al teléfono con mi padre. De eso hace cinco años pero parece que son bastantes más. La Copa del Centenario, el último acto antes de que Peter Lim le diera al botón de la autodestrucción. El día que soñamos que no teníamos techo fue el mismo que empezamos a caer, sin suelo para detener la caída.

Mi padre ya no solía ver al Valencia. Enchufaba la tele y se levantaba a los pocos minutos nervioso viendo en lo que se había convertido: "No jugamos a nada". Mi trauma, directamente y después de diez años de Lim, sería que mis hijos no sepan lo que es el Valencia.