Hacía 14 años, mamá

Escribo estas líneas mientras la primera lágrima cae por mi mejilla. Este domingo, por fin, el Hércules ha conseguido el ascenso a 1ªRFEF. Para una gran parte de España, que perdió la camiseta blanquiazul de vista hace ya bastante tiempo — no sé las veces que he respondido en los últimos años a la pregunta de "Pero, ¿dónde juega el Hércules ahora?" —, puede que no sea gran cosa. Al final, el ascenso de un histórico, uno de los clubes con más años en el fútbol profesional y de una gran ciudad por población como Alicante a la tercera categoría no debería ser demasiado sorprendente.
Un sentimiendo muy diferente había esta mañana a la sombra del monte Benacantil. Casi 30.000 espectactadores y otros tantos aficionados que no lograron con hacerse con unas entradas que se esfumaron en horas se dirigían al viejo José Rico Pérez 'todos juntos y en armonía', como canta su himno, para ver el primer ascenso en 14 años. Nietos de la mano de unos abuelos deseosos de enseñarles que ser del Hércules, aunque sea difícil, merece la pena. "Es hora de vivir todo lo que os hemos contado", titulaba el club a principios de semana a los que se iba a vivir este 5 de mayo.
Son 14 años de sabor amargo, de noticias malas, de lágrimas y de bajar, solo bajar. Desde aquel 0-2 en Irún en el verano de 2010 que llevaba al Hércules a la gloria de la 1ª División, la afición herculana comenzó a penar cada año en campos de menor categoría, más cercanos a polideportivos municipales y que nada tenían que ver con aquel Camp Nou que conquistaron en su último año en Primera con un 0-2 al Barça del Sextete. Los intentos de ascenso, sea a la categoría que fuera, terminaban siempre mal, como en aquel eterno viaje de doce horas en autobús camino de Cádiz donde, bajo una intensa lluvia sin refugio, se rompió el sueño de volver a 2ª con un dudoso penalti en contra. Llegamos, perdimos y nos volvimos sin ascenso. Con el Ponferradina de un entonces desconocido Isi Palazón, más de lo mismo.
El Hércules es un equipo al que las cosas que pueden salir mal, casi siempre le salen mal. Quizás eso es lo que le hace especial. Como ocurrió con la reestructuración de mano del expresidente de la federación Luis Rubiales en una temporada que acabó con un empate en Llagostera para ser 5º del Grupo III de Segunda B o, lo que es lo mismo, 'descender' a 2ª RFEF. ¿Podía doler más? Podía: llegó el año del Centenario y el Hércules se hundía en el peor momento de su historia.
A mí, que he vivido desde la lejanía toda la travesía del desierto, me marcó especialmente mi visita a la localidad de Marchamalo durante el primer año en la cuarta categoría nacional. Aquello era una oportunidad de lujo por ser el encuentro más cercano a mi casa en Madrid y cogí el coche para ir a un lugar del que no había oído hablar nunca. Recuerdo como, a la entrada de aquel pueblo, le tuve que explicar a mi novia que el partido del Hércules, del que le llevaba hablándole toda la semana, se jugaba en aquel campo rodeado de casas bajas y en un lugar de apenas 8.000 habitantes. Ella, ajena al fútbol y a mis frikadas varias relacionadas con el deporte, alucinaba. El equipo, del que yo hablaba tanto como si fuera el Madrid que gana Champions año sí y año también, jugaba en aquel humilde rincón de la Campiña de Guadalajara con menos problemas para encontrar aparcamiento alrededor del estadio que en un derbi Callosa-Redován de Lliga Comunitat, en el que se enfrentan nuestros dos pueblos.
Pero aunque no lo pareciera, allí jugaba un equipo grande. Sufridor, pero grande. Aquel día cientos de herculanos llenaron las gradas de preferencia del municipal 'La Solana', aunque las cosas sobre el campo no fueron bien un día más y el 1-1 final ante CD Marchamalo solo era otro golpe duro de realidad. En ese atardecer montándome en el coche de vuelta solo podía dar las gracias de vivir a apenas 50 minutos y no a las más de cuatro horas de mis compañeros de aventura manchega aquella tarde.
Yo, nacido al sur de la provincia alicantina y en pleno terreno franjiverde plagado de aficionados al Elche, soy un rara avis. Sin nadie en mi entorno que disfrutara ni se enamorara de la magia de Tote, hace 14 años me desplacé los 50 kilómetros que separan mi pueblo de la Plaza de Luceros acompañado de mis padres para disfrutar de una tarde de felicidad herculana que se alargó hasta la vuelta del equipo a tierras alicantinas. Hoy, en el Día de la Madre, ha sido ella la que me ha mandado el primer mensaje con el pitido final, mientras miles de aficionados invadían el césped en Alicante, para recordarme aquella noche con una sonrisa de oreja a oreja y preguntarme cuántos años hacía. "14, mamá, 14 años", le he respondido a la responsable de que yo quisiese ser periodista.
Así se celebra un ascenso a la tercera categoría del fútbol español.
— José Manuel Amorós (@AmorosCuatro) May 5, 2024
No hay una ciudad que merezca alegrías como Alicante con su Hércules.
¡Increíble! ¡Macho Hércules!
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Hoy, un mundo y mil disgustos después, miles de alicantinos celebran en el corazón de su ciudad un pequeño paso hacia arriba pero que, por pequeño que sea, llega como agua de mayo a una afición heroica que cura sus heridas. "Estoy llorando a lágrima viva", me escribe un buen amigo que también lo vive desde la lejanía mientras termino de escribir. En la celebración, muchos niños que celebran vestidos de blanquiazul por primera vez y son felices porque ven, con sus propios ojos, que ser del Hércules vale la pena y que todo lo que le contaron sus mayores... era verdad.