OPINIÓN

Entre Al Pacino y Benito Floro, las charlas del vestuario son una auténtica milonga

Luis Enrique en un momento de la charla con Mbappé./Movistar +
Luis Enrique en un momento de la charla con Mbappé. Movistar +

Siempre me han fascinado las grabaciones de los vestuarios cuando un equipo gana. Esa mística del entrenador colérico, motivador, tirando lo que puede al suelo, gritando a sus jugadores: "¡Así no le ganamos a nadie, pero, ay, si seguimos creyendo, si no nos rendimos… le daremos la vuelta a esto!". Y los futbolistas se levantan como si aquello fuera una película de Oliver Stone y saltan a comerse el campo y remontan y sale el vídeo y el entrenador queda glorificado como un genio: la charla que cambió el partido, que le dio la vuelta a la temporada.

Toda esa épica me hace pensar en qué pasa cuando el equipo pierde. Estaba viendo el segundo capítulo del excelente documental de Movistar Plus sobre Luis Enrique y no podía dejar de pensarlo. Sí, Luis Enrique tira todas las bebidas isotónicas al suelo -qué lástima que nadie se lo contara a Diego Torres- y el PSG marca dos goles en la segunda mitad a la Real Sociedad. Luego, pide a los jugadores que crean en lo que hacen, que no piensen que son peores que el Barcelona y el 0-1 pasa en pocos minutos al 2-1 (luego pierden 2-3, pero eso fue porque "el Barcelona de Xavi juega como el Eibar", recuerden).

Me gustaría ver más Benitos Floros y hay que recordar que a Benito Floro no lo echaron por decir que con el pito se follaban al Lleida -los defensores de que "ahora no se puede decir lo que se decía antes" estarán de acuerdo conmigo-, a Benito Floro lo echan porque después de decir todo eso, el equipo va y palma en la segunda parte. ¿Qué hubiera pasado si ese día va el propio Luis Enrique y marca dos goles? Pues que Mendoza se habría quedado con las ganas y Floro pasaría, para la prensa y los aficionados, de ser un sosainas que va por ahí con un psicólogo como si hubiera inventado el fútbol… a ser un maestro que siempre encuentra las palabras exactas.

Me fascina la importancia que se le da a esos discursos que son más o menos remedos de Al Pacino en el vestuario de los Miami Sharks ante la atenta mirada de Dennis Quaid. ¿Qué pasa en el vestuario contrario? ¿Qué estaba haciendo Imanol? ¿Qué les contaba Xavi Hernández? ¿Les estaba pidiendo que perdieran, que se dejaran ganar los duelos individuales y que llegaran tarde a las ayudas a Mbappé, que, total, lo bonito es participar? ¿Cuántas charlas motivacionales acaban en desastre y cuántas charlas sensatas cambian de verdad partidos? Muy pocas. Sospecho. Lo que pasa es que al final uno gana y otro pierde y eso da sentido a todo lo anterior.

Cuidado con el excesivo buen rollo

Algo parecido me sucede cuando un equipo gana un título y se empieza a armar la narrativa del autobús. ¡Ay, el autobús! No sé quién empezó a dar gritos y luego se animó otro y pusimos una canción y estábamos todos bailando y los aficionados se nos echaban encima… "y ahí me di cuenta de que íbamos a ganar la copa". Claro. Y en el otro autobús iban circunspectos, temblando ante la hipótesis de la derrota. Ni se animaban entre ellos ni nada. Sus aficionados les pedían de rodillas que ni jugaran, que no les hicieran pasar por ese mal trago…

Ojo, yo soy de los que piensan que una actitud positiva te acerca al éxito. Llámenlo "ley de la atracción" o llámenlo como les dé la gana. Otra cosa son las milongas. Hace poco vivimos algo parecido en la final de la Copa del Rey entre el Mallorca y el Athletic de Bilbao. ¿Se acuerdan de cómo estaban los jugadores del Mallorca antes de la tanda de penaltis? ¿Se acuerdan de su buen rollo, su camaradería, sus risas con Aguirre al anunciar cada lanzador, esa mirada de querer comerse el mundo…?

Bien, pues el Mallorca falló dos de sus primeros tres penaltis mientras que el Athletic de Bilbao del moderado Valverde metía los cuatro del tirón, sin necesidad siquiera de intentar un quinto. ¿Fue culpa de Aguirre? No, fue culpa del fútbol. Lo dicho antes: uno gana y otro pierde. Si hubiera ganado el Mallorca, todos hubieran coincidido en que lo importante no había sido la pericia en el lanzamiento de Manu Morlanes o de Nemanja Radonjic, sino la motivación de Aguirre, su gestión de la presión en esos momentos.

Y, por supuesto, algo de eso habrá a veces. Dicen los que saben -es decir, los que meten y fallan penaltis- que un exceso de tensión es lo peor para la autoestima. Nadie suele mencionar los peligros de un exceso de euforia, pero habría que estudiarlo. El documental de Luis Enrique, de momento, cae a veces en los propios vicios del protagonista: parece un ajuste de cuentas. Como dice el asturiano: "ya están las alimañas y los buitres buscando carroña", siempre antes de una victoria del PSG que vuelve a establecer el orden natural.

Tengo curiosidad, por lo tanto, en saber qué pasa cuando esa victoria no llega. Cuando al grito o a la genialidad táctica no le sigue el gol. Por lo que recuerdo, Luis Enrique dijo en rueda de prensa antes del partido de vuelta ante el Borussia de Dortmund algo parecido a "si no llegamos a la final, no pasa nada, la vida sigue". Bueno, es verdad, la vida ha seguido. Pero la narrativa se queda coja: si la victoria exige tanto esfuerzo, ¿cómo puede ser que la derrota sea solo un accidente?