SELECCIÓN ESPAÑOLA

Todo lo que nos ha enseñado Luis Enrique como seleccionador

El técnico asturiano se va de la Selección tras un periplo cargado de aprendizaje, turbulencias y buenos momentos.

Luis Enrique dice adiós a la Selección /Getty
Luis Enrique dice adiós a la Selección Getty
Albert Blaya

Albert Blaya

Hacía mucho que Luis Enrique había dejado de ser un entrenador. O, mejor dicho, solo un entrenador. Y no porque hace unas semanas decidiese hacerse también streamer, en lo que fue un acto brutal de honestidad comunicativa, de defensa del grupo y de gestión del mensaje, sino porque como todas las grandes figuras, Luis Enrique se convirtió poco a poco en el nombre perfecto sobre el que verter lo que mucha parte de la afición consideraba que era suyo y le representaba. Porque lo que primero que nos enseñó Lucho es que la Selección no es de nadie, y a la vez es de todos.

Cada lista que daba parecía el detonante de una disputa mediática. Por cada nombre que convocaba, muchos miraban los dos o tres que se quedaban fuera. Por cada acierto, muchos le recordaban supuestos errores. De hecho, las listas del asturiano no eran sino espacios en los que cada uno defendía su terreno, mirando siempre el producto local y defenestrando al ajeno. No importaba el por qué Luis Enrique eligiese una cosa u otra, porque la verdad nunca importó demasiado. Si acaso la mirábamos con recelo. Lo que era relevante para muchos era siempre salir ganador en cada batalla. Entre la verdad y la razón, muchos eligieron siempre lo segundo.

Luis Enrique nos enseñó que la Selección no son unas oposiciones. Que no existe una meritocracia cuantificable ni unas notas que permitan establecer unos méritos previos. Que la Selección es un equipo y Luis Enrique debía conformar un grupo de futbolistas a su gusto e idea para competir, tanto dentro como fuera del campo. A veces la sensación era que se pedía a gritos el voto popular, que todo el mundo quería elegir al suyo. No importaba ganar, sino solo tener la razón. Muchos han esperado hasta ahora para darse golpes en el pecho. Y el fútbol nunca da la razón a nadie, como mucho te la quita haciéndote ver que en realidad la sigues poseyendo. Es así de cínico.

Luis Enrique nos enseñó a competir desde otro prisma. España fue hace una década la gran potencia futbolística del mundo. Todos la copiaban, la adoraban y buscaban exprimir su ideario. Después llegó una decadencia en la que España se regocijó, incapaz de dar el paso correcto y reconocerse en la miseria. Luis Enrique, en cierta manera, ayudó a normalizar el nuevo estado del fútbol nacional; menos vistoso y con menos peso que hace diez años, pero con un corazón incalculable. Solo Japón ha ganado a España en dos torneos. En competiciones volátiles, cortoplacistas y tremendamente complejas, que en 90 minutos solo se haya perdido un partido es un gran mérito.

Luis Enrique se va y creo que hoy todo el mundo entiende un poco mejor el juego que ayer. El trabajo pedagógico de Lucho explicando conceptos de su equipo abiertamente con la gente en un país en el que todavía se habla de 'Tiki Taka' como modelo de juego es de admirar. A la hora de hacer de menos al juego, Lucho apostó por un diálogo transparente en el que sus ideas estaban siempre a vista de todos. Nunca se escondió, sino que defendió siempre la honestidad. Y creo que es justo reivindicar a aquellos que hablan del juego en un país que busca huir de él.

Luis Enrique me ha enseñado a relativizar la derrota y entender siempre que en un juego con tantísimas variables el proceso es lo que te diferencia. Y no creo que haya cosa más importante en esta vida que aprender a transformar la derrota no en un amigo, pero sí en un compañero de viaje. Al final, todos perderemos muchísimas más veces de las que ganaremos. Y Luis Enrique siempre pareció entenderlo.