JUEGOS OLÍMPICOS

La pesadilla Putin derrota a la ambición de Bach

El indisoluble binomio política-deporte, con el COI, Rusia y París 2024 como triángulo.

Bach y Putin, juntos, en 2016. /EFE
Bach y Putin, juntos, en 2016. EFE
Sebastián Fest

Sebastián Fest

El deporte no es política. Son cosas diferentes, no se deben mezclar. Cualquiera que siga el mundo olímpico habrá escuchado una y mil veces este razonamiento. Y aunque suena bien, tiene un problema: es falso.

Mientras coquetea con la Tercera Guerra Mundial y el terrorismo lo encuentra con la guardia baja en la mismísima Moscú, Vladimir Putin se encarga de hacerlo evidente. Y si en estos días Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) comenzó a mirar hacia atrás y a revisar hechos y dichos, se habrá ya convencido de que el presidente ruso es el gran enterrador de su plan, de esa idea de vender un deporte separado de la política.

Putin comenzó a cavar la fosa en 2014, con los Juegos de invierno de Sochi, y desde entonces no ha parado de profundizar el pozo. Con la ayuda de Bach, que de aliado pasó en los últimos días, ya muy tarde, a enemigo frontal del ruso. Rusia utiliza "cínicamente" el deporte "con fines de propaganda" y no le importa nada la lucha "contra el doping", disparó el COI.

La respuesta de Moscú fue durísima: "Estas declaraciones demuestran hasta qué punto el COI se ha desviado de sus principios declarados y se ha pasado al racismo y al neonazismo". Lo del neonazismo, tiene sentido recordarlo, estuvo entre las justificaciones de Rusia para invadir Ucrania en febrero de 2022.

A Bach, alemán al fin, le pasó con Rusia y su jefe de Estado lo mismo que a la excanciller Angela Merkel: estaba convencido de que podía moderar a Putin, incluso dominarlo parcialmente, al ofrecer respeto, exposición, negocios y diálogo.

Fue evidente durante el discurso de Bach en la clausura de Sochi 2014, unos Juegos que costaron 50.000 millones de dólares y en los que el servicio secreto ruso agujereó paredes del laboratorio antidopaje para cambiar y alterar muestras y controles.

En aquella ceremonia de clausura, Bach dijo lo siguiente: "Esta noche podemos decir: Rusia ha cumplido todo lo que había prometido. Lo que en otras partes del mundo costó décadas, aquí en Sochi se consiguió en sólo siete años". Si lo de Merkel con Putin terminó como terminó en Ucrania, lo de Bach con el presidente ruso termina a las puertas de París 2024. Y termina muy mal.

La decisión del COI de además excluir a los deportistas rusos y bielorrusos de la ceremonia inaugural, es el cierre de una descomposición de diez años: de la vista gorda ante el doping en Sochi 2014 a la dureza extrema en 2024 ante el desafío que implica que Rusia resucite en septiembre de este año los "Juegos de la Amistad", una reliquia de finales de la Guerra Fría.

El comunicado emitido por el COI este martes es de una extensión y dureza pocas veces vista. Es la explosión de un Bach que ya no quiere saber nada con Putin, con el que hablaba en alemán, idioma que el ruso estudió de niño en San Petersburgo y perfeccionó de adulto en Dresde, donde fue enviado como espía de la KGB.

Rusia se ha convertido en una patata caliente para el COI y para París 2024, que con su decisión de hacer unos Juegos urbanos, en el corazón de la capital francesa, sumó complicaciones al esquema habitual de seguridad de los Juegos. Y ya desde el primer día: la ceremonia inaugural en el Sena es una pesadilla en términos de seguridad. ¿Tendría sentido, en este contexto, que Bach insista en que los Juegos y la política no se mezclan?

En febrero de 2022, a las puertas de los distópicos Juegos de invierno de Pekín, Bach le dijo lo siguiente a la agencia alemana de noticias DPA: "Esperar que los Juegos Olímpicos puedan cambiar fundamentalmente un país, su sistema político o sus leyes, es una expectativa totalmente exagerada. Los Juegos Olímpicos no pueden resolver los problemas que generaciones de políticos no han resuelto. ¿Cuál es nuestra responsabilidad y cuáles son nuestros límites? Nuestra responsabilidad es organizar los Juegos de acuerdo con la Carta Olímpica y el contrato de la ciudad anfitriona, y reunir a los atletas de 206 equipos y al equipo de refugiados del COI bajo un mismo techo".

Semanas después de esas declaraciones, en el último día de febrero de 2022, el comité ejecutivo del COI tomó una decisión a partir de "un dilema sin solución" y borró a Rusia y Bielorrusia del panorama olímpico, tanto en cuanto a representación como en función de organizadores. La decisión no llegó tras un doping de Estado como el de Sochi 2014 o debido al mal funcionamiento de un comité olímpico nacional. No, el COI reaccionó ante la invasión de un país, Rusia, a otro, Ucrania. ¿Existe algo más "político" que eso?

Lo sorprendente, lo que pocas veces se recuerda, es que en realidad el mismo Bach está convencido de que el deporte y la política son inseparables. Lo explicó en 2014, un año después de haber llegado a la presidencia, en un discurso en los Juegos Asiáticos en Incheon, Corea del Sur.

"En el pasado, algunos han dicho que el deporte no tiene nada que ver con la política, o han dicho que el deporte no tiene nada que ver con el dinero o los negocios (...) Y esta es una actitud que es errónea y que ya no nos podemos permitir. Vivimos en medio de la sociedad y eso significa que tenemos que asociarnos con los políticos que dirigen este mundo".

Diez años después, Bach sigue asociándose con los políticos que dirigen este mundo, señala Jens Weinreich, editor de la web The Inquisitor: "Bach, la deidad del COI, con su traje todavía arrugado por haber pasado tanto tiempo en la cama con Vladmir Putin, Xi Jinping y otros, ha estado ocupado confraternizando con Napoleón Macron últimamente. París 2024 pronto será historia, pero Bach y Macron ya han estado allanando el camino para que los Juegos de Invierno de 2030 se celebren en los Alpes franceses, a pesar de la falta de un concepto financiero y de cualquier cosa que se parezca a un plan convincente, por no hablar de concreto, de instalaciones deportivas".

La sociedad de Bach hoy es con Emmanuel Macron. La que intentó con Putin no podía salir peor.