OPINIÓN

Mendilovers

Mendilibar durante su presentación con el Sevilla./RL
Mendilibar durante su presentación con el Sevilla. RL

Es el hombre de moda en el Sevilla. Llegó sin hacer ruido, con la vitola de entrenador anticuado y preparado simplemente (pese a que la situación no lo sea) para momentos difíciles. Tímido en su primera rueda de prensa, Mendi estaba ansioso por pisar el césped de la ciudad deportiva, un lugar que le es más confortable que los micrófonos y las fotografías. Gana en el mano a mano, en el cuerpo a cuerpo. Ahí, durante el primer rondo que dispuso para los jugadores que no se habían marchado con su selecciones, empezó a sentir que tenía en sus manos la plantilla con más calidad que había entrenado nunca. Un hermoso reto y una responsabilidad mayúscula. Sabía la grandeza del club al que llegaba, aunque quizás no se había parado a pensar en la repercusión. Todo lo bueno que le ha llegado ni siquiera se ha parado a asimilarlo. Hoy ante el Elche y a pesar de que la temeraria entrada de Pape Gueye dejó a los suyos con uno menos, el equipo no se descosió y se mantuvo en el partido. El empate sabe a poco pero mantiene viva las opciones de alcanzar el séptimo puesto a la espera de lo que haga mañana el Athletic.

Esa plantilla criticada (con razón), defenestrada por los suyos y que pedía a gritos una revolución en el mercado de verano para volver a ser competitiva, ha demostrado en dos meses que no era para despreciarla de esa manera. Que simplemente necesitaba un entrenador que les entendiese y buscase el fútbol que mejor se podía amoldar a sus características. Pese a no tratarse de una plantilla joven, con esa energía de los primeros años, sí que es fuerte en el plano físico y capaz de superar casi todos los duelos. El entrenador apuntó directamente ahí. Antes, debía hacer que recuperase la confianza. Mendilibar les habló, les convenció y les hizo recordar que siempre habían sido grandes futbolistas, capaces de conseguir aquello que se propusieran. El vasco tenía más fe en los suyos, en el club, en la historia reciente, que los propios dirigentes, jugadores y que los aficionados del Sevilla. No llegaba contaminado.

El de Zaldívar se sentó en la balanza con un saco hasta arriba de ilusión. Y es que la ilusión mueve absolutamente todo. Hace de bisagra entre todas las partes de tu cuerpo. Porque el aspecto mental es, bajo mi punto de vista, lo más importante en la vida y, por ende, en el deporte. Por eso, más allá de otros aspectos, la llegada de Jose Luis Mendilibar ha supuesto una inyección de ilusión en el seno del Sevilla como club y como ente vivo, por todos aquellos que suspiran por verle triunfar. No sólo se acomodó a todo lo que tenía disponible, sino que le encanta aquello que está a su alcance: los campos de entrenamientos, las instalaciones, el ambiente en el estadio, los trabajadores…Todo aquello que parecía acabado, obsoleto, con necesidad de cambio, Mendi lo vio como las mejores condiciones posibles para poder trabajar como entrenador.

Le queda lo más complejo, aunque ya parezca que eso ha pasado. Como el tenista que hace un campeonato completísimo y se juega en el tie-break la posibilidad (o no) de levantar el trofeo. Mendilibar está muy cerca de hacer historia con el Sevilla e inscribir su nombre con letras de oro en la memoria de cada aficionado. El partido ante la Roma vale por 10, 20 ó 30 de cualquier año. Vale por toda una vida de trabajo en campos menos glamurosos. Los focos volverán a enfocarle, como aquel día donde se presentaba en sociedad en la sala de prensa, temeroso de esas preguntas donde ya le hablaban del Manchester United. Ahí no se había quitado la máscara, los miedos o las dudas del recién llegado a un club tremendamente inestable. Él le ha dado la dirección adecuada. Y queda que, pase lo que pase en Budapest, le den la oportunidad de encabezar un proyecto desde el inicio. El sevillismo está enamorado de su entrenador: Mendilovers al poder.