CA OSASUNA

El 'Osasuna de los polacos', desde dentro: "Llegué a tocar con Barricada en un club de Pamplona"

El club rojillo fichó a cuatro jugadores de Polonia en cinco años: Urban, Kosecki, Ziober y Staniek. Relevo habla con varios actores de aquella etapa que mezcla curas, calderetes y rock.

Pedro Mari Zabalza saluda a Ziober, recién fichado por Osasuna en 1993. /ARCHIVO
Pedro Mari Zabalza saluda a Ziober, recién fichado por Osasuna en 1993. ARCHIVO
Sergio Gómez

Sergio Gómez

Este reportaje pretende ser un canto a la nostalgia de los abonados al Odio eterno al fútbol moderno. Pero también un recordatorio a las nuevas generaciones de que no todo fue como ahora, jugadores en su mayoría apolíneos y meticulosos con el culto al cuerpo y a la imagen, futbolistas extranjeros despojados de lo exótico por el peso de la globalización. En los años 80 y principios de los 90, los campos eran territorio de bigotes, greñas y barro. Sin hipogeos. En esa época, Osasuna, que este sábado visita al Real Madrid, logró una de las gestas más recordadas de su historia: 0-4 en el Bernabéu (30 de diciembre de 1990), con hat-trick de Jan Urban, el hombre que abrió la puerta a aquel equipo con acento polaco que quedó en el imaginario colectivo de los aficionados.

La llegada de Urban, en 1989, supuso el principio de un cambio de era. Se cerraba la etapa británica (Michael Robinson, Sammy Lee...) y se inauguraba la hermosa amistad entre el club rojillo y Polonia. El gran rendimiento del delantero, que sigue siendo venerado, hizo que Osasuna mirara repetidamente al país de Europa Oriental para reforzarse. En la temporada 1992-93 fichó a Roman Kosecki y una después, cuando este se marchó, se hizo con Ryszard Staniek y Jacek Ziober (en 1990 se permitieron tres fichas destinadas a extranjeros hasta que en 1995 la Ley Bosman lo cambió todo).

Pamplona vivió una etapa icónica y una montaña rusa. Casi en la misma proporción. Relevo habló con varios protagonistas de ese tiempo pasado para conocer de primera mano cómo se gestó el denominado Osasuna de los polacos y cómo se convivió en él. Una historia de curas, rock, calderetes, cultura del trabajo y sentimiento de pertenencia.

Urban fue la primera piedra

El representante Iñaki Urquijo, hoy jubilado, fue quien desbrozó el camino. "Yo 'encontré' a Urban. Osasuna me encargó buscarle un delantero. Conocía a Pedro Mari Zabalza, que era el entrenador, y le dije que había visto un chico en Polonia que me gustaba. Fuimos a verle". La explicación a su conocimiento del fútbol polaco, en una época sin redes sociales ni tantos 'Maldinis', se halla en su pasado en el Gobierno vasco: "Estuve allí de viaje años antes y tenía contactos. Me informaban de lo que pasaba allí. En 1989 gestioné la contratación de Bogdan Wenta por el Bidasoa de balonmano. No lo hice como agente sino para echarles una mano. Y después vino lo de Osasuna. Tenían problemas económicos para fichar a un nueve y les puse el nombre de Urban. Todo se cerró fácil y me dio la idea de que esos mercados, donde ya se palpaba la inestabilidad de la URSS, había que explotarlos". Urquijo se especializó en la cartera rusa, pero todo empezó con la primera piedra polaca.

La apuesta por Urban, pese a ser semidesconocido en España, no era a fondo perdido. Su currículum concedía ciertas garantías. Con 27 años e internacional, había marcado 54 goles en 124 partidos en un Gornik Zabrze que un año antes puso contra las cuerdas al Real Madrid en los octavos de final de la Copa de Europa. Los polacos perdieron 0-1 en la ida y en la vuelta, en el Bernabéu, rozaron la hazaña. Se pusieron 1-2… y sucumbieron ante el poder de las remontadas blancas (3-2). Urban no marcó en la eliminatoria, aunque sí dejó huella. Fue una pesadilla para Solana.

"Creo que alguien me vio contra el Madrid. Todo quedó en rumores. Luego oí que Osasuna se había interesado en el ruso Igor Belanov, Balón de Oro en 1986. Al final se fue a Alemania (Borussia Mönchengladbach) y, meses después, ya sí fructificó todo. Vinieron a verme a un partido de liga Pedro Mari Zabalza, el presidente Ezcurra, el gerente José Manuel Echeverría y un intermediario. Quedaron en hablar con mi club", recuerda el exdelantero en conversación telefónica desde Polonia, donde entrena a 'su' Gornik.

"Había que convencer a los directivos del club. Aún era época comunista en Polonia y si no conseguías la luz verde de los jefes, olvídate. Ya podía decir misa el jugador. Con nosotros estuvo una traductora, que resultó ser la hija del mandamás de protocolo del general Wojciech Jaruzelski, jefe del Estado polaco. La operación la recuerdo relativamente sencilla. Primero, por el glamour que tenía el fútbol español en esos países. Eso jugaba a nuestro favor. Y después, por el dinero. Osasuna desembolsó bastante. Un primer pago, creo recordar, de 30 millones de pesetas, y luego otro (el traspaso se fue a alrededor de 70 millones). Urban cobraba allí un sueldo de ¡sólo 8.000 pesetas al mes! Eso no llega a 50 euros. Imagínate", relata Urquijo.

El exfutbolista y leyenda rojilla, en este punto, quiere aclarar la fotografía y desmentir una leyenda urbana que le rodeó. "Hubo gente que decía que yo llegué a trabajar de chófer porque ganaba poco como jugador. No te creas esos cuentos", dice como entremés a una larga explicación que plasma cómo era el fútbol en la Polonia del comunismo.

"No, no trabajaba para nadie. Lo que sucedía era que allí no había fútbol profesional, era amateur. No existía la profesión de jugador, ni sociedades anónimas. Los equipos los patrocinaba alguien. Por ejemplo, al Legia de Varsovia era el ejército; al Wisla de Cracovia, la Policía. Al Lech Poznan, el Ferrocarril. Al Gornik le patrocinaba la mina. Entonces, tú tenías el contrato de un trabajador de la mina, pero no trabajabas en la mina. Eras deportista, sólo entrenabas y jugabas. Cobrabas el sueldo de la mina y luego ganabas unas primas del club, que eran mucho mayores a ese salario. Eso, claro, cambió cuando se acabó el Régimen", relata de un modo didáctico.

"En Polonia yo cobraba el sueldo de un minero y el salario se completaba por las primas del club; el fútbol allí no era profesional"

JAN URBAN

El 31 de agosto de 1989, Urban se presentó en Tajonar delante de 300 aficionados de Osasuna y el 9 de septiembre debutó contra el Barça en el Camp Nou (4-0), convirtiéndose en el segundo polaco en jugar en LaLiga. El pionero fue Jan Tomaszewski, portero que defendió la camiseta del Hércules en la 1981-82. "Para nosotros era una incógnita. Pero le vimos y técnicamente era una barbaridad. Hacía unas bicicletas espectaculares, iba por la derecha, por la izquierda… Se tuvo que adaptar poco a poco al juego de Osasuna, más directo y sin tanta floritura. Acabó siendo un jugador potentísimo, tenía un disparo terrible y nos dio un rendimiento extraordinario", rememora Miguel Merino, padre de Mikel Merino e integrante de aquella plantilla que entrenaba Zabalza.

El técnico luce sus 79 años con gallardía y presume en Relevo de memoria firme: "Urban fue nuestro Messi, por decirlo de alguna manera. En aquellos momentos, mucha de la gente que teníamos era de la cantera y su llegada fue un aliciente. Era muy completo y se encontró muy cómodo. No jugaba de nueve, era mediapunta o aparecía por la banda. Eso a mí nunca me preocupó porque las condiciones estaban ahí y eran claras. Yo le di total libertad". Zabalza le reconvirtió y el polaco se adaptó como pieza de puzle en el hueco de destino. En su primera temporada fundó sociedad con el Cuco Ziganda. Osasuna acabó octavo y Urban, con ocho goles. El equipo desarrolló un fútbol metódico y de fuerza que, en el siguiente año, acabó cristalizando en una campanada en Chamartín ante el Real Madrid (0-4) y en la clasificación para la Copa de la UEFA.

Unos curas como ayuda y la noche mágica del Bernabéu

"Teníamos una plantilla guapa. La noche del Bernabéu aún la sigo viendo como un sueño porque pocos equipos han ganado así allí. En el vestuario nos dábamos pellizcos", expone el entrenador. "Estábamos en muy buena forma, aunque el 0-4 no se lo esperaba nadie. Fue uno de los partidos más memorables que ha hecho el equipo. Nunca había marcado tres goles porque yo no había jugado de nueve. Sin embargo, llegué a Osasuna y el míster me dijo que me quería ahí. Esa actuación fue casi como un premio a mi carrera", observa Urban, héroe de la noche.

El ariete fue la viga maestra de aquel grupo que se metió en la UEFA. Esa temporada, 1990-91, acabó con 13 tantos y la siguiente, la de Europa, con 12, aunque se vivieron demasiados altibajos. Osasuna, que se reforzó con Predrag Spasic, otro de esos futbolistas que quedaron en las conversaciones por su aspecto de agente de KGB, sobrevivió como pudo en Liga (acabó 15º) pero caminó con la cabeza alta por el Viejo Continente. Eliminaron al Slavia Sofia (global de 4-1) y al Stuttgart (3-2). El Ajax de Bergkamp, que acabó siendo el campeón, les dejó en la cuneta en octavos (0-2).

Uno de los cromos de Jan Urban.
Uno de los cromos de Jan Urban.

El proceso de adaptación de Urban estaba completado. "Se aclimató muy bien a la vida de Pamplona, era un tipo muy abierto. Sí que es verdad que le sorprendía que cada dos semanas hiciéramos un calderete y luego la sobremesa. Era una costumbre del equipo que creo que no lo entendía muy bien al principio", ríe Merino. "El mayor obstáculo fue el idioma", confiesa el delantero, que en su primer mes utilizó un traductor, luego se apuntó a clases con el irlandés Grimmes y acabó por tener ayuda divina: "Conocí a algunos curas de mi país que estaban haciendo el Doctorado en la Universidad de Navarra. Me ayudaron, me facilitaron la adaptación, claro. Nos juntábamos en diferentes momentos, organizaban misas en mi idioma, me invitaban a su casa… También había compatriotas que tocaban en la orquesta sinfónica de la ciudad".

"Conocí a algunos curas polacos que estaban haciendo el Doctorado en la Universidad de Navarra. Me ayudaron a adaptarme"

JAN URBAN

Fue en la 1992-93 cuando comenzó a coger peso el 'Osasuna de los polacos'. El presidente, Fermín Ezcurra, satisfecho de cómo le había salido la jugada anterior, volvió a girar la cabeza hacia Polonia. En esta ocasión no necesitó ningún intermediario ("A mí ya no me volvieron a llamar para nada, aún no sé bien por qué", se duele Urquijo).

Staniek, en la final de los Juegos Olímpicos de 1992 ante España.
Staniek, en la final de los Juegos Olímpicos de 1992 ante España.

Fue el propio Urban quien facilitó la llegada de sus paisanos. Primero la de Roman Kosecki, y un año después la del combo Ziober-Staniek: "Es normal que, como estás haciendo un buen papel, el entrenador te pregunte si conoces algún jugador que pudiera encajar en el equipo. De Staniek, por ejemplo, no tuve que decirles mucho porque le conocían: jugó la final de los Juegos Olímpicos de Barcelona contra España y marcó un gol...".

El rockero Kosecki sólo duró un año

Kosecki aterrizó en 1992 para formar pareja de ataque con Urban. El Cuco Ziganda se había marchado al Athletic y quien estaba llamado a suplirle, Albert Aguilá, no cuajó. Fue entonces cuando se presentó la oportunidad de echarle el lazo al segundo polaco, que registró 19 goles en 38 encuentros en el Galatasaray. "Yo había terminado contrato y un día me llama Urban: 'Roman, ¿quieres venirte a Osasuna?'. Empezamos a conversar. Vino a hablar conmigo Ezcurra y se cerró todo. Jan me ayudó mucho. Éramos una familia", reconoce Kosecki mientras da instrucciones a varios chicos de su Academia. Después de 14 años en la política, ha colgado definitivamente la chaqueta para reencontrarse con el olor del césped.

Cromo de Kosecki en su única temporada en Osasuna.
Cromo de Kosecki en su única temporada en Osasuna.

Roman era muy distinto a Jan, en estilo y personalidad. Zabalza les analiza con el ojo del técnico: "Era más bajito, muy rápido y agresivo. Impactó mucho y pronto recibió el interés de varios pretendientes. Él se dejaba querer, no te creas. Enseguida estaba dispuesto a largarse a otro equipo superior. Urban fue más fiel". Kosecki sólo duró una temporada. Su único año en Pamplona acabó con ocho goles, tranquilidad institucional (el equipo acabó 10º) pero con agitación en los despachos. A principios de junio de 1993, el jugador se presentó ante el presidente para pedirle que facilitara su fichaje por el Atlético de Madrid (tuvo ofertas del Tenerife de Valdano y del Valencia). Le amenazó con acogerse al decreto 1.006 para anular su contrato con Osasuna. A finales de mes ya era rojiblanco a cambio de 300 millones de pesetas.

La salida con fórceps no manchó el recuerdo que dejó en el vestuario. El mullet al estilo de Adrian Smith dejaba entrever su sello. Merino lo confirma: "Su peinado ya decía mucho de sus aficiones. Era muy de conciertos, te montabas en su coche y enseguida te ponía rock, muy cañero. Estuvo poco tiempo y tenía sus carencias a la hora de hablar, pero el tío no se cortaba y se relacionaba con todos. Era muy abierto, pícaro". Al conocer esta declaración de su excompañero, Kosecki responde con una carcajada: "Yo es que en Polonia tocaba la guitarra. ¡Y todavía toco! Tuve un grupo de rock y con 18 o 19 años debí decidirme entre la música y el fútbol. Me decanté por el balón por el bien de los oídos de la gente". No abandonó la pasión por las seis cuerdas. Hasta el punto de que, mientras fue jugador de Osasuna, se subió a varios escenarios: "Recuerdo que una noche conocí al grupo Barricada y estuvimos hablando; alguna vez toqué con ellos en un club de Pamplona".

"Yo tocaba la guitarra en Polonia, ¡y aún la toco! Tuve un grupo de rock"

ROMAN KOSECKI

Escuchando a las personas que compartieron vestuario con él, no cabe duda de que Kosecki era (y es) un tipo especial. Su naturaleza extrovertida y sus condiciones sobre el verde le hicieron imprescindible en la única temporada que vistió la camiseta rojilla. En la memoria aún aparece aquel encuentro en El Sadar al que el polaco llegó al estadio directamente desde el aeropuerto. Y no era una cita cualquiera: "Justo cuando el partido ante el Madrid comenzaba, yo accedía al campo. Un día antes jugué con mi selección en Polonia, ante Inglaterra. Un partido importante. Al acabar cogí rápido el avión y me presenté a tiempo. Por poco, pero a tiempo. ¡Cómo sudaba! Al principio me metí en el banquillo y luego ya jugué en la segunda parte. Rascamos un punto (0-0)".

Los 'vicios' de Ziober y un descenso

"Kosecki y, sobre todo, Urban nos dieron un rendimiento sobresaliente. Luego se intentó con Ziober y Staniek y, aunque eran buenísimos, no tuvieron la misma suerte", lamenta Merino. Ambos llegaron en el verano de 1993, cuando Roman tomó la puerta con dirección al Vicente Calderón. Lo hicieron con cartel: destacaron en aquella Polonia que cayó contra España en la final de los Juegos Olímpicos de Barcelona. "Todos los polacos eran gente muy trabajadora, no se andaban con tonterías. Currantes. Quizá Ziober vino con algunos de esos vicios de los tíos que se sienten importantes. Tenía un carácter distinto, como más estridente. Igual no le pasabas el balón y hacía algún aspaviento, pero no era mal chaval. Muy peculiar, eso sí. Me acuerdo de la moto que tenía, ¡parecía un coche! Nos sorprendió de la leche", profundiza Merino sobre un futbolista que triunfó más en las colecciones de cromos, por su pelo largo y su bigote, que en la historia de Osasuna.

Cromo de Ziober de la colección Panini.
Cromo de Ziober de la colección Panini.

El club apostó fuerte por ellos. Staniek, centrocampista y procedente también del Gornik Zabrze, costó 140 millones de pesetas; Ziober, delantero, fue fichado del Montpellier a cambio de 121 millones. Pero ni ellos ni el resto cumplieron las expectativas. Los malos resultados se llevaron por delante en medio de la temporada a una institución del banquillo como Zabalza y al presidente Ezcurra. El final fue traumático. Después de 14 años en Primera, el 1 de mayo de 1994, el mismo día de la muerte de Ayrton Senna, el equipo descendió. Aquello fue el comienzo de la desintegración del Osasuna de los polacos. Urban acabó marchándose meses después al Valladolid convertido en el extranjero con más goles en el club (58) y en 1996, tras dos ejercicios en Segunda, hicieron las maletas Ziober y Staniek.

"Ziober vino con algunos de esos vicios de los tíos que se sienten importantes, pero no era mal chaval. Recuerdo su moto, ¡parecía un coche!"

MIGUEL MERINO

No fueron los últimos futbolistas de Polonia en pasear por las calles de Pamplona. En 1999 aterrizó Miroslav Trzeciak. Fue un fichaje recomendado de nuevo por Urban, que ya trabajaba en el club. Permaneció hasta 2001 y no se le invoca tanto por su fútbol como por uno de sus 10 goles, el que le marcó al Recreativo de Huelva y que devolvió de nuevo a Osasuna a Primera. Un disparo para quedar en los libros de Historia. Ese fue el último coletazo de un vínculo entre Pamplona y Polonia que dio alegrías y dejó un recuerdo indeleble. "Aunque no entendieras el idioma, sentías que te querían. Y no hay mejor cosa que esa en la vida". Sólo un delantero como Urban podía rematar el reportaje así. Sin arabescos y marcando un golazo por la escuadra del corazón.