RELEVO MAG

Carolina Marín se vuelve a levantar mientras es la primera en bajar las escaleras del gimnasio: "Ya no quiero preguntar 'por qué a mí'"

Ya no necesita ayuda para caminar y se ha vuelto a levantar, como ha hecho una y otra vez en los últimos años.

Carolina Marín, durante su recuperación. /Dani Pujalte
Carolina Marín, durante su recuperación. Dani Pujalte
José M. Amorós

José M. Amorós

*Este reportaje pertenece al último número de 'RELEVO MAG', la revista de colección para los amantes del deporte que quieren estar al tanto de las últimas tendencias culturales. Si quieres ver y leer el resto sus historias, puedes comprarla fácilmente desde este enlace.*

Carolina Marín pisa fuerte. Ya no necesita ayuda para caminar y se ha vuelto a levantar, como ha hecho una y otra vez en unos últimos años en los que la vida se ha empeñado en ponerle montañas, batallas y golpes. Más montañas para escalar, más batallas que ganar y más golpes duros que soportar que le han dejado marcadas sus rodillas, su corazón y su cabeza. Porque esa persecución de un destino injusto la ha atacado dentro y fuera de la pista hasta la extenuación. Pero Carolina vuelve a pisar fuerte porque nada ni nadie puede parar un ADN imparable que ella misma descodifica en "lucha, resiliencia y trabajo".

Así, caminando con pisada y mirada firme, entra cada mañana en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid. A pesar de no tener objetivos que cumplir, es la primera que baja las escaleras camino del gimnasio en un día frío, de esos en los que a nadie le puede parecer buena idea poner su cuerpo al límite y volver a casa con la mirada empañada por el sudor. Nada le frena, ni siquiera el cansancio del cariño que se le acumula estos meses. Porque, como ella misma dice, de París no consiguió el ansiado oro, pero se trajo la medalla más importante: "El cariño de la gente". Y eso también se traduce en un homenaje casi diario desde que decidió salir, o mejor dicho, pudo huir del agujero en el que le metió aquella fatídica semifinal olímpica del 4 de agosto ante la china He Bingjiao, con la que se reencontró en noviembre tres meses después de la desgracia. "Ha sido el único momento en el que sentí que tenía que rendirme", confiesa. "En los brazos de mi entrenador, Fernando Rivas, camino de los vestuarios, le dije: 'No puedo más'". La prueba de que hasta los más irreductibles a veces tienen dudas.

Pero a esta guerrera de corazón y carácter de loba, a la que poco le queda de aquella cara de niña que cautivó al mundo en 2014 cuando se alzó con su primer Mundial, ni el cansancio de todos los colores que lleva en su cuerpo, ni siquiera saber si querrá volver a coger una raqueta, ha podido pararla. Salta, salta y salta poniendo a prueba una rodilla que se hacía trizas hace apenas unos meses. A las órdenes de Ana, su nueva preparadora física, en este gimnasio de una planta baja donde una luz tenue y unas paredes grises preparan el carácter rudo de los mejores deportistas españoles a base de hierro y esfuerzo. Quizás es porque se sabe el camino como nadie y es terreno conquistado en el pasado.

"Pero ya no me quiero preguntar el '¿por qué a mí?'. Cuando una se dedica tiempo a sí misma y empieza a pensar que 'jo, qué triste sería que me tenga que retirar por culpa de una lesión y algo que no está en mis manos'... Yo no soy así, yo creo que soy una persona muy luchadora que no se da por vencida tan fácilmente. A pesar de todas las piedras que se me han cruzado en el camino, me gustaría intentarlo una vez más. Lo que no sé es cuándo. El tiempo dirá. Quiero recuperarme físicamente y recuperar también el corazoncito, que es lo que más tocado está. Pero me gustaría intentarlo una vez más".

Porque por qué no hacerlo una vez más. "La vida me ha puesto muchos obstáculos, pero he sido capaz de superarlos. Me siento orgullosa de haber sacado fuerzas para superar cada uno de ellos, para recomponerme siempre una vez más, para querer volver a mi mejor nivel y, sobre todo, para aprender de cada uno de esos momentos, haciendo que me sirvan para el resto de mi vida", relata con un nudo en la garganta que entremezcla sacrificio y orgullo.

Mucho antes de la pesadilla de París, 'Caro' ya batallaba contra una sucesión de desdichas y pidió un respiro al martillo pilón vital que intentaba hacerle hincar la rodilla. Fue entonces cuando, desesperada por la mala suerte, gritaba en silencio una demanda justa de paz, de sosiego y de concordia. "Cuando me lesioné por segunda vez antes de los Juegos de Tokio, tuve esa sensación. Ahí me había venido todo muy seguido: la primera lesión, la pérdida de mi padre y luego, otra nueva lesión. Pensé: ¿Me está mirando un tuerto o qué?".

Las peores heridas son las que no se ven

Ver las rodillas de Carolina impacta, provoca un silencio cercano al shock. Bastante parecido al vivido, por público, compañeros y todo aquel que estaba la mañana de este agosto en el Arena Porte de la Chapelle, cuando la de Huelva caía por tercera vez sobre la lona. Pero las peores heridas son las que no se ven. Porque esas cicatrices que nunca se curan, que nunca suturan y siguen provocando un dolor al que nunca te terminas de adaptar han llegado fuera de la pista: "De todo lo que me ha pasado en los últimos años, lo que más me ha dolido ha sido perder a mi padre, eso es un dolor muy grande porque además fue totalmente inesperado. No fue una enfermedad, fue un accidente". Su padre, Gonzalo, fue el gran responsable de forjar lo que hoy conocemos de Carolina, como confiesa Toñi, su madre, que casi no sabe expresar con palabras lo que siempre fue esa relación padre-hija. "Era joven, me ha dolido perder su figura y no poder compartir muchos buenos momentos que la vida me ha dado después. Me da mucha pena porque me encantaría estar compartiéndolo con él", confiesa la propia jugadora.

Carolina Marín, durante su recuperación Dani Pujalte
Carolina Marín, durante su recuperación Dani Pujalte

"Le echo mucho de menos", continúa con palabras marcadas por la tristeza. "Mi papá aguantó cinco meses y fue un suplicio. Yo estaba amargada, no quería que me hablara nadie. Me quedaba en el hospital, en pandemia, y fueron muchas horas en una situación que no quieres y no aceptas. Yo no quería que mi padre estuviera así. No se lo deseo ni a mi peor enemigo".

Nadie puede dudar que las heridas en su piel y en su cabeza han marcado la juventud y plenitud de Carolina. Vivir en una guerra constante, de subidas y bajadas, de idas y vueltas contra las adversidades, le ha dejado marcas en su piel y en su forma de ser. "Nunca sabremos si yo sería la que soy hoy si no me hubiera pasado, pero sí que gracias a las cicatrices que la vida me ha puesto, he ganado en madurez y he aprendido a mirar las cosas desde otra perspectiva. Yo, cada vez que he tenido lo que podemos llamar un 'incidente', he sacado cosas positivas". Buscar el color en el blanco y negro, convertir imposible en posible, como cuando la leyenda decía que ningún jugador había vuelto a la élite del bádminton con una lesión grave de rodilla.

Una piedra más en el camino de un relato de bravura que ya se alarga casi seis años desde aquel 27 de enero de 2019, cuando sufrió su primera rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha sacando a relucir un espíritu de lucha, resiliencia y trabajo que han marcado su persona y han sacado esa rebeldía para combatir los problemas. Ahí, en los peores momentos, reluce su coraje, arrojo y valentía innatos cuando otros se darían por vencidos. "Tener unos valores que puedan ser reflejados en los niños es más importante que cualquier medalla", responde mientras repasa un camino de dolor y gloria.