JJOO | PIRAGÜISMO

Miquel Travé se estrella en una puerta traicionera y se queda con la quinta plaza

El palista español había llegado con el segundo mejor tiempo de la clasificación a la final pero un error a mitad del recorrido le condenó.

Miquel Travé, compitiendo en las aguas bravas de París. /AFP
Miquel Travé, compitiendo en las aguas bravas de París. AFP
Gonzalo Cabeza

Gonzalo Cabeza

Durante un minuto, Miquel Travé quiso soñar. Iba con la línea buena, encontrando la respuesta a cada puerta, vadeando cada remonte con la fuerza que exige ir contra corriente. El palista forma parte de la tradición española del piragüismo. 24 años y todo un futuro por delante. Maialen Chourraut, que también se dedica a las aguas bravas, recuerda a todos que en esto no hay que ser un infante para tener éxito.

Travé terminó quinto porque a mitad de la bajada se chocó contra una de las puertas verdes. Dos segundos de penalización y, lo que es peor, los nervios que eso provoca. Unos metros más abajo se atragantó con el remo, una puerta le exigió más dedicación de lo habitual, meter la pala un par de veces más. Son segundos que se van, segundos que condenan hasta un quinto puesto. Una muy notable posición, una promesa de futuro, pero no lo suficiente para estar todavía a la altura de Gestin, el francés que mandó en la prueba con una bajada perfecta.

Tiene cierta lógica que alguien como él, de la Seu d'Urgell, sea de los mejores en esto. El canal de aguas bravas más importante de España está allí, un templo olímpico de Barcelona así que le quedaba cerca de casa el aprendizaje. La distancia con el entrenamiento fue lo más fácil, casi una cuestión de paisanaje, todo lo demás, el camino hasta la medalla, ha sido mucho más complejo.

Travé no aparecía como favorito, pero desde los primeros momentos de la competición descubrió que había llegado a París pleno de fuerza, con la capacidad para ponerse a la altura de cualquiera. No se llevó medalla por esos dos segundos de penalidad, es una demostración de que está a la altura de los mejores, pero en esta prueba cruel cualquier error, por pequeño que sea, te deja mirando el podium desde fuera.

El piragüismo de aguas bravas está pensado por y para el sufrimiento. Son 23 puertas, seis de ellas remontes en las que el palista tiene que hincar el remo hasta el fondo para desafiar el ritmo de los rulos de agua que pelean en su contra. Los deportistas van de rodillas y la bajada tiene todo para invitarles al desequilibrio. La canoa se mueve y se mueve, empuja hacia el fondo como si estuviese defendiendo esas puertas. Si te saltas unas tus opciones se esfuman, si tocas uno de sus postes se rebajan. Cualquier error puede dejarte sin medalla.

Y si solo fuese eso, un laberinto en el que ir maniobrando, sería duro pero no tanto. Es que además hay que hacerlo a toda velocidad, sin salirse de la línea porque cada segundo cuenta. Los hombros sienten el dolor, las dorsales se hinchan tratando de entregar un poquito más de fuerza a los brazos que ayude a acelerar y frenar, según toque, la pequeña embarcación. Mientras tanto, el tronco se va moviendo, tratando de evitar en el último segundo chocarse contra los límites de las puertas. Una desafío de esfuerzo que durante cerca de dos minutos deja al deportista agotado. Un deporte en el que, en el kayak, ha reinado durante años Maialen Chourraut.

Van bajando uno a uno por el circuito y cada error de los rivales se siente como una victoria para los que están por llegar. Travé había sido el segundo en la calificación y solo con eso las expectativas se dispararon. Salía penúltimo y, por lo tanto, podía ver como sus rivales iban uno de otro sufriendo el durísimo recorrido. Quien no se paraba en una puerta se estrellaba con un palo. Todos tenían problemas, pero los mejores conseguían sacarlo sin penalizar.

Algunos veteranos fallan, todos parecen ir atrancados. Cuando entró en la canoa el reto era grande, claro, pero también factible. Lo que pasa es que el canal de regatas no se lo pone fácil a nadie y les esperaba, como a sus competidores, con corrientes asesinas y desniveles inadecuados.

A Travé se le notaba fluido, descansado, como domando las aguas y no al revés, que es lo que suele pasar en este deporte, así fue franqueando puertas, una detrás de otra, rojas y verdes hasta estrellarse con un poste metálico de esos que delimitan el recorrido. Los obstáculos que pone el deporte para ser mucho más divertido. Con eso y el shock posterior, que le hizo dudar, se terminaban las opciones. Cinco, seis o siete segundos son capaces de congelar un corazón. El presente no llegó, habrá que soñar con Los Ángeles.