OPINIÓN

La Sagrada Familia de Xavi y la cornada a Ancelotti

Ancelotti y Xavi se saludan en el último Clásico disputado en Montjuïc. /GETTY
Ancelotti y Xavi se saludan en el último Clásico disputado en Montjuïc. GETTY

No existe ejercicio más sano y menos practicado que ponerse en otras pieles, cuantas más mejor, y dejar de pensar unos instantes en uno mismo. Yo lo intento practicar a diario, quizás por leer demasiado a Juan José Millás, y no dejo de recomendar esta marciana costumbre. Aunque a veces estresa por la incertidumbre y el temor a lo desconocido; es gratis, libera, genera comprensión y, sobre todo, ayuda a dar sentido a nuestras vidas.

Hoy, sin ir más lejos, he pensado qué sería del Girona si lo entrenara un humano o dónde estaría a estas alturas este Barça si lo dirigiera Míchel (el fenómeno). Puestos a cambiar fichas, también he coqueteado con la idea de cuántos futbolistas blaugrana entrarían en el once del líder de LaLiga (Araujo y De Jong, si le diera tres toques menos al balón) y cuántos titulares del Girona tendrían cabida en los duelos por Europa al lado de Raphinha.

Ya puestos -porque cuando me pongo, me pongo-, no sólo muto de pellejo. También salto de acera. Siendo Lunin, el pulpo del Real Madrid que ha salido de un agujero negro, ando mosca por la forma de jugar con mi rendimiento y de frenar ahora mi proyección. Y como Kepa, fichaje de tronío que ha salido de repente de la escena, estoy que trino porque vine como primer espada plantando al Bayern y se me está poniendo cara de tercer portero.

Cómo no, en este ejercicio tan empático me he puesto el traje de entrenador. Vestido de Xavi, todo muy slim fit, me he enfrentado al rigor y a la sinceridad del espejo. Y ahí, he recordado que llevo en mi puesto más de dos años distribuidos en tres temporadas, así que mi equipo en construcción lleva el ritmo de la Sagrada Familia. Pero más que nada, y aún con el dolor del enésimo meneo, le he dado vueltas a la idea de cómo, teniendo todos los carnets en regla, experiencia como el que más y mil ayudantes a mi alrededor, acabé el domingo con Koundé, Araujo, Balde y Cancelo en defensa en este estricto desorden.

Como voy y vengo, me ha quedado tiempo para levantar la ceja a lo Ancelotti, tirar de paciencia y honradez y reconocer que hasta el mejor escribano tiene un borrón. Y no hablo de los guiños durante meses con Brasil, que cada vez parecen desembocar más en un simple sueño húmedo de verano. Sigo hablando en clave blanca. En una sola semana, y corneado por mi gente de confianza por las inesperadas formas y la innecesaria devaluación del producto en Valdebebas, he pasado de confirmar a Kepa y matar a Lunin, a anunciar una rotación en toda regla que veremos si no genera más desconcierto que competitividad.

Llegados a este punto, recuperado ya mi cuerpo y mi atribulada mente de tanto cambio de dermis, sólo sé que no sé nada y que los populismos, aunque cueste, se los lleva el viento. Por eso, quién lo iba a decir, espero la llegada de la próxima Supercopa de España con la pasión, la necesidad y el ansia de las últimas curvas de la Champions. Ahí, en Arabia Saudí, del 10 al 14 de enero de 2024, se pondrá fin a tanto paripé y cutre palabrería, y cada uno quedará en su sitio. Este año, más que nunca, lo que era concebido como un molesto trofeo que abría la temporada plagado de agujetas y suplentes, será en esta ocasión el no va más con la amenaza de la espada de Damocles. Nunca el menor de todos los torneos ha marcado y marcará de una forma similar el futuro a corto, medio y largo plazo.

Con permiso de Atlético y Osasuna, Ancelotti podrá confirmar con hechos lo que realmente piensa sobre asuntos menores y menos trascendentes que los que habitan en Can Barça: que tiene en mente un portero titular para los días grandes (Kepa), un relevo renacido (Lunin) y un indiscutible pilar en camino (Courtois). Rotar, como jura, sería darle un partido a cada uno en Riad. Y eso, si llega a la final, no sucederá, como tampoco alternará luego cuando lleguen las eliminatorias de más peso. Mientras, Xavi sabrá si le dejan seguir al frente de la obra inconclusa que predica o cavar un poco más su tumba. Es lo que tiene que haya dos trofeos en juego: el que uno deja de ganar y el que levanta el vecino.

Si hay una piel en la que no me gustaría estar en próximos ejercicios espirituales, que los habrá porque esto ya es un vicio, es en la de Joan Laporta. Más que fina o flácida, futbolísticamente está cada vez más deshidratada.