OPINIÓN

Lamine Yamal inaugura la nueva era en una profecía por cumplir

Lamine celebra su gol al Real Madrid en el Clásico. /EFE
Lamine celebra su gol al Real Madrid en el Clásico. EFE

Cuando el 0-4 abrió una herida en Madrid, los blancos prometieron revancha. Lo mejor que han hecho siempre, en toda su historia, es trasquilar a aquellos que siempre les miraron a los ojos y les arrebataron aquello que más quieren, que es la victoria. A todos menos al Barça, que aunque en partidos lo haya logrado, nunca le ha logrado silenciar con la arrogancia propia de quien gana por aburrimiento. Lejos de revancha, el Barça volvió a arrasar. Y lo hizo porque tras aquella apabullante victoria entendió que su fe, inquebrantable, era la pieza estructural para que el talento brillara. No hubo revancha sino otra vez la misma realidad: cuando el fútbol descansa, La Masia trabaja.

Es imposible pedirle más que lo presenciado en Arabia al equipo de Flick. Pensadlo. El fútbol, hace cuatro días, parecía lo de menos. Ha bastado recordar por qué nos bastaron dos partidos para enamorarnos de este equipo sin que hubiese ganado nada, de hecho, sin que todavía hubiese sido capaz de generar sus recuerdos. La lógica dice que te enamoras con el tiempo, y Flick nos tenía en octubre babeando, palpitando como cuando teníamos 16 años y la chica que nos gustaba nos miraba en clase. El Barça de Flick es un sábado soleado de enero. ¿Qué haces cuando todo atenta contra la razón?

Ante el Real Madrid incluso se empezó perdiendo de la forma más cruel, con una contra y un gol de quien nunca quieres enfadar. Pero el Barça tenía un plan. No hay en el mundo un futbolista que juegue con las emociones como lo hace Lamine Yamal, que sin estar para jugar 90 minutos ha condicionado el partido como los mejores lo hacen: andando. Si llegasen extraterrestres y viesen cómo hace correr al resto levitando, usando los pies y la cadera como compases de baile, regresarían allí de donde viniesen para implantar aquello que Lamine honra: el fútbol. Emocionalmente es superior al resto porque juega no solo siendo el mejor, sino sintiéndolo de una forma que solo se alcanza cuando ya has tenido mucho tiempo para demostrarlo. A Lamine no le hace falta. Lo suyo es una profecía.

Así, el Barça cimentó una superioridad inaudita: ante un equipo con Mbappé, Vinicius, Rodrygo, Bellingham, Fede y Camavinga, todos generados para castigar cualquier desajuste, el equipo de Flick tuvo posesión infinita, torrencial, para anestesiar al rival mientras le cosía a puñaladas, como una marabunta de bailarinas infernal. El resultado parecía no importar, como si empezar perdiendo fuese un error electrónico en la mentirosa Arabia. El Barça ya había ganado.

Los nueve detalles no vistos de la fiesta del Barça.RFEF

Y una vez Szczęsny se expulsó, quizás cansado de jugar y queriendo volver a Marbella, nada pareció cambiar. Hace unos meses el PSG remontó un partido cuando el Barça se quedó con 10, y el Real Madrid, el Rey de las remontadas, no pudo pasar del gol de consolación. Los de Flick habían mostrado una versión caníbal, agresiva y pletórica, pero durante media hora disfrutaron defendiendo el área, chocando y negándole a la épica su espacio. No sé qué valorará más Flick, pero probablemente para el Barça tenga más mérito la última media hora de grisura y trinchera que la primera hora de champagne y confeti. Mientras Endrick y Güler morían en el banquillo, Cubarsí maniataba a los mejores, Gavi se imponía, Casadó se hacía jerarca prematuro y Lamine le decía al mundo que en el momento de Vinicius y Mbappé él ya se siente como el mejor. La Nueva Era nunca pudo ser sin Lamine. Ahora ya sí.