OPINIÓN

Luis Enrique, esta lección no la olvidaremos jamás

Luis Enrique, junto a su cuerpo técnico en el estadio Al Bait en Al Khor. /EFE
Luis Enrique, junto a su cuerpo técnico en el estadio Al Bait en Al Khor. EFE

Mi primer recuerdo nítido de un Mundial fue el de 1994. "Chaval, ¿tú de que te vas a acordar si ibas con chupete?", me decía el otro día Javier Clemente cuando rompía el hielo con él sobre la eliminación ante Italia. Aquel verano tenía 10 años y creo que lo que más me impresionó del codazo de Tassotti fue ver a un mayor llorando. En el colegio, si eras niño, llorar sólo tenía cierta justificación si aparecía de por medio la misma sangre que derramó Luis Enrique en Estados Unidos. Si no, eras un flojo.

Hoy, 28 años después de aquello, Luis Enrique me ha vuelto a dar una lección. En esta ocasión, tampoco estoy hablando de fútbol. El ahora seleccionador, antes jugador, me ha vuelto rememorar ese sentimiento de fragilidad que producen las lágrimas. Por la mañana, cuando felicitó a su hija Xana su cumpleaños a través de un vídeo, y por la noche, cuando encaró con toda la naturalidad del mundo la cuestión en la conferencia de Prensa tras el 1-1 ante Alemania. Se me humedecían los ojos al escucharle hablar: "Nos acordamos muchos días de ella, nos reímos y pensamos cómo actuaría en muchas cosas que nos pasan. Así funciona la vida, no son solo cosas bonitas, de buscar la felicidad, sino saber gestionar estos momentos".

El niño que llevo dentro, ese del Mundial del 94, me seguía diciendo que un tío no puede llorar a no ser que se te cruce un Tassotti de la vida. Y el padre que llevo dentro se asusta aún más al imaginarse situaciones de la vida que te puedan romper el alma, como la que le tocó sufrir a Luis Enrique. Qué difícil es gestionar el dolor, el luto y las lágrimas, pero que gran lección de vida nos estás brindando, Luis Padrique. La mayoría de los mortales no nos habríamos levantado como lo has hecho tú. Así que divagar sobre sistemas de juego, Ironmans o periodismo resulta completamente estúpido. La Luchoneta representa mucho más que eso. Es una actitud ante la vida. Chapó, míster. Gracias por enseñarnos tanto, a los que ya no somos tan niños. Todos los padres del mundo estamos contigo. En tu patinete hasta el fin del mundo...