Guille Abascal: el niño que escogió la pizarra por delante del balón
Regresó de La Masia donde no encontró la felicidad. Pronto se dio cuenta de que su destino estaba en los banquillos. Ahora regresa a España para coger las riendas del Granada.

Se terminó la incertidumbre en Granada. Guille Abascal será el entrenador nazarí en el regreso a Segunda. El sevillano sabe que está ante la oportunidad de ganarse un nombre en su país y no la quiere desaprovechar. Es una puesta personal del Tognosi, al que conoció en Italia cuando dirigió al Ascoli.
Porque a pesar de sus 35 años, la mochila del sevillano está cargada de kilómetros. Y de experiencias. Desde aquel torneo en la Cartuja con la camiseta del Sevilla que lo catapultó a la Masia. Junto a él, una generación de jugadores irrepetibles que pudieron llegar al primer equipo y conseguir la gloria. Entre ellos, Jordi Alba. No fue el caso del actual entrenador del Barcelona.
"Te das cuenta de que vas a entrenar y no quieres. Vas a un partido y no tienes motivación. No tenía ni la motivación por mí mismo y me fijaba más en mis compañeros. Me preocupaba por resolver el problema de los demás antes que los míos. Me di cuenta de que no disfrutaba. Con 18 años, cuando ves que llegan las 16.00 horas y solo temes el ir a entrenar, es un síntoma claro para dejarlo", contaba en su última entrevista en Relevo.
Su casa, el Sevilla, lo acogió. Su profesor en la carrera de Ciencias del Deporte trabaja allí. En la cantera, mientras se sacaba títulos tras títulos, no había horas. Ni días. Recuerdo en una conversación que tuve con Miguel Ángel Gómez, mano derecha de Monchi, como relataba una anécdota que lo definía. "Un día le tuve que decir: `Guille, ¿qué quieres hacer? Scouting, analista, entrenador… ¡No puedes ser todo!".
El trabajo se volvió una obsesión. Su juventud, el recelo de muchos directores deportivos. Eran otros tiempos. Tuvo que labrarse su futuro, crecer a base de fracasos. Y también de éxitos. Aprendió a controlar sus emociones. Hasta que empezó a notar que su fecha de nacimiento dejó de importar, dando prioridad a lo que se veía en sus equipos.
Chiaso, Lugano, Ascoli, Volos y Basilea. Hasta que le llegó la oportunidad de entrenar a un club grande en época de tormentos, el Spartak de Moscú. Tras un gran primera temporada, y un buen comienzo en la segunda, algo se rompió tras el parón de invierno. Abascal tuvo la oportunidad de regresar a España. Los problemas de Quincy Promes trajeron marejada. Una concatenación de derrotas acabo en divorcio, algo que ambas partes deseaban.
El andaluz no es un esclavo del estilo, a pesar del estigma que le ponen a aquellos que buscan el mejor juego posible. Empezar en el barro es suficiente para saber que lo que importa es ganar. De la mejor forma posible, pero ganar. Se impregnó del buen juego en Barcelona, y de la casta y el coraje en la ciudad deportiva Cisneros Palacios. En Rusia siempre quiso ser dominador: Defender alto, ocupar los espacios y ser vertical arriba. Dar libertad a los de ataque para que resuelvan. Pero no rehusó contraatacar cuando hizo falta.
Junto a Guille aterriza su cuerpo técnico. Carlos, su segundo. Fernando, su preparador físico. Sus escuderos han permanecido junto a él en toda esta andadura. Alejados de sus familias, se han creado la propia. El entrenador, junto a la ahora su mujer, los "adoptó" incluso en su casa en momentos de escasez económica. Ahora tienen la oportunidad de llegar a un club histórico, en tiempos de marejada. Nada nuevo para ellos.