OPINIÓN

Cristiano en Arabia y Messi en el cielo

Messi y Cristiano, juntos, en una foto de archivo en una gala./GETTY
Messi y Cristiano, juntos, en una foto de archivo en una gala. GETTY

Justo cuando Messi aún pasea la copa del mundo por Argentina, Cristiano quema otra etapa de su exilio cerrando un nuevo fichaje en Arabia. Las dos estrellas que hace nada peleaban por un hueco en el mismo pedestal viven hoy realidades contrapuestas. Mientras la Pulga sigue sin atisbar su techo a los 35 años, el portugués se aferra con sus 37, y la nariz tapada, a ser más que nada el embajador de una tiranía de aquí a la jubilación. Una realidad que viene a confirmar algo curioso: la toma de decisiones más importante de una estrella futbolística en su carrera suele producirse sin balón y bastante alejado del área. Cómo reciclarse y de qué forma encarar el futuro es tan importante como sumar hat-tricks cada jornada y batir récords en el día a día.

No es momento ahora de debatir quién ha sido mejor o quién acabará siéndolo, porque estos aún tienen cuerda para rato. Quien, aun así, se atreva a realizar una encuesta de verdad, fiable, y quiera saber la respuesta de expertos y no de hooligans, que pregunte a los centrales que les cubrieron estos años. El algodón no engaña. Lo importante justo ahora es entender en qué momento Messi y Cristiano se fueron separando hasta el punto de que uno sigue, en un extremo, firme en todas las portadas y el otro ha acabado, en el opuesto, a un lugar donde él mismo renegaba hace nada y enfadado hasta con Mendes por no conseguirle un equipo que sepamos pronunciar.

Dos crujidos han marcado en los últimos años sus vidas. Por un lado, no descubro nada, Cristiano decidió irse del Real Madrid, pese a que era el líder y estaba mimado, y a Messi le empujaron a marcharse por un agujero económico que el propio delantero contribuyó a cavar, junto a varios saqueadores que le rodearon, a base de exigencias y de partidos europeos sonrojantes. Y por otro, a ambos la plenitud física les ha ido abandonando, como es normal, como un desodorante de marca blanca te deja tirado en los momentos clave en una discoteca. La respuesta de ambos a esta nueva normalidad es lo que ha acabado de catapultar a Messi y de rematar a Cristiano.

Al mismo tiempo que el argentino siempre ha tenido claro que debe repartir su grandeza entre los socios que le protegen y abastecen (Iniesta, Xavi...), Cristiano ha creído que la mismísima vitrina del Madrid debería instalarse en el salón de su casa.

No es casual que Messi se fuera al PSG, con Verrati y Di María cerca, y con Neymar y Mbappé a los lados. Para asegurarse ganar más ligas sin despeinarse, dosificando sus cambios de ritmo con sapiencia, optando en cada edición a la Champions y poniendo a Argentina como prioridad y no de complemento, como tantos otros años, en busca de una reconciliación nacional que le tenía cabizbajo. Cristiano, por su parte, se fue a pelear a tumba abierta a la Juve y al United, tantas veces en crisis, descabezado y con estrellas de capa caída, con la necesidad de que le valorasen con más ceros, con la convicción de que sus zarpazos no entienden de edad ni de desgastes y, lo peor de todo, sin entender que sin su galope de antes seguirá siendo bueno pero no el mejor. Ya es hasta suplente en Portugal.

Es una pena que ya no vaya a existir nunca más una lucha maravillosa entre Messi y Cristiano, dos colosos, que ha obligado a los dos a superarse sin descanso. Ahora que lo pienso, el regate más importante que ha hecho Messi, y mira que ha hecho unos cuantos, ha sido también fuera del verde. Antes tenía que partirse la cara contra Cristiano para ver quién ganaba cada temporada el Balón de Oro. Qué Clásicos nos regalaron. Y ahora, con permiso de Haaland, en la próxima ceremonia y en las siguientes se la seguirá jugando con un imberbe Mbappé y si acaso con su amigo Neymar, si es que deja de una vez la noche. Dos compañeros que, quieran o no, están obligados a jugar a lo que él quiera, por el bien común del PSG, alimentando sus números y haciéndole brillar cada noche. Es tan duro como real: a Messi le quedan más Balones de Oro por levantar y a Cristiano, guiado por la rabia de haberse dejado aconsejar mal, le restan más incendios por provocar.