Toni Kroos, la leyenda que no se movía de su sitio, no tenía regate, ritmo...

Era la primavera de 2014, el Bayern de Guardiola, que regresaba al Bernabéu tras dos años, conservando intacto su poder aterrador, cuajaba una salida al partido como de seda, como si cada pase que se repetía en el Bernabéu llevase al madridista al Barça de Pep, equipo que creían ya sumido en la (des)memoria. Tac-tac. Tac-tac. En medio de ese sueño de pases, una orgía al fútbol colectivo, un alemán que apenas se movía de su sitio despedazaba al Real Madrid con envíos medidos, pases como haikus que se clavaban en la retina de quien asistía a aquel partido. Diez años después, Kroos se va como llegó: demostrando que el fútbol es, en esencia, un juego de pases. Ya no habrá líneas tan bien escritas como las suyas. Solo líneas.
Lo confieso. En 2014 Xavi apuntaba a un declive lógico y Kroos, aquel alemán que apareció como un mediapunta sin ritmo ni regate, parecía encarnar, todavía de forma invisible, los mismos discursos que Xavi. Era un general en potencia. Y allí fue a parar, al otro lado. A un Real Madrid que con la BBC y Di María de interior había ganado la Champions a base de un fútbol supersónico, de ritmo infernal, porque en aquel equipo no había un jugador que no pudiese correr como un lunático. Hasta el pequeño Modric poseía unas piernas de triatleta. Quizás por eso se fijaron en Kroos, como contrapunto de un ideario, adelantándose así al declive físico del resto fichando al jugador al que si tú le dijeses que ya no puede correr dirías que no es para tanto. Por lo menos siempre podrá pasar el balón. Y quedaba eso como recuerdo de la tiranía que estaba por nacer.
Porque se fueron Cristiano, Benzema, Ramos y Marcelo, la columna vertebral de todo cuanto el madridismo había idolatrado. Y casi como penitencia, porque si uno tira de hemeroteca descubrirá verdades atroces, el madridista conservó a Kroos y a Modric, que durante mucho tiempo significaron lo mismo pese a ser tan distintos. Mientras unos hablaban de correr más, usando cada derrota como prueba irrefutable de una decrepitud anticipada, Kroos no hacía sino dar tiempo para que Vinícius explotase y alargar los mejores años de Benzema. Toni es un jugador rudimentario, en una pobreza de adjetivos que le jugó en contra porque en Kroos no había accesorios, sino solo verdad. Ordenaba y mandaba de una forma que ya hacia el final uno tenía la sensación de ver jugar a un monarca, con ese poso relajado de quien ya ha trascendido.
No había detractores en un Kroos al que le bastaba un control para poner a bailar al resto. Resultaba hasta revelador verle siempre situado en esa zona alejada del centro, como si él viviese más cómodo entre centrales, a ratos entre central y lateral, renunciando al peso cenital que su jerarquía ejercía sobre el resto. Control-pase. Control-pase. Nunca dos palabras tuvieron tanto sentido como en él, que a diferencia de otro jerarca como Xavi, que hizo del tocar y acercarse constante su seña de identidad, en Kroos se resolvió de una forma distinta, pendular. Sus pases atacarían al rival desde la lejanía, siendo así imposibles de defender, y con sus brazos anticiparía las jugadas al resto, como un druida, para que quien marcase fuese el compañero pero en realidad, quien lo viese, fuese él. Kroos no nos hablaba nunca. Lo hacía su fútbol.
Si mañana dejase de trabajar, me gustaría hacerlo como Kroos. Que no te sobre una línea ni te falte una coma. Un texto impoluto, de una belleza agotadora. Irse después de tu mejor película, tras tu mejor canción. Irte, en definitiva, cuando nadie pide tu marcha, en medio de la vorágine y cuando la fiesta apunta a su mejor baile. Que sea el resto quien te imagine allí para que nadie recuerde tu última copa. En una época de estatuas y camisetas que se retiran yo pido recortar la porción de césped que Kroos habitó como un tirano, ese recuadro inalterable al tiempo al que uno, con el tiempo, mirará con veneración.