Treinta años del penalti de Baggio contra Brasil: "El Maestro Ikeda me dijo que el Mundial lo ganaría o perdería en el último segundo. Me pasé dos horas llorando después"
Para comprender la dimensión socio antropológica de Roberto Baggio, Relevo trasciende el fútbol y charla con un politólogo, un arqueólogo y una artista.

Durante la pandemia, Vanity Fair encargó al cantautor Cesare Cremonini dirigir un número monográfico dedicado al difícil oficio de vivir. Una de las principales entrevistas de esa revista -en su versión italiana- fue a Roberto Baggio. "Querido Cesare, una vez te dije que los penaltis los fallan quienes tienen el valor de tirarlos. Vale lo mismo para los sueños, porque no es fácil asumir el precio a pagar por perseguirlos y cumplirlos. En mi caso sacrifiqué mis pobres rodillas", repuso el ex futbolista.
El penalti fallado en Pasadena contra Brasil (final del Mundial USA'94) supone la carnalización de un genio, el verbo que trasciende el artículo y cobra vida, la apropiación universal de un cuerpo ahora ya con una belleza desarmada, llena de cicatrices. "Querido Roberto, en mi canción Nessuno vuole essere Robin cuento precisamente que todos queremos mostrarnos como un número diez, campeones en la vida, pero en realidad nos equivocamos constantemente, a menudo en lo más fácil. Un penalti, por ejemplo". La conversación entre dos amigos artistas se dilata hasta el infinito, pero sirve como punto de partida para comprender la magnitud de Roberto Baggio, incluida la letra pequeña: su armonía y el encanto, su dolor, su efímera felicidad y sus constantes errores. También en el fútbol.
Una vez la preguntaron a Miguel Ángel los motivos por los que había dejado incompleta la parte trasera de La Piedad, su primera obra de arte. Esto respondió el genio tras haberse enfrentado al mármol, esculpiéndolo a su antojo: "No está inacabada. Simplemente le quité lo que sobraba. Porque sí, yo no busco la perfección sino la liberación del alma, y sólo se consigue inmortalizando el cambio, la transformación, la intuición de la gracia maravillosa. Eso duele, porque no se comprende". Hay algo de todo eso en la grácil y a la vez totémica figura del Divino Codino. Luego es menester, para entenderla en su plenitud, huir del fútbol por un momento y excavar en los meandros de las emociones y los placeres de la vida. Agitar hedonismo, espiritualidad y mortificación para comprender el gris. Hacer de lo inacabado un todo perfecto y humano.
"¿Qué es para mí la belleza? La escultura, el arte griego, las estatuas de Polícleto. Veo mucha pureza ahí. Proporciones perfectas, caras ideales… Pero también recuerdo cuando era pequeño y me iba a Pompeya con un libro del poeta Marcial bajo el brazo", recuerda el arqueólogo y profesor Alessandro Bertolino. "Mientras leía, contemplaba los restos de una ciudad romana. Sí, en aquel momento la belleza para mí era eso: las ruinas, las paredes destrozadas por el tiempo, una pintura poco nítida. También las callejuelas estrechas y sucias de Nápoles, los chicos que describe Pasolini en su libro Ragazzi di vita, con ese aura primitiva e inocente. Son las arrugas y las lágrimas de la actriz Anna Magnani, es Rossy de Palma en toda su plenitud". Es Baggio marcando un gol, pero también marrando desde los once metros en la final de una Copa del Mundo. Es lo inmoral; es lo anti ético.
Una semana sin el domingo
Cremonini habla de Robby en otra de sus canciones, titulada Marmellata #25. Está inspirada -directa o indirectamente- en la poesía de su fútbol, en su estilo de vida equivalente a un pensamiento filosófico. Cesare expone el dolor que supone el abandono de una pareja, el final de un amor, y lo equipara al vacío creado en el ser -italiano- desde que Baggio no juega al fútbol (colgó las botas en 2004). "Non è più domenica", dice para explicar el socavón creado. Algo así como si hubieran extirpado el domingo de la semana o la porcelana del mueble.

La charla es un recorrido antropo-psicológico en la cual se prosigue hablando de querofobia (miedo a la felicidad), música, familia, fútbol y budismo. Es sabido que Roberto en 1993 conoció al maestro de paz Daisaku Ikeda en Tokio, y su vida cambió para siempre. De hecho, Relevo ha contactado con el instituto Soka Gakkai de Florencia para comprender desde cerca este fuerte vínculo. El centro ha pedido discreción y privacidad. Sin embargo, en su web (www.sgi-italia.org) hay publicada una entrevista suya del año 2021. Lógicamente hay espacio para el penalti contra Taffarel, aunque en clave religiosa y espiritual. "La vida del presidente Ikeda es de otra dimensión. El día antes de ir a Estados Unidos fui a visitarle. Me dijo que el Mundial lo ganaría o perdería en el último segundo. Me pasé dos horas llorando después. No podía parar. Me removió tanto que hizo se deshiciera algo dentro de mí, pero no sé todavía qué".
Puede que la ambigua profecía del gurú tocara, rastreara los débiles cimientos de una nación joven con necesidad de elementos bien atados para compartir en el imaginario colectivo. Y que Roberto se sintiera responsable ya que, hasta entonces, Baggio -con la perenne vitola de intruso en sus clubes (Juve, Fiore, Inter, Milan…)- era y se sentía uno de esos intocables capaces de trascender lo visible. Significaba un emblema insondable, una certeza de Italia, como la Torre de Pisa, Fasto Coppi, Garibaldi o el Festival de San Remo. Un elemento divino para presumir y proteger, una tarjeta de presentación para exportar el made in Italy. "Yo tengo a Baggio; tú no". Porque el diez, con su aura mística y su grito para ser liberado como rehén de equipos (sólo en Brescia y Bolonia se redimió) o cuadernos (Lippi, Trapattoni…), era el símbolo total de libertad. Ahogado en su tormento y su magia, era como Caravaggio. Capaz de transformar prostitutas en vírgenes, pero también de matar.
Lo que estaba por suceder en el estadio Rose Bowl era, precisamente, un cambio de dimensión en el imaginario colectivo, probablemente impreparado para comprender una Piedad imperfecta o inacabada. Demasiado joven, quizás, para sentirse ya traicionado y víctima. Así lo ve Narcís Pallarés, politólogo residente en Roma y autor del libro El gran juego (Altamarea edición): "Ese penalti nos da de bruces con la esencia del fútbol, un deporte que alberga todos los pasajes de la vida. También el fracaso. Baggio siguió después siendo admirado y respetado, pero ya como símbolo de la fragilidad humana, también existente en los héroes, en los dioses. En su gesto final, que dibuja el vacío, está concentrada la desilusión colectiva de la nación", describe.
No es fácil soportar semejante peso, apropiado además de forma indebida. Sobre todo, porque tras un partido soporífero la tanda de penaltis la comenzó Baresi con un error. Luego anotaron Albertini y Evani (Romario, Branco y Dunga lo hicieron para los brasileños), y volvió a marrar Massaro.
The 1994 World Cup final. A final ending in the most dramatic of circumstances pic.twitter.com/5w4XGbE1m0
— 90s Footballers (@90sPlayers) June 4, 2024
El epílogo, Narcís, lo extrapola a la esfera de proyección geopolítica. "Sí, también afectó a esto. La caída de Baggio no sólo supuso un momento de desilusión personal y colectiva, sino una lección universal sobre la incertidumbre y la imprevisibilidad del destino". Italia, con un joven Berlusconi que comenzaba a gobernar, ya había perdido autoestima en todas sus esferas. De repente, el sol dejó de brillar en el belpaese. Volvieron las crisis de identidad. "La historia siempre ofrece otras oportunidades, en este caso en forma de héroe anónimo, con mucho menos carisma. Fabio Grosso le devolvió el Mundial en 2006, de penalti. De alguna manera recordó al pateador que cargó a sus espaldas el peso de la historia. La penitencia, desde 1994, es eterna". Baggio siguió siendo la Torre de Pisa, sí, pero la opinión pública tardó en reeducar nuevamente los ojos para no ver su inclinación como una oportunidad sino como algo sospechoso. Esa también fue su sombra.
Las fábulas de Calvino
En Italia hay una periodista artística que conoce muy el universo de Roberto Baggio. Se llama Erika Eramo, y a menudo escribe sobre él asociándolo al mundo de la fábula, ese perfecto mix entre sueño y realidad que termina por cautivar a niños y adultos, esa fantasía que ayuda a comprender quiénes somos para poder así plasmar la vida. El engaño para mitigar el dolor.
Si Italo Calvino se valía de fábulas como mito arcaico para explicar el mundo, Einstein llegó a decir que "la imaginación es mejor que el conocimiento. Quien abraza el mundo estimula el progreso, y así nace la evolución". Lo explica perfectamente en un artículo publicado en la revista Vmagazine, donde habla del teatro como caja de resonancia de la inventiva... Y precisamente de la inmortalidad de las fábulas, cuyo mensaje "nos provoca una turbulencia emotiva tal, que nos obliga constantemente a encontrar nuevas soluciones", cuenta. Algo así como la vida de Roberto Baggio.
En la conversación con Relevo, Erika explica cómo, tras la final de la II Guerra Mundial, el editor Giulio Einaudi pidió expresamente a Calvino unificar -una Italia destruida- con arquetipos en que todos se reconocieran. El gran escritor respondió que sí, advirtiendo que no sería la racionalidad sino la creatividad la salvadora el país. Baggio se presta también en clave cuento de hadas, sí. "la persecución del inocente y su redención. La capacidad de liberarse, con esfuerzo y pureza, de los hechizos de la vida".
"Baggio es un maestro espiritual de todos, un símbolo de la determinación para superar cualquier límite. Se movía como un cisne, y eso era belleza. Pero lo más grande es su fuerza mental, que no se ve. Ocho operaciones… Cualquier otro no habría podido. También soy astróloga. Tiene planetas muy fuertes en su primera casa, y esto indica que suele tener problemas importantes en la vida, pero siempre los supera con tenacidad. Esa es su grandiosidad, la belleza de la que hablaba Dostoevskij, esa que salvaría el mundo". Recuerda Erika, además, que Baggio ganó el Balón de Oro en 1993. Lo curioso es que, aunque se retiró hace veinte años, su narrativa sigue siendo un vergel en la flor de la vida.
Al final, todo se comprende mejor tomando nota de los diálogos teatrales de Shakespeare en Romeo y Julieta. "Ama. Ama locamente. Ama lo más que puedas, y si te dicen que eso es pecado, pues ama tu pecado. Solo así serás inocente". Puede que la belleza sea el penalti fallado. Las Champions que jamás ganó. Una belleza sin mácula. Contrarrevolucionaria como él, con sus trenzas transgresoras, su abrazo al budismo en un país tradicionalmente católico y su paradójico amor por la caza, pese a las múltiples vicisitudes legales conllevadas con asociaciones animalistas. "Iba siempre con su padre. Era un modo para estar con él, para recobrar su infancia. Cazar era una excusa para rescatar su pasado".