Ancelotti y Xavi se juegan más de lo que parece
Real Madrid y Barcelona se presentan en la final de la Supercopa de España envueltos en dudas. Un triunfo daría al catalán su primer título como técnico culé y al italiano, un impulso hacia el Sextete.

Es un título de caza menor, con una audiencia televisiva lejos de batir un récord y demasiada frialdad en la grada (alejarla hasta Arabia Saudí la ha retirado de los aficionados), pero la Supercopa de España contiene carga emocional. Ganarla puede cambiar dinámicas, dar impulsos; no hacerlo suele crear problemas. Que se lo pregunten a Ernesto Valverde, despedido de malas formas como técnico del Barcelona después de perder contra el Atlético (2-3) en las semifinales de 2020. Ni Xavi ni Ancelotti caminan por ese filo, aunque ambos se juegan más de lo que parece en el Clásico de hoy en Riad (20:00 hora peninsular, Movistar+ Supercopa). De entrada, dos trofeos: alzar una copa e impedir que lo haga el eterno rival.
El técnico catalán se presenta con la opresión de la urgencia. Es su primera final con el Barça, un partido de ocasión para conseguir su primer título como entrenador azulgrana, salvaguardar el proyecto y apuntalar su figura. Eliminado estrepitosamente de la Champions y clasificado para octavos de Copa tras derrotar en la prórroga al Intercity de Primera RFEF, en su relato se advierte la necesidad ("Si no hay títulos esta temporada, me vais a matar"). También por devolver la felicidad a una afición que lleva dos temporadas con el gesto torcido, con disgustos en Liga y Europa y, lo que es peor, viendo cómo el Real Madrid se baña en confeti con asiduidad.
Más de un año después de coger el timón del Barça, a Xavi se le acabó el tiempo de cortesía y se ve obligado a dar una alegría. Caer esta noche contra los madridistas supondría aumentar los decibelios del runrún. El decorado que se levantaría sería muy distinto al que pintó Laporta la pasada temporada con la derrota en semifinales de la Supercopa ante los de Ancelotti, en la prórroga. Aquel equipo recién heredado por el egarense, hecho jirones, le plantó cara al Madrid e ilusionó tanto al presidente que le hizo bajar al vestuario a felicitar al grupo pese a no ser campeón.
Mucho ha cambiado desde entonces el vestuario azulgrana. Ese día Xavi contó con seis jugadores que ya no están (Alves, Piqué, Luuk de Jong, Nico, Abde y Jutglà) y en el banquillo figuraban otros cuatro que también viven lejos del Camp Nou (Neto, Lenglet, Mingueza y Riqui Puig). Un verano y ocho fichajes después, algunos a golpe de palanca, el técnico se juega la Supercopa y la tranquilidad para encarar Liga (líder), Europa League (frente al United) y Copa (espera el Ceuta). El juego, que está siendo desconcertante, es más fácil que llegue sin marejada.

Ancelotti se presenta con la vitrina más llena (que no la barriga), la plantilla menos agitada (Casemiro fue el único pilar que se marchó y llegaron Tchouameni, baja hoy por lesión, y Rüdiger) y con menos apuros. La temporada pasada conquistó el doblete (Liga y Champions), buen refuerzo, y la presente la comenzó con triunfo en la Supercopa de Europa que le abre la posibilidad de conseguir el Sextete. Un destino del que no quiere ni hablar porque más sabe Carletto por viejo que por entrenador. El fútbol es tan caprichoso como cambiante. Sólo hay que ver a este Madrid, cuya autoridad inicial se fue desinflando justo antes del Mundial, con pérdida de liderato en LaLiga incluido, y se ha acabado por evaporar después de la cita de Catar.
La exigencia del club es más enemiga que el propio Barça y Ancelotti asume que volverse de Arabia Saudí con un revés en el Clásico y sin título desataría los nervios y soltaría los fantasmas de su derrumbe en la segunda temporada de su primera era. Aquel Madrid fijó el récord de triunfos seguidos, pero se agrietó en enero, acabó sin Liga, Champions y Copa, contemplando un triplete del Barça y él, en el paro... La situación actual está, de momento, bastante lejos de aquello pero… Un triunfo en Riad, en cambio, transformaría el ánimo general y el optimismo retomaría el vuelo, clave para lo que le viene por delante.
El centro del campo
Desde el punto de vista médico, Xavi tiene mejores noticias. De Jong y Dembélé acabaron tocados contra el Betis aunque estarán en un once en el que la opción de ver a cuatro centrocampistas coge peso (Frenkie, Busquets, Pedri y Gavi). La amenaza pasa por tener más la pelota. En octubre, en el Bernabéu, su apuesta por dos extremos acabó con un bofetón (3-1). La defensa también puede sufrir alguna alteración para sofocar cualquier conato de peligro de Vinicius. El encargado de taponar al brasileño podría ser Araújo, que está recuperando el tono después de tres meses de lesión. El uruguayo se antoja el antídoto perfecto. Eso llevaría a Kounde y Christensen al centro de la defensa. Alba y el tragamillas Balde se disputarían el lateral zurdo. No se le cierra la puerta a un invento (Sergi Roberto). Los Clásicos suelen ser el plató perfecto para ello.
Por su parte, Ancelotti tiene la defensa más tocada. Sin Lucas ni Alaba, lesionados, alineará a Carvajal y Mendy, que acaban de recibir el alta, y Militao, recuperado de un golpe en la cabeza. La ausencia de Tchouameni y la presencia del Barça puede impulsar a Carletto también a sacar cuatro medios (Kroos, Modric, Valverde y Camavinga), si bien el italiano no es tendente a las revoluciones. En el caso de mantener el 4-3-3, Camavinga se acerca más al banquillo y Rodrygo acompañaría a Benzema y Vinicius.
Agarrados a Courtois y Ter Stegen
El Clásico, en cualquier caso, viene marcado por la igualdad en las virtudes y en las dudas. Ambos comparecen tras superar a sus rivales, Valencia y Betis, en la prórroga. El Madrid, con un físico cogido con alfileres, una defensa que se mira con sospecha, menor eficacia goleadora, varios jugadores en su perfil más discreto, y agarrados a Courtois. El Barça, con desconexiones preocupantes que le han convertido en un equipo remontable y vulnerable y al que también le está sosteniendo su portero. Tibu Uno cuenta con los brotes verdes de Benzema; el otro con el acierto imperturbable de Lewandowski. Los blancos, con la fe en el retorno del mejor Vinicius; los azulgrana, con la esperanza de que Ansu encuentre la plenitud. Los pulmones de Valverde y Gavi; la escuadra y el cartabón de Kroos y Pedri.

Es la Supercopa, título sin el encanto de otros, pero se trata de un Real Madrid-Barcelona. El partido que soñó Rubiales para Arabia con un proyecto y un formato que ayuda a que ambos conjuntos sean convidados habituales. Eso sí, hasta hoy no se habían visto las caras en la final. El fútbol. Detrás de todo saca la cabeza un extraordinario encuentro en el que la historia le hace un guiño a los de Chamartín.
Los Clásicos se pintan en blanco nuclear (101 triunfos frente a 96; 52 empates); el Madrid golea al Barça en sus duelos en Supercopas (6-1); Xavi, que puede enganchar su primer título como entrenador culé, sale perjudicado en su balance ante Ancelotti (un triunfo en tres enfrentamientos); Florentino Pérez nunca ha perdido una final, a partido único, contra el Barcelona y está a dos títulos de igualar el palmarés de Santiago Bernabéu (30-32)... Sobre el césped del Estadio Internacional Rey Fahd se expondrán 490 títulos (la plantilla madridista casi dobla a la azulgrana: 322-168) y habrá emoción, picante y presión. Lo clásico de un Clásico.