Por mi experiencia desde 2013 en entrevistas como la de Sergio Ramos: 'No, no todo vale'

"Más de una vez he pensado que podía vivir una situación así, porque es tremendo lo que muchas veces aguantan los jugadores también mientras están hablando". Así empecé ayer el mensaje que compartí en X al ver la reacción de Sergio Ramos tras la derrota del Sevilla ante el Athletic Club en el Sánchez Pizjuán. "¡Ten un poco de respeto que estamos hablando! ¡Ten un poco de respeto a la gente y al escudo! Hay que aguantar de todo", decía el veterano central dirigiéndose a un aficionado de la grada sevillista ante el micrófono de DAZN.
"¡TEN UN POCO DE RESPETO! ¡RESPETA A LA GENTE!”
— DAZN España (@DAZN_ES) January 4, 2024
¡Qué enfado de Sergio Ramos!#LALIGAenDAZN ⚽️ pic.twitter.com/n0T2aRNBEa
Fue una escena que no me sorprendió en absoluto. "Tenía que pasar", pensé. Llevo desde 2013, salvo un año de impás, haciendo entrevistas a los futbolistas nada más acabar los partidos de LaLiga en las conocidas como 'superflash' y son muchas las ocasiones en las que el griterío cercano, los insultos e improperios varios me han hecho temer que el futbolista perdiera el hilo de lo que estaba diciendo o que incluso se encarara con el aficionado en cuestión como sucedió ayer.
Lo viví, sin ir más lejos, en una entrevista con Dani Parejo después del reciente Villarreal 3 -Celta 2. "Era un aficionado del Celta, llevaba la camiseta", me dijeron cuando terminamos la conversación y comenté con mis compañeros lo que había sufrido por el mediocentro y por la entrevista, porque costaba no centrarte en las voces y pensé, en un momento en el que hizo una pausa más larga de lo normal, que podía levantar la cabeza y responder, y no a mí.
¿Es algo nuevo? ¿Ha pasado siempre? No es, tristemente, algo nuevo. Ha pasado siempre, pero con un matiz que considero reseñable. El Cóvid trajo consigo restricciones a la hora de charlar con jugadores y entrenadores tras los partidos. Generó una distancia física que se ha mantenido en las entrevistas pospartido. Antes, los periodistas nos colocábamos al lado del protagonista y charlábamos a escasos centímetros, cara a cara con ellos pero en paralelo a la grada. Con la pandemia, apareció el pie de micro, los cerca de dos metros que nos separan del futbolista y, el cambio más sustancial, la dirección en la que el jugador ofrece sus declaraciones: de cara a la grada.
Es decir, el jugador ha de lidiar con las revoluciones del partido, del resultado y sus consecuencias, de la respuesta inicial de la grada y de las posteriores con los aficionados detrás del periodista mientras intenta mantener la concentración en el discurso, que no es fácil cuando vienen mal dadas, como en el caso del Sevilla, después de ocho partidos sin ganar en casa. Antes, esos rifirrafes se producían cuando ya el jugador se encarrillaba al túnel de vestuarios ante los aficionados que, en esos momentos de crispación, pudieran aguardar la retirada del campo para proferir su palabrerío. El futbolista te miraba a ti, generalmente, sin tener una nube de aficionados detrás a tiro de enfoque y desenfoque visual.
¿Es lícito que la afición muestre su descontento con los jugadores o con el club ante una situación negativa? Por supuesto. Faltaría. Son sus emociones, sus sentimientos, su pasión y su dinero. ¿Vivimos instalados en la era del insulto, de la ofensa y del todo vale? También. "Si nos visualizáramos gritándole a un panadero, a un pintor o a un cajero, igual nos daba algo más de vergüenza y pudor", terminé mi mensaje en redes, y confirmé lo que me temía: "Ganan lo mismito, Cristina", "Si un panadero cobrase lo que cobran ellos no habría problema en gritarle" o "Te juro, Bea, que si me pagáis un tercio de lo que cobran los futbolistas me podéis gritar lo que os dé la gana que voy a ser igual de feliz" son sólo tres de las innumerables respuestas que validaron el insulto por el nivel del sueldo del increpado.
Y así no se puede. Vivimos en una hipocresía en la que somos capaces de increpar a los futbolistas y luego aplaudir que verbalicen y hagan públicos sus problemas de salud mental, como hace unos días nos contaba Iván Campo de su experiencia con la ansiedad, la que recientemente tuvo apartado de los terrenos de juego a Víctor Camarasa, por ejemplo, o en torno a la que está trabajando de manera tan brillante como necesaria Álex Remiro con su campaña 'Mental Health Matters'.
Me niego a ver a los jugadores o entrenadores como robots y muros insensibles sobre los que verter de malas formas todo tipo de enfado. Nos negamos a pensar en la persona que hay detrás del futbolista. La que, como el panadero, el pintor o el cajero encara su día con la intención de realizar su trabajo de la mejor forma posible. Pero hay días a días, sólo que en el futbolista el insulto, el grito o la ofensa son comunes en las épocas de sequía.
Por suerte, Sergio Ramos tiene 37 años y una carrera a sus anchas espaldas que le permiten afrontar situaciones como la de ayer con el quite que dejó ver entre la adrenalina de uno y otro. Yo, personalmente, lo aplaudo. Pero, ¿qué pasa cuando se ve en ésas un futbolista con menos bagaje personal y profesional? Afortunadamente, para eso está el criterio de los jefes de prensa que acercan al micro a los jugadores más acostumbrados en esas lides en los días aciagos, pero un jugador más joven puede quedar marcado anímicamente por ello, y no me vale aquello de que "les va en el sueldo". Hasta cierta queja lógica, sí. Hasta cierto desmadre y falta de respeto, no.
Por experiencia, es tremendamente incómodo y vergonzoso estar haciendo una conexión de televisión de cara a la cámara con alguien que te chilla, lanza mensajes desde detrás de ti mientras tú tratas de concentrarte o que se cuela delante de la cámara sin respetar su trabajo . Sin empatizar con el otro, sin ponerse en su lugar. Porque al final se trata de eso, de respeto (como dijo Ramos: "Ten un poco de respeto que estamos hablando"). Porque al final la escena que presenciamos trata de eso, de palabras, de unos y de otros, que juzgamos si se producen en un momento apropiado o no. Y ayer no se estaba respetando el turno de palabra de Sergio Ramos. Y no, no todo vale.