OPINIÓN

No convendría marear tanto a Bellingham

Bellingham, durante el partido del Real Madrid en Balaídos. /AFP
Bellingham, durante el partido del Real Madrid en Balaídos. AFP

Más de lo mismo. O parecido. El Real Madrid sacó tres puntos de Balaídos en un partido en el que pudo empatar e incluso perder. Así se comporta, se sigue comportando, el equipo de Ancelotti en lo que va de curso. No termina de encadenar dos o tres partidos que lleguen al notable. Un Celta elogiable en su empeño y en su juego volvió a sacarle los colores. En esta ocasión fue el gris, como el de su camiseta. Ni adelantándose en el marcador ni ante un equipo valiente, que no se cerró atrás y que no especuló, fue capaz de aprovechar las situaciones favorables.

Justo cuando Mbappé demostraba por qué ha fichado por el Real Madrid con un remate desde fuera del área a la escuadra, Ancelotti llamaba al banquillo a Tchouameni. Estaba el técnico italiano indignado con la faceta defensiva de su equipo en los 20 primeros minutos de partido. El francés escuchó las órdenes de su entrenador y cuando volvió al juego se colocó de tercer central. El Madrid modificaba su ocupación de los espacios. Del 1-4-4-2 de los primeros minutos con Bellingham escorado a la derecha, donde nunca había jugado, a un 1-3-4-3, nuevo en la pizarra del italiano.

Un pequeño caos. Los jugadores no supieron entender la variante táctica o el entrenador, como reconoció tras el partido, no se explicó bien. Estaba clara. Con el balón, en la salida desde atrás, tres centrales: Militao-Tchouameni-Rüdiger y los dos laterales, Lucas y Fran, adelantados. Sin el balón, los de las bandas tenían que retrasarse y Tchouameni tenía que saltar a la posición inicial de mediocentro, para plantarse en el clásico 1-4-4-2 con Bellingham de interior derecho. No lo supieron hacer.

No es fácil cambiar constantemente de posición dependiendo de tener o no la posesión. Son situaciones que exigen un entrenamiento previo y una concentración máxima en cada jugada y los madridistas no la tuvieron. Por eso sufrieron tanto. No ajustaban. Ni a los laterales rivales que eran casi extremos, ni a Williot ni a Borja Iglesias, que hicieron mucho daño en el juego interior. Tras el descanso realizó otro ajuste e intercambió las posiciones de Tchouameni y Militao... y tampoco mejoró mucho el balance defensivo, como se demostró en el gol del empate céltico y en la última ocasión de Dovikas.

Trece partidos después, Ancelotti continúa en la búsqueda de una buena organización táctica y una eficiente salida del balón desde atrás. Sigue dando vueltas a la noria y, desde fuera, se antoja que uno de los damnificados está siendo Bellingham. No ha marcado todavía. Cierto es que por su omnipresencia técnica y física puede jugar de todo, pero tampoco es conveniente marearle con tanto cambio de posición. En Vigo, cumplió en la derecha, como cuando ha jugado por la izquierda o por el centro. Luce siempre porque es muy bueno, pero tarde o temprano debería tener una zona de influencia más o menos asignada y que desde ahí pueda sacar lo mejor que tiene, que es mucho, muchísimo. Incluido el gol.

Al final, la estabilidad del equipo llegó con el primer cambio y la entrada de Modric. No solo fue el pase a Vinicius en el segundo gol, ofreció mucho más al colectivo. Puso cierto orden en esa zona central que tanto se le está atravesando al equipo en lo que va de temporada y demostró que su vigencia es infinita.