Mbappé y un error que no debe cometer en el Real Madrid
A las 19:25 horas, después de una cuenta atrás propia de la Nochevieja, el Real Madrid ha anunciado el fichaje de Mbappé y un servidor ya no sabe ni qué hacer. Como ese futbolista que nunca ha marcado un gol y se pasa media vida cavilando el modo de celebrarlo. Cuando un día la pelota entra, por azar o tozudez, el tipo mezcla tantos festejos que no acierta a hacer ninguno: beso a un anillo en carrera hacia atrás señalándose con la otra mano el dorsal para acabar haciendo la cucaracha. En esas estoy, que no sé si aplaudir por el bien de LaLiga, tomarme un carajillo a la salud de los madridistas o mantenerme inmóvil, pues no hay locura ante lo previsto.
Después de diez años esperando a Godot, ya llega. Y de tanto aguardar parece que ya ni se le necesita. Hay pocos Vladimiros en Madrid que digan aquello del personaje de la obra de Beckett: "Mañana nos ahorcaremos. A no ser que venga Godot". Porque Mbappé no acude como salvador. El club, con LaLiga 36 en el bolsillo y la Decimoquinta en el museo, no llora por ningún mesías. El único son todos juntos. El Madrid no debe adaptarse a la estrella, como parece estar acostumbrado; es el astro el que debe encajar en esta constelación familiar en la que se ha convertido el vestuario. ¿Cómo se acoplará un jugador de tan alto nivel de ego en una caseta tan homogénea y sin clanes? Cualquier actitud que se distancie de la integración en ese ambiente 'buenrollista' y del comportamiento como uno más será un error. Ese es su gran desafío y asistiremos a él.
Pero una cosa es esta y otra muy distinta la contraria. Es decir, quien asegure que al equipo le sobra Mbappé es que mira el fútbol como quien pasea por un bosque sin saber de botánica. Este es un jugador que tiene una arrancada que no se puede explicar agarrando una ley natural, da chispazos extraordinarios cuando nadie los espera, agarra el balón y nace el rumor que anticipa un acontecimiento y aterriza en el momento adecuado de madurez (25 años) y en un grupo campeón. Además, por supuesto, del apetito de gloria que siente tras sus continuos chascos en Europa. Por más que no se quiera comparar, por aquello de odiar la confrontación, Kylian es lo más parecido al Ronaldo Nazario que aún conservaba las rodillas impecables.
El Madrid lo tiene todo: un portero que ya demostró ser el mejor del mundo para revelarse como un coloso mental (Courtois); el mejor lateral-delantero que hay (Carvajal); el candidato más fuerte al Balón de Oro (Vinicius); un imperio británico (Bellingham); el elegido por Kroos (Valverde); un '9' que es un actor secundario de diez (Joselu); un entrenador paternal, riguroso, domador, sencillo y eficaz en la pizarra (Ancelotti); y hasta un loco (Rüdiger). Sólo faltaba ese punto de sal y pimienta para afrontar los partidos que no apetecen, los que nacen enredados o duros; esos que adormecen al personal a la hora de la siesta. Ese valor añadido lo representa Mbappé.
Probablemente, estos argumentos son pobres para cierto madridismo que aún ve supurar la herida por los plantones del galo y le tiene por un tipo que no es de fiar, que ha jugado con las ilusiones de una hinchada para engordar su bolsillo. De momento, hay quien no le ha perdonado. Y esa es otra tarea del crack parisino, ganarse en plenitud el corazón de una afición que valora más una camiseta empapada que un nombre serigrafiado a la espalda. Demasiados ejemplos de silbidos por falta de compromiso. Pero si hay un hombre clave para que reine la cordura en lo futbolístico y en lo ambiental es Ancelotti. Por sus manos han pasado hasta diez Balones de Oro (Zidane, Rivaldo, Ronaldo, Shevchenko, Ronaldinho, Cannavaro, Kaká, Cristiano, Modric y Benzema) y en su biografía aparecen más de un futbolista con un temperamento especial y una relación tirante con la grada. Pocos como él para guiar este advenimiento y reformular un once en el que, con Rodrygo con el morro torcido y Endrick a las puertas, todos tengan su cuota de pantalla. En una temporada con siete competiciones, el italiano se vestirá más de una vez de Salomón para darle continuidad a una era a la que, con esta guinda, no se le adivina fin.
Por último, quien sostenga que este Madrid no 'pide' a Mbappé es que no conoce a Florentino Pérez ni le han servido sus dos décadas al frente del Real Madrid. Después de derrapar con los galácticos, el presidente supo reconducir su sentido estratégico en el mercado al tiempo de mantener intacta su filosofía de conseguir que los mejores del mundo vistan de punta en blanco. Primero porque siempre ha habido en él un deseo dominante de apoderarse de la historia. Y segundo porque no contempla otra vía para llegar a los ingresos. Con la joya del Nuevo Bernabéu convertida en un centro de eventos y en el mejor expositor, la presencia de Mbappé supondrá un efecto llamada para las marcas.
Es lo que tienen las vísperas, todo es precioso porque nada ha comenzado. El balón, luego, es tan cruel como la vida y puede hacer añicos los sueños. Pero, por ahora, el Madrid y el madridismo viven en un estado de felicidad permanente. Como apuntó Hemingway con esa amargura tan alegre, todo, lo bueno y lo malo, deja un vacío cuando se interrumpe. Si se trata de algo malo, el vacío va llenándose por sí solo. Mientras que el vacío de algo bueno sólo puede llenarse descubriendo algo mejor. La Liga y la Champions ya pertenecen al olvido; ha llegado Mbappé.