OPINIÓN

El Real Madrid fue víctima de un riesgo que nunca debió asumir

Ancelotti, durante el derbi. /REUTERS
Ancelotti, durante el derbi. REUTERS

Nos gustan las novedades cuando no se esperan. Sobre todo las caras. Como periodistas, para tener de qué y de quién escribir. Como aficionados, porque la lógica sólo entretiene en la facultad de Matemáticas. Cada elemento nuevo que aparece en nuestras vidas supone una esperanza de algo mejor. Nos apetece cambiar, qué demonios, porque también nos encanta añorar. Salvo que seas entrenador de fútbol, un gremio que adora el orden, la pizarra, lo previsto. Por eso, en los tres días que transcurrieron desde el partido del Real Madrid en el Coliseum hasta el derbi, sólo tuve cabeza para Ancelotti.

El hombre lleva toda la temporada haciendo malabares con antorchas mientras cruza un puente de maderas quebradizas. De todos los percances, que han sido demasiados, el italiano ha ido saliendo por habilidad en el dibujo y capacidad de invención sobre el campo. Contra el Atlético, en un derbi siempre con espinas, se enfrentó al 'más difícil todavía': sin Courtois, sin Militao y sin Alaba, una contusión en el cuádriceps le dejó sin Rüdiger y el gatillo fácil de De Burgos en Getafe le arrebató a Tchouameni. Enfrentarse a Simeone con una defensa con Carvajal de central... ¡y sin Vinicius, que fue baja de última hora! hubiera merecido un redoble de tambor por la megafonía del nuevo Bernabéu y un tono circense del speaker. Esta vez acabó con quemaduras.

Era cuestión de tiempo que un paso en falso, una zancada demasiado elevada o, como sucedió, un golpe en el cuádriceps rompiera el delgado hilo que mantenía unida la defensa del Real Madrid. Con sólo Nacho y Rüdiger como centrales de vocación y sanos, y hasta la recuperación de los caídos, era discutible la decisión irrevocable de la entidad de no acudir al mercado. Sobre todo, si al mirar abajo no encuentras a ningún canterano que haga tilín. Ni siquiera bulto. El Real Madrid es un club construido por imposibles y por fe, pero en asunto de lesiones la fe es una cuestión de riesgo.

En cierta medida, Ancelotti preveía este contratiempo y, por eso, manejaba hasta tres alternativas. El que no esperaba fue el de Vinicius. Su baja supuso un bajonazo que acabó levantando su repuesto, Brahim, con el que no se contaba y se marchó contando de verdad. Este deporte tiene una capacidad tremenda para escribir guiones imprevisibles. El malagueño es un jugador alegre, con brío y encanto, pero también muy combativo. Su elección obedeció a no cambiar demasiado el diseño del equipo como sí hubiera condicionado Joselu. Y cuajó como la nieve.

Más allá del gol, dejó la sensación que siempre dejan los futbolistas que deciden partidos. Aportó desmarque y se enfangó, desplegó velocidad y tuvo imaginación en zonas donde la mayoría acaban desmayados. Enamoró. En el 69' dibujó en el área rojiblanca un cuadro firmado por Benzema: caño a Hermoso y engaño a Witsel. Al plato le faltó la salsa. A renglón seguido, Ancelotti le sustituyó por Joselu entre el aplauso del Bernabéu y la sorpresa de todo el personal, pues estaba siendo el factor diferencial. Una sustitución cuestionable que cambió el pulso del Madrid, agitado por el duende del andaluz. El curso del río comenzó a doblarse en ese instante, sin olvidar la habitual cuota de pantalla arbitral (el equipo local reclamó tres penaltis, unos más grises que otros).

El técnico del Madrid metió a Joselu, se abrazó al centrocampismo (entraron Ceballos y Modric por Rodrygo y Bellingham) más para controlar que para matar (el gen italiano es adhesivo) y en el descuento, en ese terreno donde los blancos siempre han resucitado después de hacerse los muertos, llegó el gol de Llorente aprovechándose de una indecisión de Nacho, que está apareciendo en demasiadas fotos, y de la mirada de Carvajal, hasta ese momento sin rasguños tras achicar bastante agua. Al Madrid le entraron en casa por el solar. Por ahí lo intentó el Atlético todo el partido, colgando balones y aferrándose a un ejército del aire. Y al final cazó el premio: cuando uno se queda sin defensas, cualquier corriente de aire provoca que el cuerpo enferme. Por ahí, por esa debilidad anunciada y telegrafiada, por ese riesgo que no se debió asumir, se le escapó a los blancos el primer golpe para agarrar LaLiga.