OPINIÓN

Un nuevo sufrimiento llamado Marc Guiu

Marc Guiu celebra su gol ante el Athletic. /GETTY
Marc Guiu celebra su gol ante el Athletic. GETTY

Ya sé que ustedes -vosotros, vosotras o vosotres, que ya no me aclaro- están encantados con que un chico de 16 añitos como Lamine Yamal ande por ahí suelto en la élite, entre tanto profesional con mil trienios y familia numerosa, en vez de estar en clase. O que Marc Guiu (17) haya hecho saltar por los aires en esta jornada cualquier lógica sin ser aún mayor de edad y apareciendo por sorpresa desde la categoría juvenil. Cuanto más joven es la promesa que irrumpe en nuestras vidas, más grande es la expectativa y más ilusionante la esperanza. No es una moda. Siempre fue así. Y en cierto modo les entiendo. Camino de Sevilla, cuando Lamine causó baja con la Selección, amagué con darme la vuelta y volver a casa.

Hay necesidad, en este bajón de calidad actual respecto a hace unos cinco años, por saber quién va a entretenernos en el futuro de una manera aproximada a como lo han venido haciendo durante los últimos quince años Messi y Cristiano. Desde que Pelé hizo lo que hizo en los Mundiales hasta que Raúl se empeñó en derribar la puerta del Santiago Bernabéu a golazos, el mayor entusiasmo del pueblo siempre ha ido de la mano de la aparición de un nuevo niño prodigio. Perdonen que me sitúe en el polo opuesto: donde hay fervor -y hoy noto que se han vuelto a disparar los niveles recomendados- yo sólo aporto miedo.

Comparto sólo unos cuantos ejemplos. Cuando una mayoría vibra con un regate de estas precoces joyas llamadas a abanderar nuestros triunfos, me echo a temblar por si le cazan a la siguiente jugada. Si hay efusividad porque ha marcado un tanto nada más salir, como el de este Marc con pinta de Minotauro -el primero de una hipotética carrera legendaria-, maldigo con todas mis fuerzas que al día siguiente vaya a salir en todas las portadas. Mientras unos imitan sus celebraciones o se jactan de su forma de desenvolverse por primera vez ante la prensa, a mí me da por pensar si su núcleo familiar será el adecuado o si trabaja con algún psicólogo deportivo. Si se anuncia una ausencia por lesión, mi mente recuerda directamente al calvario de Ansu Fati. Sufro, sufro mucho. No puedo evitarlo.

Y creo, además, que me sobran los motivos. He visto a compañeros de mi adolescencia pasarlo mal en la actualidad por haber puesto en su día todos los huevos en la cesta del fútbol. Me fastidia ver a mi primo alejado - por las lesiones- de la primera línea a la que apuntaba y mantenerse, sin más -aunque no es poco-, como un buen pelotero de Segunda. Y no doy abasto ahora, porque se me acumulan, con tantas entrevistas pendientes con antiguos cracks de niños que dan tumbos en busca de rumbo como adultos. El foco suele ponerse en los que triunfan, obviando a los que se quedan y no llegan. Y el Barça, por poner el mejor ejemplo de trato, mimo y custodia de la cantera, también tiene mil víctimas por el camino. Por eso, mis pesadillas con que Lamine y ahora Marc Guiu no se tuerzan. Ya siento rebajar de esta manera el suflé.

Sin necesidad de remontarnos al blanco y negro, y simplemente echando un ojo a los tres años que llevamos de década con el atrevimiento de Setién, Koeman y Xavi a los mandos, igual aparece algún voluntario más por el camino que se afilia a mi equipo de los precavidos y timoratos. ¿Dónde están y, sobre todo, qué será de Konrad, Collado, Ilaix, Estanis, Rey Manaj, Demir, Adama, Nico, Chadi Riad y tantos otros que fueron utilizados en tiempos de zozobra como apagafuegos porque sólo había achaques y deudas? En algunos casos hay opciones de estabilizar la caída y hasta huele a resurrección, pero en la mayoría la cuesta bajo parece no tener fin. Cuanto más alto sube uno, más grande es el chichón.

Igual que el éxito de catapultar a un canterano es conmovedor y se propaga, cada tropiezo es una desgracia igual de grande que retumba en la cabeza. Por eso, podemos hablar de Lamine, Balde, Gavi, Pedri, Fermín y ahora Marc Guiu a todas horas -bien merecido lo tienen-, como de que Xavi es el atrevido entrenador que todos quisimos tener un día y nos negaron. Pero que a ustedes -vosotros, vosotras o vosotres, que ya no me aclaro- no se les olviden tres cosas: la prudencia, la responsabilidad de no disparar las expectativas y, sobre todo, que de vez en cuando haya una oración para velar por el porvenir de tantos otros fenómenos que un día nos agitaron de igual manera y han desaparecido del mapa.